Hace dos días dimos a conocer la primera parte de un trabajo de D. Juan Manuel Jiménez Andía sobre sus recuerdos de la antigua Feria de Borja, centrada en la amplia oferta de productos que convertían a la ciudad en un gran zoco. Hoy vamos a referirnos al ferial de ganado que era el principal núcleo de transacciones comerciales, ilustrándolo con las fotografías disponibles que no son muchas, ni reflejan los aspectos comentados.
En nuestras ferias predominaba el ganado mular, caballar y
asnal, sobre todo el primero ya que, por sus características era el más
apropiado para realizar las labores agrícolas y el más sufrido para arrastrar
carros y galeras.
Las mulas y machos procedentes del Pirineo catalán, conocidas
como “castellanas” eran las más apreciadas y las que más garantías ofrecían par
el trabajo, por ser muy nobles y resistentes, siendo las que mejor se
cotizaban.
Aquí venían los tratantes con sus recuas de mulas, sus blusas
negras y bastones de junco en ristre. No faltaban algunos gitanos, pero pocos.
No eran ferias para ellos, pues tenían un gran peso económico.
Quienes querían vender sus animales o cambiarlos, que también
se hacía, los ataban a unas cuerdas que se pasaban por las argollas que había en
las paredes, desde la calle de San Francisco, la plaza del mismo nombre,
Algecería, Abadía, “entre monjas y frailes” o el camino al Santuario, todo era
un inmenso ferial.
Aunque en menor medida, también tenía su importancia la
oferta de yeguas de vientre que servían para las labores del campo, pero sobre
todo para parir potrancos, tras ser cubiertas por los sementales del Ejército,
ejemplares de gran calidad. En Borja, hubo un destacamento de la Remonta
durante varios años, al mando de un sargento con varios soldados para atender
las necesidades de todo el valle del Huecha. Se alojaban en cuartel que existía
en la carretera del Santuario. A la feria venía un jefe con oficiales y
soldados para comprar los potros que les interesaban.
También eran asiduos visitantes los valencianos que se
interesaban por esos potrancos ya que, al parecer, por ser animales de peso y
fuerza eran los que precisaban para las labores de sus huertas.
El número de transacciones comerciales era muy elevado y por
las mejores mulas se llegaban a pagar 30 onzas (2.400 pesetas). No estaban aun
suficientemente domadas y al aparejarlas había que echarles por la cabeza un
saco o una blusa para calmarlas.
La Feria de Borja se veía favorecida por celebrarse en ese
paréntesis temporal comprendido entre el fin de recogida del grano y antes de
comenzar la cosecha de la uva. Era un tiempo en el que los graneros y los
bolsillos ya estaban llenos y, por lo tanto, con disponibilidades económicas
para poder adquirir el ganado que necesitaban los agricultores y los aperos de
labranza que era preciso reponer.
Hay que tener en cuenta que, en mayo, aún no se había
realizado la recolección de los cereales, una labor que requería mucho tiempo.
Comenzaba con la siega a hoz, para lo que eran precisos buenos brazos y mejores
riñones. Después, venían las faenas en la era.
Primero, trillando con aquellos trillos de pedernal o con
los más modernos de sierra y, más tarde, con los de rodillos. Después era
preciso aventar para separar el grano de la paja y cernerlo después para
separar las granzas.
Se requería viento y cuántas noches se perdían en las eras
esperando que moviese el cierzo para poder aventar. Todo ello hacía que la
recogida del grano se prolongara y sólo se diera por terminada cuando veían el
trigo o la cebada en talegas y la paja en el pajar, adonde la llevaban en
carros, dejando un reguero de pajas en las calles que recorrían. De ahí que,
hasta bien entrado septiembre los agricultores no gozaran de disponibilidades económicas.
Por la misma época se recogía el lino y el cáñamo,
principales cultivos de las huertas. Este último se ponía en albercas (aún
queda alguna en Borja) para que “madurara” y, después de secado, poder
trenzarlo. Aún recuerdo la estampa que ofrecían los agricultores de entonces
trenzando el cáñamo a las puertas de sus casas por Barrio Verde, San Francisco
o el Barrio Bajo. Qué bonita estampa la de aquellos baturros empinando la bota
o el porrón. Tiesos como chopos, mirando al cielo.
La feria de Borja irradiaba su influencia hasta el Jalón, las
Cinco Villas, el Somontano del Moncayo y la ribera desde Navarra a Zaragoza.
Nuestra feria de ganado tenía un gran prestigio, al igual que las de Huesca,
Tudela y Zaragoza.
Otro día hablaremos sobre la gastronomía, las tabernas y
bodegones, las fondas y los bares de camareras, incluso con un famoso cabaret
en la carretera de Ainzón que también constituían “atracciones” para los muchos
visitantes que hasta aquí llegaban.
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