Desde que se inició la actual pandemia, han surgido diversas
teorías que la atribuyen a una acción intencionada o a la consecuencia de una “fuga”
del virus patógeno desde un laboratorio de investigación.
En concreto, se señaló como responsable a uno de esos
laboratorios situado en la ciudad de Wuhan, donde se inició la propagación de
la enfermedad. Las autoridades chinas lo desmintieron, sugiriendo la posibilidad
de que fuera introducida por unos atletas militares estadounidenses que
viajaron hasta allí para participar en un evento deportivo. Aún más retorcida
es la teoría que implica a ese singular personaje que es George Soros.
Ahora, la prestigiosa revista científica Nature Medicine, ha publicado un estudio
de un equipo del Scripps Research Institute, liderado por Kristian Andersen, en
el que desmonta todas esas teorías, concluyendo que la enfermedad tiene un
origen natural.
En primer lugar, señala que el agente causal de la epidemia
(SARS-CoV-2) es un virus de la familia SARS, otro de los cuales fue el
responsable de la epidemia, también aparecida en China en 2003, conocida como
Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), transmitido por las civetas, un
mamífero carnívoro de la familia Viverridae,
presente en la India, el sur de China e
Indochina. Aquella epidemia, localizada principalmente en China, afectó a poco
más de 8.000 personas, causando la muerte de 774, según los datos facilitados por
las autoridades de aquel país.
En 2012, apareció en Arabia Saudita una nueva epidemia que
fue denominada Síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), ocasionada por otro
virus de la familia. Procedía de los camellos y, quizás, muchos no la
recuerden, dado que su incidencia fue menor, circunscribiéndose a países de ese
área geográfica, aunque también afectó a otros, siempre a través de personas
que habían visitado la región. El 1 de noviembre de 2013 se detectó en España
el único caso que hubo, en una mujer que había participado en la peregrinación
a La Meca. Entre 2012 y 2017, hubo en total 2.040 casos, con una tasa de
mortalidad en torno al 30 %, bastante elevada.
Los autores del artículo que estamos comentando relacionan
el brote actual con los murciélagos y el pangolín, ese extraño animal de la
familia Manidae, cuyo cuerpo está cubierto de escamas y vive en Extremo
Oriente.
Ese origen ha podido ser demostrado al analizar la secuencia
genómica del virus causante de la pandemia, muy similar al existente en los
murciélagos y pangolines. Lo que no ha podido ser demostrado es la transmisión
directa a los humanos, por lo que es probable la existencia de un huésped intermediario.
Como es conocido, los virus no son organismos vivos y sólo
pueden reproducirse infectando las células de otros seres. Para ello, utilizan
los sistemas de los que disponen, entre ellos las proteínas de sus espigas, con
las que se “agarran” a esas células-huesped y logran abrirlas, como si fuera un
abrelatas, símil que utilizan en el artículo. La eficacia de esa proteína es lo
que ha llevado a concluir que no puede ser fruto de una manipulación
intencionada, sino de un proceso de selección natural, opinión que se reforzada
por su estructura molecular general, en términos vulgares la “columna vertebral”
de este nuevo virus. Si alguien hubiera querido fabricar un agente patógeno
hubiera utilizado virus ya conocidos, cosa que no ocurre en este caso.
Pero hay otro factor a tener en cuenta y es el del lugar en
que se produjo la mutación. Se barajan dos posibilidades que mutó ya dentro del
ser humano, lo que parece menos probable, o si tuvo lugar en el animal
reservorio desde el que “saltó” a la población. Pero si esto último es lo más
seguro la probabilidad de nuevos brotes se incrementa y sus consecuencias
imprevisibles.
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