Hace pocos días, D. Ramiro Adiego Sevilla destacaba en su blog “El nido de águilas del Moncayo” el gesto de Antonio, un vecino de Purujosa, que de forma altruista había procedido a reparar la puerta de acceso a la iglesia parroquial de esa localidad.
Purujosa
es una de esas localidades víctimas del drama de la despoblación en la que, sin
embargo, el empeño de sus escasos habitantes y de todas aquellas personas
vinculadas a ella han conseguido, no sólo mantenerla viva, sino impulsar
mejoras importantes que han cambiado el aspecto del municipio en los últimos
años.
Pero,
la actuación que comentamos tiene un significado más profundo, dado que viene a
poner de manifiesto la importancia de esas labores de mantenimiento que sólo
pueden ser asumidas por las personas directamente relacionadas con los
monumentos.
De
nada sirven las grandes inversiones para restaurarlos si no se llevan a cabo
las pequeñas obras que, periódicamente, vienen a garantizar la supervivencia de
los edificios. El retejado, el repintado de algunos muros o la reparación de
pequeños desperfectos no pueden quedar en manos de los “lejanos” responsables
del Patrimonio.
Son
las comunidades que hacen uso de ellos, las que la tienen como lugares de
referencia de su vida cotidiana quienes, únicamente, pueden acometerlas. Por
eso, cuando se cierra un convento o la ausencia de vecinos impide el uso
habitual de un templo, la amenaza se cierne sobre ellos. El caso de Purujosa
nos viene a demostrar, sin embargo, que aún cabe la esperanza.
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