Ayer por la tarde, desde las torres de la colegiata de Santa
María fue difundido reiteradamente un comunicado de la parroquia en el que se
anunciaba una decisión inédita hasta ahora: La suspensión de todas las
Eucaristías que se celebran en nuestra ciudad, desde hoy domingo, hasta nueva
orden. La medida venía acompañada del cierre de todos los templos.
La decisión adoptada por el obispado, atendiendo a las
recomendaciones de las autoridades sanitarias, es la primera vez que se adopta
en toda la historia.
Epidemias, como hemos comentado, ha habido muchas pero nunca
se habían clausurado los templos, aunque sí se restringieron los funerales e,
incluso, el culto en Santa María hubo que trasladarlo en una ocasión a Santo
Domingo. Pero ello obedeció a la insalubridad provocada por los numerosos
enterramientos que se efectuaban en su interior, debido a que entonces no
existía cementerio.
En la última epidemia de cólera, se prohibieron los
velatorios que se realizaban en los domicilios de los difuntos, cuyos cuerpos
eran trasladados a una dependencia habilitada en el hospital Sancti Spiritus,
donde eran vigilados por un funcionario municipal, sin que pudieran estar
presentes los familiares.
El cierre de las iglesias, motivado por razones suficientes
dada la gravedad de esta crisis, no debe hacer olvidar a los creyentes la
necesidad de elevar sus preces al Señor, con el fin de que no de otra situación
inédita, la de ser la primera epidemia de la historia en la que no se tenga
presente a Dios. Para muchos, esto puede parecer innecesario, dado que “los
tiempos son diferentes”, pero otros siguen considerándolo un refugio seguro en
tiempos de calamidad.
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