Las
Edades del Hombre es una iniciativa cultural promovida por las diócesis de
Castilla-León que, desde 1988, muestra el Patrimonio Artístico Religioso de esa
zona, a través de una serie de exposiciones en distintas ciudades.
El
proyecto fue impulsado por el recordado sacerdote D. José Velicia y del
escritor D. José Jiménez Lozano y, posteriormente, se configuró como una fundación
que tiene su sede en el monasterio de Santa María de Valbuena (San Bernardo,
Valladolid). La labor no se circunscribe a la organización de las exposiciones,
sino que también se lleva a cabo un excelente trabajo de restauración y
difusión del patrimonio.
El
Centro de Estudios Borjanos conserva los catálogos de todas las exposiciones y
hemos puesto especial interés en visitar la mayor parte de ellas. Por este motivo,
el pasado fin de semana viajamos hasta la ciudad de Toro, sede de esta XXI
edición de las Edades del Hombre que, en esta ocasión, tiene como hilo
conductor al agua.
La
exposición ha sido instalada en dos templos muy cercanos. Por un lado la
espectacular colegiata de Santa María la Mayor, cuyo Pórtico de la Majestad,
que conserva la policromía original, ya justifica una visita a esta ciudad.
El
segundo espacio expositivo ha sido instalado en la iglesia del Santo Sepulcro
que, originalmente, fue sede del priorato de esa orden en España, pasando después
a la Orden de Malta.
Las
dos iglesias constituyen, por sus características arquitectónicas, el marco más
adecuado para la exhibición de un conjunto de piezas que se estructuran en
torno a un discurso expositivo que viene a resaltar el sentido del agua en el
Antiguo y en el Nuevo Testamento.
El
montaje responde a las características de estas exposiciones, siempre muy
cuidadas y en las que, desde algunos años, se ofrecen muestras del arte
contemporáneo con piezas de otras etapas del pasado. No es posible valorar el contenido
de una exposición individualmente, sino que ha de hacerse dentro de ese
conjunto que son todas las promovidas por la fundación. Este año, los visitantes
echaban en falta un vídeo que mostrara el objetivo primordial de la muestra,
aunque el audiovisual explicativo del pórtico de la Majestad es sumamente
interesante. Como ya es habitual, las medidas de seguridad son excesivamente
agobiantes. Es cierto que estamos en una situación de cierto riesgo, pero
sentirse constantemente vigilado no es una sensación grata. En los museos
nacionales y extranjeros (incluidos los vaticanos) se vigila igualmente, pero
no es lo mismo, y por otra parte se pueden realizar fotografías (sin flash),
cosa que en las Edades no ocurre.
Una
de las principales consecuencias que tienen estas exposiciones es el número de
visitantes que congregan. Ha habido ediciones en las que se superó con creces
el millón de personas y las que menor afluencia han registrado se sitúan en
torno a las 200.000.
De
ahí, el interés de muchas localidades por acoger una de estas ediciones. En
Toro hemos visto, como anteriormente en otros lugares, grupos organizados
desplazándose por las calles del casco antiguo, convertidas en espacios
peatonales, algo habitual en numerosas ciudades. Alojamientos de calidad, una
oferta gastronómica muy atractiva y las tiendas de recuerdos turísticos, junto
con el excelente estado de plazas y jardines constituyen elementos que favorecen
el desplazamiento hasta Toro.
Una
ciudad de dilatada tradición histórica que merece la pena conocer y que ofrece
al visitante una serie de importantes monumentos, como el recientemente restaurado
alcázar, sobre el Duero que discurre a los pies de un impresionante cortado.
No
es posible efectuar una relación detallada de todos los monumentos que podemos
contemplar en la ciudad. Sí queremos destacar a la iglesia de San Lorenzo el
Real, con su románico en ladrillo que produce un llamativo juego de luces y
sombras. De este templo nos hablaba ayer un ilustre magallonero, pues no en
vano Magallón tiene al Santo como Patrono y titular de su iglesia parroquial.
Nos
impresionó también el monasterio de Sancti Spiritus “el Real”, de religiosas dominicas,
con sus cuidadísimos jardines, el hermoso conjunto de edificaciones de su
recinto, en el que se encuentra un Museo de Arte Sacro que no pudimos visitar. Aquí
se encuentra el sepulcro de la reina Beatriz de Portugal, esposa de Juan I de
Castilla.
No
es el único convento de Toro, pues también cuenta con uno de clarisas y el de
Santa Sofía, en este caso de religiosas premostatenses, creado en el que fuera
palacio de la reina Dª María de Molina, esposa de Sancho IV. Al lado se
encuentra la iglesia de Santa María de Arbas que nos mostró un amable guardián.
Otro
monumento destacado es el antiguo palacio de los marqueses de Alcañices, donde
se estableció, en 1643, el conde duque de Olivares, tras su caída y destierro,
muriendo allí en 1645. En 1864, se establecieron en este edificio las hermanas
de la Congregación del Amor de Dios, fundadas por D. Jerónimo M. Usera y
Alarcón, que adaptaron su interior. En la fachada lateral se pueden ver los
soportes de un hermoso balcón que fue robado durante la ocupación francesa.
Ya
hemos indicado que describir los múltiples palacios de la ciudad es tarea
inabarcable en un artículo. Insertamos tan sólo imágenes de su Casa
Consistorial y de alguna de sus puertas, entre ellas la que se remata con la
bellísima torre del reloj.
Quienes
deseen conocer todo ese conjunto monumental, declarado Bien de Interés
Cultural, y visitar la exposición, pueden hacerlo hasta el 14 de noviembre,
fecha en la que está prevista su clausura. No les defraudará y hasta podrán
disfrutar de atardeceres como el que pudimos contemplar sobre el Duero.
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