Creemos
que esas muestras de cariño que son las ofrendas florales de estos días pueden
efectuarse de forma espaciada y, siempre que sea posible, de manera individual,
sin provocar aglomeraciones y manteniendo las medidas de seguridad, mientras no
se disponga otra cosa.
Pero,
lo cierto es que la epidemia sigue su curso ascendente sin que, en estos
momentos, pueda efectuarse un cálculo preciso de sus consecuencias. La más
trágica sería un notable incremento del número de fallecimientos. Por ahora, aún
no se han alcanzado las cifras de la pasada primavera y ojalá que no nos veamos
desbordados en esta nueva etapa.
Sin
embargo, las autoridades a la hora de elaborar los planes de contingencia
siempre deben situarse en el peor de los supuestos y esto afecta también a los
Ayuntamientos en las competencias que les son propias y hay una que les
corresponde específicamente a ellos: la de disponer de un número suficiente de
enterramientos para un imprevisto caso de necesidad.
Hay cementerios
en los que el espacio disponible es muy escaso y una mortalidad superior a lo
normal puede colapsar su capacidad. En Borja, ya ocurrió eso en una lejana
epidemia que obligó a cerrar Santa María (donde entonces tenían lugar los
enterramientos) y trasladar el culto a Santo Domingo.
Actualmente
no es complicado construir nichos, pero hay que tenerlo previsto. No sirve
alegar el recurso de la incineración pues, en los meses pasados, las
instalaciones habilitadas para ello en algunas ciudades se vieron desbordadas y
hubo que recurrir a las de otras localidades, algunas muy alejadas.
En
otros casos se abrieron fosas comunes y las de la isla de Hart en la bahía de
Nueva York impresionaron a todos. No se trata, por lo tanto, de alarmismos
innecesarios ante algo que puede no ocurrir, sino de evitar ser sorprendidos en
el caso improbable de que ocurriera un número de fallecimientos superior al que
todos deseamos.
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