Borja ha sufrido, al igual que otras localidades, diversas
epidemias que afectaron a su población en mayor o menor grado, desde la gran
epidemia de peste del siglo XVII, a las coléricas del siglo XIX o a la
gravísima de gripe, en 1918.
Tenemos datos bastante precisos de lo acaecido en cada una de
ellas, pero especialmente sobre la epidemia de cólera de 1885, por haber
publicado nuestro Presidente un minucioso trabajo en el nº VI de la revista Cuadernos de Estudios Borjanos.
Aquella epidemia tuvo una notable influencia en la vida
política española, debido al fallecimiento del rey Alfonso XII, atribuido al
contagio contraído durante la visita a un hospital de afectados. Sin embargo,
la causa real de su muerte fue la tuberculosis que el monarca venía padeciendo
sin que ese dato fuera conocido.
Debemos señalar, ante todo, que el cólera nada tiene que ver
con la actual pandemia, entre otras razones porque su contagio se realiza
fundamentalmente por vía hídrica y el agente causal es completamente diferente.
Por lo tanto, el comentar lo ocurrido entonces responde únicamente al deseo de
poner de manifiesto la importancia de las medidas de aislamiento que, en
aquellos momentos, impuso el Ayuntamiento de Borja y las consecuencias que
tuvieron las órdenes para anularlas.
Todo hay que situarlo en un momento en el que acababa de
descubrirse la causa de la enfermedad, la bacteria Vibrio cholerae aislada por Robert Koch en 1884. Curiosamente, un
médico español D. Jaime Ferrán y Clúa1a (1851-1929), había logrado elaborar una
vacuna, a partir de cultivos atenuados de la bacteria que Koch había denominado
Bacillus vírgula. Pero cuando se
desencadenó la epidemia no se permitió su empleo, por considerar peligroso el
método.
En su lugar, se difundían en los periódicos remedios tan sorprendentes como el consumo de Anís del Mono, para favorecer las digestiones, o el uso de una placa de cobre sobre la región del estómago, como eficaz preservativo frente al cólera.
Borja había sufrido epidemias de cólera en 1834, cuando fue
habilitado el convento de San Francisco como hospital de enfermos y el de Santo
Domingo para convalecientes. Pero especialmente grave fue la de 1874 que
provocó 306 muertos y cuyo recuerdo permanecía en la conciencia de los borjanos
cuando se desencadenó cuando aparecieron los primeros síntomas de la nueva
epidemia en 1884.
Era entonces Alcalde D. Sinforoso Garriga Nogués (tomo
posesión el 13 de julio de 1884) y, entre las medidas tomadas siguiendo las
indicaciones de la Junta Municipal de Sanidad, fue la de construir un lavadero
en Sayón. Se conocía el papel desempeñado por el agua en la transmisión de la
enfermedad y, por ese motivo, se quería evitar que las ropas de los enfermos
fueran lavadas en el lavadero habitual del río Sorbán, situado antes de entrar
en la población, situando el nuevo al final del recorrido del río por el casco
urbano. Hubo otras medidas, como la de prohibir los velatorios y, como nada
destacable sucedió, la disciplina se fue relajando, aunque no se celebró la
Feria de Septiembre cuando la epidemia se creía superada en España con la
llegada del otoño.
Pero, en el verano de 1885, el cólera hizo acto de presencia
en España y alcanzó nuestra comarca, siguiendo las vías de propagación que
pueden verse en este mapa.
El 1 de julio de ese año había tomado posesión de la
Alcaldía D. Tomás Sánchez Saldaña, natural de Borja y licenciado en Ciencias
por la universidad de Zaragoza. Los Tenientes de Alcalde eran D. Gaspar Otegui
y D. Antonio Fraguas que, con anterioridad, habían sido también alcaldes.
El Sr. Sánchez Saldaña era un hombre muy preparado y dotado
de gran energía. Al percatarse del alcance de lo que estaba ocurriendo,
especialmente en Ainzón, adoptó la polémica medida de establecer un cordón
sanitario en torno a la ciudad y crear un lazareto u hospital de afectados en
el Santuario de Misericordia.
Para ello, movilizó a todos los guardias rurales y monteros
(había un buen número en la ciudad) que se encargaron de bloquear los caminos,
no permitiendo el paso de ningún viajero. Los que deseaban cruzar por alguna
necesidad imperiosa era fumigados y llevados al Santuario a cumplir una
cuarentena, habilitando para este fin un servicio de carruajes.
Pero el pánico que la epidemia provocó en localidades
vecinas, hizo que muchas personas intentaran llegar a Borja, donde no había
habido ningún caso. Ante la imposibilidad que, para contenerlas, tenían los
guardias, el Alcalde movilizó a toda la población formando unas patrullas apostadas
en todos los caminos para mantener el aislamiento.
Todo se vino abajo cuando el Gobernador Civil ordenó cerrar
el lazareto del Santuario y levantar inmediatamente el cordón sanitario. Ello
fue debido a la presión de los comerciantes que exigían el libre tránsito de
mercancías y a la denuncia del delegado del Banco de España en Borja, aduciendo
que su trabajo se veía afectado por la restricción de movimientos.
Cuando la epidemia hizo finalmente acto de presencia en
nuestra ciudad, a finales de septiembre, se intentó restablecer las medidas
pero ya nada volvió a ser igual.
No obstante, la realidad fue que sólo hubo 61 afectados con
25 defunciones, cifras que contrastan con los 306 muertos que hubo en la
epidemia anterior o los 82 de Ainzón y los 200 de Mallén en 1885.
Hay que recordar que Borja tenía, en esos momentos, 5.619
habitantes, siendo el porcentaje de morbilidad (número de afectados) el 1,1 % y
el de mortalidad (fallecidos por la epidemia) el 0,44 %.
Los datos de otras localidades constituyen el mejor ejemplo
de que algo se hizo bien en Borja. El primer porcentaje que se reseña en cada
localidad es el de enfermos y el segundo el de fallecidos:
Mallen (59,2 % y 7,99 %); Novillas (39,3 % y 6,62 %); Ainzón
(38,6 % y 5,23 %); Fuendejalón (26,2 % y 4,57 %); Luceni (18,8 % y 1,77 %),
Boquiñeni (13,2 % y 4,17 %), Agón (13,1 % y 5,33 %); Magallón (11,1 % y 2,64
%), Bisimbre (10,3 % y 4,19 %), y Gallur (5,10 % y 2,01 %).
Al mismo tiempo que las medidas sanitarias, el Ayuntamiento
estableció ayudas “para procurar subsistencias a la clase proletaria) que
coordinaba una Junta creada inmediatamente y, para atender los gastos derivados
de la epidemia, en 1884 ya había sido aprobado un presupuesto extraordinario
por importe de 14.250 pesetas, transfiriendo fondos del ordinario o recurriendo
a la venta del trigo del Pósito y a una suscripción voluntaria entre los
vecinos.
En 1885, esa suscripción se convirtió en reparto obligatorio
que permitió recaudar 6.249 pesetas, se transfirieron 1.000 del presupuesto
ordinario la Diputación Provincial contribuyó
con dos ayudas de 250 y 500 pesetas respectivamente, quedando un déficit de
1.451 pesetas que se cargó a los presupuestos ordinarios siguientes.
Las disposiciones dictadas inicialmente por el Ayuntamiento
tuvieron una excelente acogida por parte de la ciudadanía y el 22 de agosto,
antes de que la epidemia llegara a desencadenarse, el Alcalde y los dos
Tenientes de Alcaldes fueron homenajeados con una ronda, en la que se
interpretaron los cantares que han quedado reflejados en esta hoja conservada
en el archivo del Centro, en la que también hay referencias a las súplicas
dirigidas a nuestra Patrona la Virgen de la Peana, para que siguiera
protegiendo la salud de la ciudad.
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