La rabia es una enfermedad transmitida por un Rhabdoviridae a través de la mordedura
de un perro, aunque también la pueden transmitir otros animales como los
murciélagos. Ataca al sistema nervioso central, ocasionando una encefalitis
que, hasta el descubrimiento del virus por Louis Pasteur, a partir del cual pudo
elaborar un suero antirrábico, ocasionaba la muerte de casi todos los
afectados. De ahí el terror que ocasionaba la presencia de un perro con esos
síntomas, dado el terrible riesgo que entrañaba su mordedura.
El 1 de septiembre de 1881 un perro galgo causó el pánico en
El Pozuelo de Aragón donde mordió a varias personas y, posteriormente, llegó a
Borja para subir después al Santuario de Misericordia.
Allí, entró en la cocina, mordiendo a un niño y a una mujer.
Como informaba El Diario de Huesca,
que se hizo eco de la noticia, los veraneantes pudieron refugiarse en sus
habitaciones, hasta que llegó la Guardia Civil. El Cabo 2º D. Francisco Gil que
era el comandante del puesto de Borja y el guardia D. Agustín Ortego, dieron
muerte a tiros al animal, “con gran exposición” de su integridad física.
No sabemos qué ocurrió con las personas mordidas, pues hay
que tener en cuenta que el aislamiento de virus no se produjo hasta el año
siguiente y aún pasaron varios años hasta que se pudo dispensar el suero para
su tratamiento.
Pero no fue el único caso en el que se vio afectada una
persona de Borja ya que, en 1895, la prensa regional informó de otro suceso
acaecido en Zaragoza. A comienzos de enero de ese año, un perro mordió a dos personas
que se residían en el nº 42 de la calle de las Armas. Una era Pedro Vicente, de
28 años e hijo de la propietaria del inmueble, Juana Julián “la frutera”. La
otra era Juliana Celiméndiz, de 17 años y nacida en Borja, que servía como criada
en esa vivienda.
Tras el período de incubación de la enfermedad, comenzaron a
manifestar los síntomas de la enfermedad. La joven borjana era, según la prensa,
la que se encontraba peor. Lanzaba gritos de dolor y mordía cuantos objetos
encontraba a su alcance, por lo que fue trasladada al hospital.
Dada la repercusión que tuvo el hecho, las autoridades intentaron
minimizarlo y los médicos aseguraron que esos síntomas eran fruto de “fenómenos
nerviosos de excitación”. Por su parte el barón de la Torre que era el alcalde
de la capital en aquellos momentos, no tomó ninguna medida “por haber negado el
hecho la familia”, lo cual no tranquilizó a los zaragozanos.
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