La
colegiata de Santa María es, sin duda, el principal templo de nuestra zona a
pesar de lo cual son escasos los trabajos publicados sobre ella y tampoco son
precisos los datos disponibles sobre su historia, arquitectura y obras de arte
que conserva. En los últimos meses, el Centro de Estudios Borjanos está
dedicándole especial atención merced al trabajo de investigación que viene
realizando Alberto Aguilera en los diferentes archivos de la ciudad y al
esfuerzo de Enrique Lacleta para disponer de fotografías de calidad de las que,
hasta este momento, carecíamos.
Aunque
es demasiado prematuro para establecer datos concluyentes, que tendrán su
reflejo en una monografía, pretendemos seguir ofreciendo a nuestros lectores
algunas imágenes sobre algunos aspectos de la misma. Ya hemos hablado,
anteriormente, de algunas capillas y hoy nos referiremos a la actual capilla de
San Isidro.
Está
situada en el ala norte del claustro, entre la capilla de San Felipe, a la que
dedicamos un artículo anterior y la de Santa Lucía. El lateral derecho de la
misma está formado por el cuerpo inferior de la torre del reloj, cuyos sillares
han quedado descubiertos recientemente. Su estado actual responde a las
distintas reformas a las que fue sometida, tras los cambios de titular que
experimentó en el transcurso del tiempo.
Es,
probablemente, una de las más antiguas del claustro y sabemos que,
originalmente, fue de D. Dionís Lázaro, aunque desconocemos a quién estaba
dedicada. En los libros de gestis del cabildo se reseña que el 3 de diciembre
de 1554 se acordó “que para sufragio y aumento de la devoción a las Almas del
Purgatorio se haga un retablo y capilla” en la que “anteriormente era de Dionís
Lázaro”. Es probable que, a ese momento, corresponda la decoración de su
embocadura, con su crestería.
En
1701, la capilla fue cedida a la cofradía del Carmen que procedió renovarla
completamente, adoptando el aspecto actual, con planta cuadrangular y cúpula
con linterna. Lamentablemente, las pinturas que debieron existir en las pechinas
se encuentran cubiertas con pintura blanca, aunque se conserva la decoración
barroca en yeso que fue realizada entonces.
En
uno de esos motivos se puede ver la fecha de construcción: “1703” y, en otro,
el anagrama que hace referencia a su destino mariano. Por otro acuerdo del
cabildo, de 27 de abril de 1703, se entregó a la cofradía el antiguo retablo de
la capilla, “hasta que estén en disposición de hacer uno nuevo por su cuenta”.
De ello se deduce que, por entonces, las obras estaban finalizando y los fondos
disponibles no alcanzaban para sufragar la construcción de un nuevo retablo.
Sin
embargo, el frontal del actual retablo lleva el emblema de la orden
carmelitana, dato que nos permite deducir que llegó a realizarse, aunque no
sabemos sus características ni el destino final. Porque, años más tarde, la
cofradía se hizo cargo de otra capilla, situada frente a la que estamos
comentando, que es donde, todavía, se venera la imagen de la Virgen del Carmen.
En
fecha no determinada, pero posiblemente ya en el siglo XIX, la capilla fue
dedicada a San Isidro, cuya imagen titular se dispuso en un retablo
reaprovechado que, según una información sin documentar, era el de San Diego de
Alcalá del antiguo convento de San Francisco. Si así fuera, disponemos de una
visura del mismo, hecha en 1601, según la cual fue pintado por Felipe los
Clavos, un pintor zaragozano que, a juzgar por esta obra, no fue excesivamente
brillante. El retablo tiene tres calles sobre banco y ático, aunque fue
modificado para su nuevo cometido.
La
imagen de San Isidro, situada en una hornacina avenerada responde al modelo
iconográfico habitual. Sabemos que fue adquirida en Zaragoza, en 1802, y en
ella el santo está representado con atuendo de labrador, llevando en su mano
izquierda la reja del arado y en la derecha unas espigas de trigo. A sus pies
tiene el buey utilizado en sus faenas agrícolas.
En
la parte superior de las dos calles aparecen dos tablas con santos dominicos
que, por su emplazamiento y características, pudieron ser añadidas al rehacer
el retablo en el siglo XIX. El santo de la izquierda es San Jacinto de Cracovia
que en Borja también aparece también en el retablo mayor de la iglesia de San
Pedro Mártir. Sus atributos personales son la custodia y la
imagen de la Virgen en sus manos, que hacen referencia a un episodio de su
vida, acaecido cuando los mongoles atacaron el monasterio de Kiev donde se
encontraba. El santo, antes de huir, decidió salvar el Santísimo Sacramento y,
en esos momentos, oyó la voz de la Virgen que le recriminaba el que la dejara
sola en la iglesia. San Jacinto tomó entonces la imagen de María que estaba en
la iglesia y, a pesar de que su peso era considerable, pudo portarla sin fatiga
e, incluso, cruzar el río Dniepper, caminando sobre las aguas con la ayuda de
un ángel. Precisamente, en esta representación que estamos comentando, aparece
al fondo el santo atravesando el río con la imagen.
A
la derecha se encuentra Santo Domingo de Guzmán, el fundador de la orden
dominica, cuyo hábito viste. Está sentado y con un libro abierto en su mano
izquierda, mientras que en la derecha lleva unos lirios, otro de sus atributos
personales. A su lado, el perro con la antorcha encendida en la boca que hace
alusión al sueño que tuvo su madre antes de su nacimiento. En la escena del
fondo aparece el santo sosteniendo un templo que amenaza con derrumbarse, como
referencia al papel desempeñado por la Orden de Predicadores en la renovación
de la Iglesia.
En
la calle de la izquierda, bajo San Jacinto de Cracovia, está representado un
santo obispo de difícil identificación ya que no aparecen atributos personales,
salvo los genéricos de su condición de obispo: capa pluvial roja, mitra y
báculo. Bajo el alba se adivina el hábito de los franciscanos por lo que, con
las debidas reservas, creemos que se trata de San Luis de Anjou o de Tolosa, un
santo franciscano, de estirpe real que alcanzó la dignidad episcopal.
Los
mismos problemas plantea la imagen de la derecha. Se trata evidentemente de un
santo rey ya que ciñe corona real y porta cetro. Pero ningún otro atributo
permite realizar una atribución precisa, aunque es llamativo el hecho de que el
cetro está rematado por la flor de lis. Ello nos induce a pensar que se trata
de San Luis, rey de Francia. Se da la circunstancia de Luis IX fue terciario
franciscano por lo que la inclusión en un retablo de la orden parece lógica,
sobre todo haciendo pareja con ese otro santo francés, del mismo nombre al que
hemos hecho referencia.
En las basas de las columnas que
delimitan las calles del retablo están, toscamente representados, cuatro santos
franciscanos, todos ellos vistiendo el hábito de la orden y con el cordón
ceñido a la cintura. Se trata de San Buenaventura, San Bernardino de Siena, San
Antonio de Padua y el propio San Francisco de Asís. En otros artículos
anteriores hemos comentado aspectos de sus biografías y que aquí pueden
identificarse tanto por sus atributos como por llevar cartelas con su nombre.
Queremos llamar la atencion sobre la escasa calidad de las pinturas y sobre el
hecho llamativo de la falta de cabellos.
En las tablas del banco, situadas
bajo las calles laterales, se encuentran San Jerónimo y San Pedro. El primero
está representado semidesnudo en la cueva a la que se retiró a orar, en Belén,
durante 35 años. El manto rojo y el capelo cardenalicio que figura colgado de
un árbol, haciendo alusión a su condición de consejero del papa San Dámaso a la
que renunció para vivir como anacoreta. Tras él aparece un león, otro de sus
atributos personales que hace referencia a un episodio de su hagiografía según
la cual habría curado a esa fiera de la herida causada por una espina clavada
en sus garras, convirtiéndose desde entonces en fiel acompañante. San Jerónimo
que es Doctor de la Iglesia fue el traductor de la Biblia del griego al latín,
en la versión oficial que se conoce con el nombre de “Vulgata”. Por su parte,
San Pedro es fácilmente identificable por llevar en su mano derecha una llave.
En
el ático aparece, como es habitual, un Calvario. Como en el caso de las tablas
inferiores tampoco destaca por su calidad. Junto a la Cruz aparecen la Virgen y
San Juan. Tras este último se advierte un grupo de soldados, uno de los cuales
monta un caballo blanco y lleva en su mano una bandera flameando al viento.
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