Hasta hace no demasiado tiempo, el
árbol de Navidad era considerada una costumbre foránea, frente a la tradición del
belén “español” al que hacíamos referencia en nuestro artículo de ayer.
Pero lo cierto es que, poco a poco, logró ir introduciéndose en nuestros hogares y en los lugares públicos, como en otras partes del mundo, aunque en muchas ocasiones, manteniendo el belén o Nacimiento, como venimos haciendo en la Casa de Aguilar. Esta foto es de 2016 y corresponde al momento en el que la cofradía de San Bartolomé llegó para hacer entrega de su felicitación a nuestro Presidente, como hace con todos los cofrades ancianos.
Según la tradición fue San Bonifacio (680-754),
el evangelizador de Alemania, quien introdujo la costumbre del árbol de Navidad.
Cuando llegó a esas tierras, encontró que se veneraba a un roble, como árbol
sagrado, consagrado a Thor u otros dioses. Tomando un hacha con sus manos, lo
cortó, tal como se le representa en su iconografía.
En su lugar, plantó un pino que, por
ser de hoja perenne (frente al roble que es de hoja caduca), quería que representase
a Dios y lo adornó con manzanas y velas. Las manzanas recordando al pecado original
y las velas a Cristo, luz del mundo.
Hoy, las bolas y la iluminación de los
árboles siguen recordando a esas manzanas y velas originales. Además, se
introdujo la costumbre de colocar un calcetín para recibir los regalos que suelen
colocarse el Día de Navidad al pie del árbol, aunque en España esa costumbre se
relaciona con el Día de los Reyes Magos, no siendo ya infrecuente una
duplicidad de fechas.
Posiblemente, el primer árbol de
Navidad en la forma actual surgió en Alemania, a comienzos del siglo XVII, y
desde allí se extendió la costumbre por toda Europa, no sin ciertas
reticencias.
A España llegó de la mano de una
princesa de origen ruso, Sofía Troubetzkoy, que se había casado en segundas
nupcias con D. José Osorio y Silva, marqués de Alcañices, un destacado aristócrata
que tenía su palacio en la confluencia del paseo del Prado con la calle de
Alcalá, donde hoy está el Banco de España. Allí se instaló por vez primera un
árbol en la Navidad de 1870.
Pero la presencia de árboles ha llegado
al paroxismo en lugares tan emblemáticos como la Casa Blanca, en donde la
primera dama de los Estados Unidos suele mostrar la abigarrada decoración que
diseñan cada año.
El árbol elegido, preferentemente, para
su instalación en lugares públicos es el abeto y en la plaza de San Pedro no
falta cada año uno de grandes dimensiones, junto a un Nacimiento. Pero, al tratarse
de un árbol real que ha sido talado, no está exento de polémicas que, este año,
han alcanzado su máxima expresión.
De ahí que la mayoría de Ayuntamientos
como los de Madrid, Zaragoza o Borja opten por utilizar estructuras
artificiales iluminadas, en forma de árbol. Algunos de nuestros lectores
recordarán la polémica suscitada en el pasado, en nuestra ciudad, cuando se
taló un pino del cabezo de San Jorge para instalarlo en la plaza de España.
En la mayoría de los hogares, comercios
e instituciones, se suele optar por un árbol artificial (como hacemos
nosotros). Los hay muy bonitos, incluso con iluminación incorporada. Sin
embargo, siguen vendiéndose abetos naturales en viveros y mercadillos, que suelen
ser plantados para ese fin y que, al término de las fiestas, hay organizaciones
que los recogen para evitar que mueran.
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