El
próximo 27 de agosto, la Iglesia celebrará la fiesta de San José de Calasanz
(1557-1648), un gran Santo español, fundador de la Congregación de las Escuelas
Pías y gran renovador de la enseñanza que quiso hacer asequible a todas las
clases sociales.
Desde entonces, los escolapios, como se conoce a los miembros de esa congregación han venido desarrollando una ingente labor educativa, a través de sus numerosos colegios. Uno de ellos estuvo a punto de crearse en Borja.
En
1760 había fallecido en Valencia D. Juan Miguel Amad, canónigo racionero de la
catedral de esa ciudad, dejando todos sus bienes a la ciudad de Borja, donde
había nacido. Al margen de un legado para el hospital Sancti Spiritus, la
totalidad de su fortuna iba destinada para fundar un colegio de escolapios, lo
que fue aceptado por el Ayuntamiento de Borja, en sesión de 3 de julio de 1761.
Mientras
se solicitaba la necesaria autorización, la corporación municipal suscribió un
contrato privado con el Provincial de las Escuelas Pías que era el P. Pedro de
Santa María Magdalena. Los escolapios se comprometían a “enseñar las primeras
letras a la juventud es, a saber: leer, escribir, contar, Gramática y
Retórica”, sin que los niños de la ciudad y forasteros tuvieran que abonar
cantidad alguna. Para el mantenimiento de ese centro educativo, además de los
fondos del legado Amad el Ayuntamiento se comprometió a incorporar las 120
libras que pagaba a los maestros hasta entonces existentes y el cabildo
colegial las 40 libras que destinaba al mismo fin, dado que, en Borja, las
escuelas existentes eran fruto de un convenio entre la ciudad y el cabildo.
Sin
embargo, la fundación no fue posible ya que el Supremo Consejo de Castilla no
dio la autorización precisa por entender que ya había en Borja seis conventos
de religiosos y, en su lugar, propuso que se creara una “Casa de Misericordia”
para niños huérfanos, a lo que se opuso con contundencia el Ayuntamiento que
consideraba que si no se autorizaba la llegada de los religiosos, se creara un
colegio con maestros laicos en la propia casa de Amad, situada junto al arco de
la Carrera, donde estuvo la Imprenta Sancho y ahora es propiedad municipal.
Pero
los problemas continuaron, dado que se consideraba que ese edificio debía ser
vendido para incrementar el total del legado. Ello dio lugar a un largo
contencioso y nunca se pudo crear el colegio. Al final, el legado sirvió,
únicamente, para pagar los sueldos de los maestros ya existentes, librando al
Ayuntamiento de esa carga hasta que se gastó.
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