Quienes
se acercan ahora al pórtico de la antigua colegiata de Santa María de Borja
pueden contemplar esos cuatro arcos apuntados, entre contrafuertes, que
corresponden a una parte del adarve que rodeaba al templo, tras la reforma
llevada a cabo en el siglo XIV, cuando adquirió las características propias de
las llamadas “iglesias fortalezas”.
Borja
acaba de sufrir las terribles consecuencias de la guerra de los dos Pedros, en
la que se habían enfrentado Aragón y Castilla. Ocupada por los castellanos,
muchos edificios fueron saqueados e incluso parcialmente destruidos. Así
ocurrió con Santa María que, entonces, era un templo románico de piedra. Por
eso, al terminar el conflicto hubo que reconstruirlo, adoptando la tipología de
una iglesia fortaleza que por estar adosada a la muralla, se convertía en un
baluarte de la misma.
Pero,
aunque se conocía la existencia de buena parte de su estructura, no era posible
adivinarla, tras la reforma experimentada por el templo en el siglo XIX, y por
las construcciones que se le habían adosado. En concreto, junto al pórtico se
encontraba la llamada “casa de la campanera” que servía de alojamiento para la
persona encargada de hacer sonar las campanas a lo largo del día. Fue al derribar esa edificación cuando
aparecieron, en aceptable estado de conservación, esos restos del siglo XIV.
Las
obras, llevadas a cabo en el año 2000, tenían por objeto dotar al pórtico de un
nuevo arco que, probablemente, nunca existió, pues cuando fue construido ya se
encontraban al lado estos edificios. Pero, al derribar la casa de la campanera,
fueron apareciendo los restos del adarve en la forma en que muestran estas
fotografías.
En la parte
inferior se encontraron dos arcos que correspondían a las embocaduras de dos
antiguas capillas. El de la derecha tenía rosca y se optó por mantenerlo como
testimonio de aquella etapa, mientras que el de la izquierda se cegó dado que
había sido construido perforando el muro de ladrillo, siendo su forma bastante
irregular. Las capillas a las que se accedía a través de ellos, estaban en el
exterior, sobre el solar de la casa y desaparecieron con la transformación neoclásica
del templo.
Lo más
inadecuado de la intervención fue el tratamiento dado al contrafuerte, siendo
el resultado final el que aparece en la última imagen.
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