Como sucede en los museos con sus fondos (muchas veces inéditos), nos ocurre en el Centro en donde la acumulación de materiales que hemos ido reuniendo en nuestros 55 años de historia (a pesar de la falta de espacio), permite efectuar pequeños “descubrimientos”.
Esta semana Nuria Dobos que está
catalogando una serie de antiguos libros, para su incorporación definitiva a la
biblioteca, ha encontrado entre sus hojas pequeños, pero interesantes
documentos. Entre ellos este billete de la Real Lotería Moderna, correspondiente
a la “cuarta parte” del número que se refleja en el sorteo de 10 de febrero de
1825.
Hace cuatro años dimos cuenta del
hallazgo entre los fondos del archivo de la familia Zapata (que acabábamos de
recibir) de varios billetes de la primera lotería española, conocida como “Lotería
por números” que, posteriormente, pasó a denominarse “Lotería Primitiva”. Decíamos
entonces que fue en 1812, poco antes de ser promulgada la primera Constitución
Española, cuando se creó la que se llamó “Lotería Moderna”, la actual Lotería
Nacional que, hasta 1869, coexistió con la Primitiva, siendo suprimida ésta por
los problemas que entrañaba, sobre todo para el control de las cantidades
apostadas, dado que un elevado número de apuestas sobre un mismo número o en
cantidad muy elevada, podía resultar ruinoso para el Estado en caso de acierto.
Finalmente, en 1985 volvió a ser reintroducida con éxito, aunque con mayor
número de combinaciones.
Otro de los “hallazgos” es este
grabadito de 10 x 7 cm, iluminado a mano, con la imagen de Santa Teresa escribiendo
bajo la inspiración del Espíritu Santo, sobre una mesa en la que aparece un
rótulo que dice; “Nada te turbe, nada te espante, todo pasa, Dios no se muda, la
paciencia todo lo alcanza”, un fragmento de un conocido poema de la Santa de
Ávila.
Nuestro pequeño grabado es un tosco
remedo de otro de mayor calidad que hemos encontrado y reproducimos, aunque no hemos
llegado a saber su autor ni la fecha de impresión.
Como curiosidad, damos cuenta también de
esta octavilla con una oración a la Virgen María para pedir la “conversión de
los griegos cismáticos” o lo que es lo mismo de los miembros de la Iglesia Ortodoxa,
separados de la Católica desde el llamado “Cisma de Oriente”.
Es interesante conocer el origen de esta
iniciativa. Fue hacia 1854 cuando el cardenal Jacques-Marie Antoine Célestin
Dupont, arzobispo de Bourges, que, poco antes, había puesto en marcha una Santa
Unión con el fin de implorar la ayuda del cielo para que se alcanzar la
definición dogmática de la Inmaculada Concepción, quien decidió poner bajo su
intercesión la conversión de los griegos, por medio de una oración a la Virgen,
seguida del rezo de Siete Avemarías.
Esta práctica que contó con la
aprobación de Pio IX se difundió por todo el mundo. Nuestra octavilla fue
impresa en Barcelona en la imprenta de los herederos de la viuda Pla que estuvo
en la calle Cotoners hasta que, en 1854, se trasladó al nº 8 de la calle
Princesa. En ella se indica que se había repartido “con suma profusión en Roma,
Estados de Italia y otras naciones extranjeras”. En España, hemos encontrado
otra octavilla muy similar, editada en 1855 en la imprenta de Pablo Roca de
Manresa.
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