Cuando viajamos hasta Majones, solemos
detenernos para comer en el monasterio de Leyre, un emblemático lugar situado a
orillas del pantano de Yesa y cabe la sierra que lleva su nombre, por cuyas
laderas ascendimos en una ocasión para visitar la fuente de San Virila.
Temíamos que el entorno del cenobio hubiera sufrido los devastadores efectos de un reciente incendio que obligó a evacuar a la comunidad de monjes benedictinos que allí residen, pero pudimos comprobar que, al menos en apariencia, las llamas no se habían aproximado demasiado.
Aunque en esta ocasión no se cumplieron
las expectativas que teníamos, sobre la base de anteriores experiencias, en cuanto
a la comida, decidimos volver a visitar el monasterio, dado el interés de
alguno de nuestros acompañantes. Ello puede hacerse ininterrumpidamente
abonando la entrada en la tienda de recuerdos, donde te facilitan una llave
para acceder primero a la cripta y, después, a la iglesia.
La cripta siempre sorprende por sus características
arquitectónicas, dado que fue concebida más para soportar el peso de la iglesia
situada sobre ella que para un uso litúrgico. De hecho, durante su edificación
se levantó un muro central que convirtió el espacio concebido con tres naves y
sus correspondientes ábsides, en cuatro naves aunque el ábside central es
compartido por dos de ellas, lo que resulta sumamente extraño.
Los grandes capiteles sobre unos
delgados fustes y las altas bóvedas llaman poderosamente la atención,
transmitiendo una sensación de arcaicismo y cierta tosquedad por lo que, teniendo
en cuenta, que la obra fue finalizada en 1057 se ha sugerido en ocasiones que
pudieron ser reaprovechados los capiteles de una construcción anterior.
Vimos después el llamado túnel de San Virila,
con la imagen de este Santo abad al fondo. Fue el protagonista de la leyenda
que cuenta cómo dudando de la eternidad, quedó dormido junto a una fuente y, al
despertar, regresó al monasterio donde nadie le conocía, dado que habían
transcurrido 300 años desde su desaparición.
Para visitar el templo es preciso salir
al exterior, accediendo a él por la llamada “Porta Speciosa”, con un tímpano
reaprovechado en el que están representados el Salvador (bendiciendo), la
Virgen, San Juan, San Pedro, Santiago y un escriba.
Todo ello enmarcado por cuatro arquivoltas
que muestran un abigarrado conjunto de figuras, muchas de ellas propias de los
bestiarios medievales.
El templo se encontraba envuelto en una
nube de incienso, tras la ceremonia que acababa de finalizar, lo que le dotaba
de un encanto especial. En él se distinguen los tres ábsides de la obra románica
original y la ampliación gótica de la nave. Presidiendo el ábside central la
Virgen de Leyre que, si bien recuerda a obras similares medievales, fue realizada
por el escultor José López Furió (1930-1999) cuando se llevó a cabo la última
restauración del monasterio que había estado completamente abandonado.
A la derecha de la nave se encuentra la
capilla dedicada a las Santas Nunilo y Alodia, con una bella portada románica
en el muro. Estas mártires habían nacido en Adahuesca, fruto de un matrimonio
en el que el padre era musulmán y la madre cristiana, quien las educó en su fe.
Por negarse a abjurar fueron decapitadas en Huesca el año 846 y sus restos
fueron llevados en 851 a Leyre.
En el muro de la izquierda de la nave
de la iglesia se encuentra la pequeña capilla en la que fue colocada (en época
contemporánea) la arqueta en la que fueron reunidos los restos de los primeros
reyes de Navarra, cuyos cuerpos fueron enterrados en el monasterio, sufriendo
el abandono y la incuria de los tiempos.
Una placa de bronce recuerda los
nombres de esos monarcas, a los que el Gobierno de Navarra rinde homenaje periódicamente,
dado que el monasterio es considerado panteón real y símbolo de ese antiguo
reino, como sucede con el monasterio de San Juan de la Peña para Aragón.
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