La
fiesta de San Jorge tiene especial significado en nuestra ciudad, donde existe
una ermita dedicada al santo, situada sobre un altozano en el que según una
tradición, carente de fundamento, acamparon las fuerzas cristianas que
reconquistaron la población y desde la que se divisan unas hermosas vistas.
A
pesar de su sencillez, el edificio reviste gran interés pues se trata de un
templo medieval que, originalmente, tenía una cubierta de madera sobre arcos
fajones apuntados que, en el siglo XVI, fue sustituida por la actual bóveda de
crucería. En el hastial tenía, además un pórtico del que se conserva la huella
de sus tres arcos.
En
el retablo está representado San Jorge, de acuerdo con un modelo habitual dentro
de su iconografía. Ataviado como un caballero con armadura completa y capa
roja, monta sobre un corcel blanco y se dispone a alancear al dragón para
salvar a la princesa que se disponía a devorar.
Según
la leyenda, Jorge fue un soldado romano del siglo III que llegó a formar parte,
como tribuno, de la guardia personal del emperador Diocleciano. Por su
condición de cristiano fue decapitado en Nicodemia el 23 de abril de 303,
durante la persecución decretada por ese emperador. Dentro de su hagiografía se
le asocia con la historia de un dragón que se había aposentado en una cueva
próxima a una ciudad cuyos habitantes debían entregarle, cada día una persona
elegida por sorteo. Cuando la suerte recayó en la hija del rey, su padre
intentó salvarla sin éxito pero, cuando estaba a punto de aparecer, apareció
Jorge sobre un caballo consiguiendo acabar con la fiera. Este es el momento
representado en la escena, donde puede apreciarse a la joven, de rodillas sobre
la cueva, ciñendo corona por su condición de princesa. Al fondo, puede
apreciarse un paraje costero, con un puerto y naves.
Aunque
fue venerado como mártir desde la más remota antigüedad y fue canonizado por el
papa Gelasio I en 494, su figura siempre se alejó de la realidad histórica para
adentrarse en el mundo de la Mitología, hasta el punto de que, cuando Pablo VI
ordenó la revisión del Martirologio romano, fue retirado del mismo y su culto
declarado opcional. Sin embargo, la extensión del mismo y el hecho de que fuera
patrón de muchas naciones, ciudades y corporaciones han sido determinantes para
que siga concitando la devoción de
numerosas personas.
Este
es el caso de Borja donde, a mediodía de ayer, su ermita registró un lleno
absoluto para participar en la Santa Misa que concelebraron el párroco de la
ciudad, D. Florencio Garcés y D. José Luis Sanjuán.
Al
término de la misma se procedió a la tradicional “bendición de los términos”
que se hace coincidir con esta fecha, desde hace algunos años.
La
comitiva iba encabezada por la cruz que se utiliza en esta ocasión y que era
portada por un devoto miembro de las cofradías de San Antón y San Bartolomé,
dos corporaciones que, en sus orígenes, estuvieron integradas por agricultores.
Hay que resaltar que esta ceremonia, también conocida como “bendición de los
campos” tiene por objeto impetrar la protección divina para las cosechas, al
comienzo de la primavera.
El
rito se realiza trazando la señal de la Cruz, con agua bendita, en cada uno de
los puntos cardinales, tras una pequeña monición que, en este caso, leyó D.
Florencio Garcés.
Especial
significado tiene la realizada hacia el Oeste, por coincidir aproximadamente
con la ubicación de nuestra ciudad que es bendecida, precisamente, desde ese
lugar que, como antes comentamos, fue el punto de inicio de su retorno a la Fe
cristiana.
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