Iniciamos
hoy una serie de artículos en los que iremos mostrando las obras más
significativas que se conservan en los museos de Borja. La iniciamos con una de
las tablas que formaron parte del retablo mayor de Santa María y que, en la
actualidad de exhiben en el Museo de la Colegiata.
Atribuido
durante mucho tiempo a Jaime Lana, corresponde a D. Francisco Oliván Bayle el
mérito de haber relacionado este excepcional conjunto de pintura gótica con la
familia Zahortiga, al haber localizado en el Archivo de Protocolos Notariales de
Zaragoza el albarán de un pago efectuado a Nicolás de Zahortiga por su
ejecución.
Pero
fue Emilio Jiménez Aznar quien localizó, en el Archivo de Protocolos Notariales
de Borja, la capitulación del retablo, dando noticia de ello en nuestra revista
Cuadernos de Estudios Borjanos. En
ella se refleja que el 13 de diciembre de 1460, ante el notario Martín de la
Ferriza, los representantes de la iglesia colegial y del concejo borjano,
pactaron con los hermanos Nicolás y Martín de Zahortiga la realización de un
retablo dedicado a la Virgen, por el precio de 11.000 sueldos jaqueses, una
cantidad muy importante, lo que da idea de la magnificencia del encargo,
motivado en gran medida por el hecho de que, once años antes, la parroquia de
Santa María había sido erigida en colegiata
Los hermanos Zahortiga
eran hijos de Bonanat Zahortiga, un importante pintor de origen judío, del que existen
varias obras, entre las que destaca el retablo de la Virgen de la Esperanza, en
la catedral de Tudela. No ocurre lo mismo con Nicolás, el más destacado de sus
descendientes pues, aunque trabajó intensamente en su taller zaragozano durante
la segunda mitad del siglo XV, las únicas obras conservadas son, precisamente,
las de Borja
El
retablo fue retirado, en el siglo XVII, para instalar el actual, obra del
escultor bilbilitano Gregorio de Messa pero, afortunadamente, tras algunas
vacilaciones iniciales, el cabildo decidió conservarlas, trasladándolas al
Santuario de Misericordia. Tras la restauración efectuada por la empresa Albarium, merced al patrocinio de la
Excma. Diputación Provincial de Zaragoza, se ha podido constatar que las 15
tablas que se pueden admirar en el museo formaron parte de dicho retablo,
despejando algunas dudas anteriores motivadas porque determinadas escenas
representadas no se ajustaban a lo pactado en la capitulación. Todas ellas
reflejan pasajes de la vida de la Virgen, inspirados en los evangelios
canónicos y en los apócrifos.
Hemos elegido la que
representa a la Anunciación pues hoy se celebra esta solemnidad que,
habitualmente, se conmemora el 25 de marzo (nueve meses antes del Nacimiento
del Señor) pero, por coincidir este año con la Semana Santa, ha sido trasladada
al lunes 8 de abril.
El
relato de ese instante en el que el arcángel San Gabriel anuncia a María su
futura maternidad está narrado en el Evangelio de San Lucas (1:26-38). El
artista lo ha reflejado de acuerdo a la tradición del arte occidental: la joven
Virgen es sorprendida por el ángel en el momento en que se encuentra en
oración. En el arte bizantino, suele aparecer hilando o sacando agua de un
pozo.
En
la tabla de Borja, María se encuentra en su habitación, arrodillada ante un
curioso mueble taraceado, sobre el que se dispone un atril, con libros abiertos
a ambos lados. Tras ella, entre los ricos cortinajes que lo cubren, se advierte
el lecho, con su cobertor y una almohada blanca bordada.
A través de un ventanal
gótico con una delicada columnilla como parteluz se ve el paisaje que rodea la
casa. Junto a los cipreses que aparecen
en primer plano, discurre un camino que conduce hacia el mar por el que navegan
dos naves con una vela cuadra en su único palo. A pesar de su pequeño tamaño,
la imagen de estas embarcaciones se ajusta bastante a la realidad y, por otra
parte, responde al contexto histórico, pues Nazaret se encuentra unos 23 kilómetros del mar de Galilea.
El
arcángel San Gabriel ha penetrado en la estancia por la puerta de arco rebajado
que se abre tras él. Con las alas desplegadas y sus cabellos rubios al aire,
ceñidos por una diadema roja, ha hincado su rodilla derecha ante la Virgen,
mientras señala con el brazo derecho hacia lo alto. Al igual que María, tras su
cabeza se dispone el nimbo de santidad, estofado en oro como la orla de la
dalmática de brocado, con vueltas rojas, que viste y los puños de la túnica
blanca.
Es llamativo el colorido de las alas que, como en
otras representaciones angélicas de este conjunto de tablas, recuerda a los de
aves exóticas tropicales, como los papagayos que, en una época en la que
todavía no se había descubierto América, podían ser conocidos a través del
África occidental.
En la mano izquierda lleva un tallo de azucena (Lilium candidum) o lirio con cinco
flores, entre las que destacan las tres superiores con las que se suele aludir
a la triple virginidad de María, antes, durante y después del parto. En
iconografía de la Anunciación, sólo aparece abierta una de las tres, como
sucede en Borja. Como dato anecdótico podemos señalar que la representación de
la planta no es demasiado rigurosa, ya que sus flores tienen seis pétalos y
seis estambres y es evidente que el pintor sólo representó tres, no sabemos si
por desconocimiento de los detalles de la azucena o con una intención
simbólica. En torno a la planta se dispone una filacteria en la que está
escrita la salutación angélica “Ave María
gratia plena...”.
La
Virgen sorprendida, no acierta a comprender el anuncio del ángel. Por eso, éste
señala con su mano derecha hacia la figura de Dios Padre que se adivina en el
óculo situado sobre la puerta. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud
del Altísimo te cubrirá con su sombra”.
El
artista ha representado este Misterio de la Anunciación de forma singular. El
soplo del Dios Padre desciende sobre María, llevando al frente a la paloma que
representa al Espíritu Santo que se dispone a penetrar “per aurem”. La Virgen acepta recibir al Verbo encarnado y el Verbo
es la Palabra que penetra por el sentido del oído.
Pero,
como ocurría en muchas representaciones del siglo XV, en ese mismo rayo que
desciende hacia la Virgen, aparece la Segunda Persona, un Niño Jesús pequeñito
con la Cruz al hombro. Se trata de un “homunculus” ya formado que va a entrar
en el interior de María. Esta interpretación fue objeto de muchas críticas y el
concilio de Trento terminó rechazándola para resaltar el verdadero sentido de
la Maternidad de María. Ella es Madre de Dios en toda su plenitud, aunque sin
dejar de ser Virgen, y Dios se hace hombre, a partir de ella y en su interior.
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