Al comentar ayer la historia de la archicofradía de Nuestra Señora del Pianto, hicimos referencia al crimen perpetrado, en la noche del 10 de enero de 1546, bajo el arco del palacio de los Cenci, que provocó el lloro de la imagen de la Virgen que se encontraba allí y aludíamos al trágico final de esa familia a la que pertenecían los dos jóvenes involucrados en el suceso.
La desencadenante del mismo fue esta joven de “angelical” rostro inmortalizado en este lienzo atribuido a Guido Reni. Era hija de Francesco Cenci y de su primera esposa Ersilia Santacroce, con la que tuvo siete hijos.
Francesco fue quien mandó edificar el palacio que, como dijimos, se encontraba a la entrada del barrio judío de Roma. Era un hombre malvado y de costumbres disolutas. En varias ocasiones fue acusado de practicar la sodomía con algunos de sus criados y otros jóvenes, generalmente menores de edad. En unos momentos en los que el “pecado nefando” se castigaba con la hoguera resulta sorprendente que pudiera librarse de ella con leves condenas.
Pero,
junto con sus inclinaciones homosexuales, sometía a su esposa Lucrezia Petroni
(con la que se había casado tras la muerte de su primera mujer) a todo tipo de
vejaciones que también hacía extensivas a su hija Beatrice a la que violaba al
mismo tiempo que a Lucrezia.
Cuando
lo denunciaron ante las autoridades romanas, las encerró en el castillo
familiar donde siguieron siendo objeto de la depravada conducta de Francesco.
Ante esa situación, Francesca planeó su asesinato con la ayuda de su amante
Olimpio Calvetti, con el que probablemente había tenido un hijo.
Aunque
la concepción del crimen había sido cuidadosamente pensada para que todo no
despertara sospechas, los fallos en su ejecución trastocaron todo. En primer
lugar, la pócima preparada por Olimpio para matarle no surtió el efecto
esperado, aunque dejó a Francesco lo suficientemente aletargado como para
permitir que Beatrce y su madrastra lo remataran con una maza.
Luego, con la ayuda de sus dos hermanos que estaban en el castillo, arrojaron el cadáver a un precipicio y abrieron un agujero en el suelo para hacer creer que había caído accidentalmente. Pero, el primero en sospechar fue el párroco del lugar al comprobar que por el agujero no cabía el cuerpo del fallecido.
El
Papa Clemente VIII ordenó investigar lo ocurrido inmediatamente y, aunque la
opinión pública se manifestó a favor de Francesca y sus cómplices, nada detuvo
los esfuerzos del Pontífice para aclarar lo ocurrido, a pesar de que muchos
consideraban que, tras su celo, se ocultaba el deseo de quedarse con las
posesiones de la familia.
Entre
las protestas populares, que obligaron a aplazarlas, las ejecuciones se
llevaron a cabo el 11 de septiembre de 1599 en el puente que conduce al
castillo de Sant’Angelo.
El
hermano mayor, Giacomo, murió golpeado con una maza y su cadáver fue
descuartizado. A continuación, Beatrice y Lucrezia fueron decapitados, mientras
que el hermano menor, Bernardo, que había sido obligado a presenciar las
ejecuciones, fue condenado a galeras, de por vida, aunque años después logró su
liberación. El Papa, como se suponía, se incautó de los bienes familiares.
Pero
el recuerdo de Beatrice permaneció vivo como símbolo de la lucha contra la
violencia doméstica. Autores literarios, escultores y directores de cine le han
dedicado especial atención. Los romanos afirman que su espectro vaga todos los
años por los alrededores de Sant’Angelo en la noche anterior al aniversario de
su muerte.
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