domingo, 9 de agosto de 2020

El fin de los Cenci

 

Al comentar ayer la historia de la archicofradía de Nuestra Señora del Pianto, hicimos referencia al crimen perpetrado, en la noche del 10 de enero de 1546, bajo el arco del palacio de los Cenci, que provocó el lloro de la imagen de la Virgen que se encontraba allí y aludíamos al trágico final de esa familia a la que pertenecían los dos jóvenes involucrados en el suceso.

  La desencadenante del mismo fue esta joven de “angelical” rostro inmortalizado en este lienzo atribuido a Guido Reni. Era hija de Francesco Cenci y de su primera esposa Ersilia Santacroce, con la que tuvo siete hijos.


   Francesco fue quien mandó edificar el palacio que, como dijimos, se encontraba a la entrada del barrio judío de Roma. Era un hombre malvado y de costumbres disolutas. En varias ocasiones fue acusado de practicar la sodomía con algunos de sus criados y otros jóvenes, generalmente menores de edad. En unos momentos en los que el “pecado nefando” se castigaba con la hoguera resulta sorprendente que pudiera librarse de ella con leves condenas.

  Pero, junto con sus inclinaciones homosexuales, sometía a su esposa Lucrezia Petroni (con la que se había casado tras la muerte de su primera mujer) a todo tipo de vejaciones que también hacía extensivas a su hija Beatrice a la que violaba al mismo tiempo que a Lucrezia.

          

         Cuando lo denunciaron ante las autoridades romanas, las encerró en el castillo familiar donde siguieron siendo objeto de la depravada conducta de Francesco. Ante esa situación, Francesca planeó su asesinato con la ayuda de su amante Olimpio Calvetti, con el que probablemente había tenido un hijo.

         Aunque la concepción del crimen había sido cuidadosamente pensada para que todo no despertara sospechas, los fallos en su ejecución trastocaron todo. En primer lugar, la pócima preparada por Olimpio para matarle no surtió el efecto esperado, aunque dejó a Francesco lo suficientemente aletargado como para permitir que Beatrce y su madrastra lo remataran con una maza.

         Luego, con la ayuda de sus dos hermanos que estaban en el castillo, arrojaron el cadáver a un precipicio y abrieron un agujero en el suelo para hacer creer que había caído accidentalmente. Pero, el primero en sospechar fue el párroco del lugar al comprobar que por el agujero no cabía el cuerpo del fallecido.

         El Papa Clemente VIII ordenó investigar lo ocurrido inmediatamente y, aunque la opinión pública se manifestó a favor de Francesca y sus cómplices, nada detuvo los esfuerzos del Pontífice para aclarar lo ocurrido, a pesar de que muchos consideraban que, tras su celo, se ocultaba el deseo de quedarse con las posesiones de la familia.

         El caso es que todos fueron detenidos y en los duros interrogatorios a los que fue sometido murió Olimpio. Al final se estableció la culpabilidad de Beatrice, sus hermanos y su madrastra a los que el Papa condenó a muerte.

         Entre las protestas populares, que obligaron a aplazarlas, las ejecuciones se llevaron a cabo el 11 de septiembre de 1599 en el puente que conduce al castillo de Sant’Angelo.

         El hermano mayor, Giacomo, murió golpeado con una maza y su cadáver fue descuartizado. A continuación, Beatrice y Lucrezia fueron decapitados, mientras que el hermano menor, Bernardo, que había sido obligado a presenciar las ejecuciones, fue condenado a galeras, de por vida, aunque años después logró su liberación. El Papa, como se suponía, se incautó de los bienes familiares.

         Pero el recuerdo de Beatrice permaneció vivo como símbolo de la lucha contra la violencia doméstica. Autores literarios, escultores y directores de cine le han dedicado especial atención. Los romanos afirman que su espectro vaga todos los años por los alrededores de Sant’Angelo en la noche anterior al aniversario de su muerte.

      


No hay comentarios:

Publicar un comentario