Tras el artículo que publicamos sobre las cabañas de piedra seca de la Muela de Borja, han sido muchas las personas que han mostrado su preocupación por su conservación y por la necesidad de preservar ese importante patrimonio cultural. Lógicamente, surge la pregunta inevitable sobre la forma de acometer ese reto, ante el que surgen varios interrogantes, el primero de los cuales es el relativo a la actual propiedad de esas cabañas.
Por eso, queremos poner como ejemplo lo
ocurrido con el puente de Vulcafrailes, otra obra emblemática también realizada
originalmente en piedra seca, cuyo estado había llegado a ser calamitoso, con
sus aletas parcialmente derrumbadas y con el pretil desaparecido al haber sido
recargado su tablero para permitir el paso de vehículos agrícolas mucho mayores
que los soportados hasta entonces.
En este caso, bastó la decisión del M.I.
Ayuntamiento para acometer su restauración, allegando los recursos necesarios,
sin preguntarse a quién correspondía el llevarla a cabo.
El resultado está a la vista y la salvación
del puente al que algunos consideraban definitivamente perdido, constituye un ejemplo
para actuaciones similares, entre las que no deberían descartarse las
relacionadas con las casetas de piedra seca de la Muela, llegando a crear un circuito
senderista para visitarlas, como viene proponiendo desde hace tiempo Pedro
Domínguez Barrios.
De hecho, el puente de Vulcafrailes lo es
y podría serlo aún más, dada su historia y su estratégica ubicación en el punto
de encuentro de dos antiguas calzadas romanas, la de Caesaraugusta a Asturica
y la que, desde aquí conducía a Turiaso y la meseta.
Todo ello, sin recurrir a “nuevos
alicientes” como el falso dolmen creado en el parque eólico de Puylobo, que ya
comentamos, al igual que otro de nueva creación en el Santuario de Misericordia,
que hubo quien los presentó como sensacional hallazgo arqueológico.
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