Ha sido D. Fernando Aguilar Rubio quien nos ha recordado un artículo que, con tintes proféticos, publicó nuestro Presidente hace 23 años, alertando de las consecuencias de un crecimiento incontrolado de los parques eólicos. Todo ello, en unos momentos en los que la energía eólica era presentada como el paradigma de la modernidad.
Con el título “Parques eólicos y otros
problemas en la Muela de Borja” apareció en el número 83 de nuestro Boletín
Informativo, correspondiente al primer trimestre de 1999, al mismo tiempo
que se daba cuenta de la inclusión de la cueva de Moncín en la Lista
Representativa del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Afirmaba nuestro presidente que era “imposible
callar porque, junto a sus indudables ventajas en la producción de una energía ‘limpia’,
los parques eólicos plantean múltiples inconvenientes, desde el punto de vista
ambiental, en los municipios sobre los que se asientan”.
Se sorprendía por el hecho de que no se
hubieran alzado voces críticas ante unas actuaciones que, como en el caso de
Borja, requirieron la previa desclasificación de zonas naturales protegidas.
Además de oponerse, sin éxito, a la instalación de nuevos generadores, se
congratulaba porque, determinados colectivos hubieran denunciado el impacto
ambiental de algunos proyectos de parques en la zona castellana del Moncayo.
Pero, con anterioridad a la publicación
del artículo mencionado, ya había aparecido otro en el número 74 de nuestro Boletín
(cuarto trimestre de 1996) sobre esta misma cuestión.
Lo firmaba el Prof. D. José Antonio
Armillas y, con el título de “Energía y Naturaleza”, reproducía la comunicación
que había presentado en la XVIII Reunión de Asociaciones y Entidades para la
Defensa del Patrimonio Cultural y su entorno, convocada por Hispania Nostra en
Granada.
Representando a la asociación de “Amigos
de Borja”, el Prof. Armillas hacía alusión a las campañas que, como alternativa
al “Nuclear no, gracias” presentaban unos idílicos paisajes en los que
florecían bucólicos molinos que iban a permitirnos aprovechar esa fuente
inagotable de energía que era el viento. Pero, al comenzar a instalarse, los
habitantes de las zonas afectadas pudieron comprobar que los inocentes molinos
podían convertirse en malvados gigantes.
Poniendo como ejemplo lo ocurrido en la
Muela de Borja, explicaba que los pingües beneficios que los parques generan
para los ayuntamientos en cuyos términos se asientan, han venido facilitando su
instalación, aunque sea a costa de desclasificar parajes protegidos y, en su
opinión, resultaba sorprendente que en los estudios previos que se realizan,
pueda afirmarse que el impacto ambiental sea nulo, que los niveles de ruido
resulten imperceptibles o que los movimientos de tierra que generan protejan
los bosques.
Cuando hoy son ya muchos los que cuestionan el crecimiento imparable de los parques eólicos, los intereses económicos que ocultan y los cambios operados en el paisaje, es oportuno recordar a quienes, desde el primer momento, alertaron sobre todos estos problemas.
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