domingo, 29 de marzo de 2020

Las enseñanzas de los sucesos de Buenos Aires


         Recientemente, hicimos alusión a los sucesos acaecidos en Buenos Aires, en 1806 y 1807, a partir de los cuales nuestro Presidente teorizó sobre el inadecuado modo de enfrentarse a una situación de crisis y las consecuencias que ello tiene.
         La investigación partió de un documento conservado en el Archivo Histórico Provincial de Burgos que le fue facilitado por su Director D. Juan José Generelo Lanaspa. Se trata de las memorias del Teniente de Navío D. Juan de Latre y Aisa (1767-1828), nacido en Huesca y testigo presencial de aquellos acontecimientos. La transcripción del mismo fue publicada en Cuadernos de Estudios Borjanos LII, en 2009, pero ya, en 1998, nuestro Presidente se había ocupado de la figura de ese marino oscense en una comunicación presentada al IV Congreso de Historia Militar, celebrado en Zaragoza.

         Pero fue en una ponencia al XXXV Congreso Internacional de Historia Militar que tuvo lugar en Oporto, en 2009, cuando analizó el desarrollo de la crisis, teorizando sobre sus fases, que ya había abordado en otro Congreso Internacional celebrado en La Habana, en 2008, refiriéndose al caso de la Guerra de la Independencia española.



Comodoro sir Home Riggs Popham
Brigadier William Carr Beresford


         Centrándonos en el caso de Buenos Aires, es preciso recordar que el 14 de abril de 1806 había zarpado de la colonia inglesa del cabo de Buena Esperanza una escuadra mandada por el comodoro sir Home Riggs Popham, a bordo de la cual iba una fuerza expedicionaria al mando del brigadier William Carr Beresford, que tenía como objetivo apoderarse de Buenos Aires.

         Tras una escala en la isla de Santa Elena, arribo al Río de la Plata a comienzos de julio de 1806, aunque no desembarcaron en Quilmes hasta el día 25.


D. Rafael de Sobremonte y Núñez

         Al frente del virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, se encontraba desde 1804 D. Rafael de Sobremonte y Núñez. Aunque militar de profesión, su experiencia en combate era nula, dado que su trayectoria personal había discurrido por destinos administrativos. Como tampoco contaba con asesores competentes ni recursos suficientes, resultó ser la persona más inadecuada para hacer frente a una crisis de esas características, a pesar de haber recibido avisos de lo que iba a ocurrir.



         Cuando los buques ingleses (el lienzo reproducido no corresponde a ese momento histórico) se aproximaba, el virrey con el asesoramiento de sus “expertos”, incurrió en el primer error a la hora de enfrentarse a una situación de crisis: Negar la evidencia. No ocurrirá nada, pues nunca los ingleses han atacado Buenos Aires.



         Cuando ya se había detectado su cercanía, seguía empecinado en su error: Probablemente no son buques ingleses, sino balleneros norteamericanos que se desplazan hacia el Sur. Y, cuando el desembarco ya se había iniciado, aún creía que eran unos botes que llegaban a la costa para aprovisionarse de agua, “hacer aguada” como se decía entonces.



Pero los ingleses comenzaron a avanzar hacia la capital, momento en el que incompetente virrey aún se aferraba a una falsa sensación de seguridad, dado que la plaza disponía, según él, de la mejor defensa: una zona pantanosa en el lugar del desembarco que, supuestamente, no podría ser atravesada por los invasores.

No fue así y quien nada había previsto para atajar a tiempo el peligro, incurrió en la segunda fase del manejo incompetente de una situación de crisis: La adopción de medidas ineficaces, insuficientes y, lo que es peor, faltas de coordinación. Ello provocó espectáculos que, de no ser trágicos, habría que calificar de cómicos, como el de los cañones que, enviados desde diferentes lugares, se cruzaban en los caminos o el que las tropas carecieran de los medios necesarios para frenar el avance.



         Mientras tanto, el virrey había abandonado la capital, con el pretexto de salvar los caudales o fondos que allí estaban depositados, por lo que, sin apenas resistencia, la ciudad fue ocupada en la tarde del día 27. Una fuerza expedicionaria de 1.600 hombres se impuso a una población que superaba los 60.000 habitantes.

         Pero, para entonces, se había desencadenado la tercera fase de la crisis: el abatimiento que impide adoptar medidas coherentes y que lleva al extremo de sumir en una total postración a las autoridades que esperaban la llegada de Beresford en lo que más parecía un velatorio que un puesto de mando. Se llegó al extremo de no saber ni cómo firmar la capitulación o indicarle el lugar dónde habían escondido los caudales, antes de que el inglés los pidiera.


C. N. D. Santiago de Liniers y Bremond

         La catástrofe se vio paliada gracias a la reacción encabezada por el Capitán de Navío D. Santiago de Liniers y Bremond que, desde Montevideo logró conducir una fuerza para recuperar la ciudad.




         Pero ello fue posible gracias al alzamiento generalizado de la población civil que, desde las calles y las azoteas de las casas hizo frente al invasor con todos los medios disponibles. Beresford se vio sorprendido por un tipo de combate urbano para el que no estaba preparado y tuvo que rendirse el 12 de agosto, dando fin a su efímera ocupación.



         De nuevo volvieron a intentarlo los ingleses en 1807, con fuerzas mandadas por el general Whitelocke. Para entonces, el virrey Sobremonte había sido sustituido y reemplazado por Liniers como Virrey interino (luego llegó el nombramiento efectivo).

Aunque se dedicó a reorganizar las defensas, creando regimientos de milicias, entre ellos el llamado de “Patricios”, hubo un momento en el que se mostró partidario de capitular pero fue la presión del pueblo la que condujo a una resistencia numantina, ante la que se estrelló el ataque  iniciado el 5 de julio de ese año, mal planteado por Whitelocke que tuvo que rendirse, por lo cual fue procesado y condenado posteriormente en Londres.



         Pero la crisis mal conducida y resuelta por la reacción popular sentó las bases para lo que, posteriormente, sucedió. Todos los investigadores señalan su influencia en el movimiento emancipador, así como en los problemas derivados de la invasión francesa en la península (otra crisis mal abordada en sus inicios).




         El hecho de que Liniers fuera francés y su dubitativa postura ante lo que estaba ocurriendo en España, fueron determinantes para que el que, poco antes, había sido aclamado como héroe de Buenos Aires, terminara siendo fusilado, siendo el único virrey que sufrió esta triste suerte en todo el proceso de la independencia americana.

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