Una de las más preciadas reliquias que conserva la ciudad de Caspe es el Lignum Crucis que el Papa Clemente VII regaló al Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén Juan Fernández de Heredia, el cual lo entregó a la colegiata de Caspe en la que quiso ser enterrado y cuya tumba fue saqueada y destruida durante la guerra civil, como el resto del templo. Afortunadamente, se salvaron este relicario y el cáliz del Compromiso.
De
aquella astilla de la Cruz de Cristo que se conserva en Caspe, el comendador D. Pedro de Monserrat llevó a Ambel en 1549 un fragmento, junto con otras
reliquias, que actualmente son las Patronas de la villa.
Este
año, Caspe está celebrando el 625 aniversario de la llegada a la ciudad de esa
Vera Cruz que el Papa utilizó como cruz pectoral y que, poco antes de su
muerte, regaló a su amigo y consejero Juan Fernández de Heredia.
Conocedor
de la indubitada procedencia del Lignum Crucis de Ambel, el Párroco de Santa
María la Mayor del Pilar de Caspe D. Samuel San Miguel Giraldo quiso conocerlo
y, con ese propósito, se desplazó ayer hasta esa localidad, acompañado por
nuestro compañero del Centro de Estudios Comarcales del Bajo Aragón-Caspe y
colaborador de la parroquia D. Domingo Albiac Berges.
Con
gran respeto y devoción fue trasladada la reliquia a la capilla que D. Pedro de
Monserrat mandó edificar y en la que, durante siglos, se conservaron las Santas
Reliquias. Allí se procedió a medir el fragmento existente en el relicario que
es mucho más pequeño de lo que, a primera vista, pudiera parecer, dado que son
únicamente dos finos filamentos de madera.
Durante
su estancia en Ambel tuvieron ocasión de conocer el importante patrimonio
artístico que conservan, tanto la iglesia parroquial de San Miguel (aún en
restauración) como la ermita del Rosario.
Esa
relación entre Caspe y Ambel no es nueva, dado que 1999, con motivo del 450
aniversario de la llegada a esta villa del Lignum Crucis, se colocó esta vidriera
en la capilla de las Santas Reliquias, en la que ambas localidades aparecen enlazadas
por esa común devoción al Santo Madero en el que se consumó el misterio de la
Redención.
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