lunes, 30 de enero de 2017

Efemérides del 30 de enero

         El 30 de enero de 1598 nació en nuestra ciudad D. Dionisio de Aibar Litago, siendo bautizado en la parroquia de San Bartolomé. Miembro de una ilustre familia con casas en Magallón y Borja, cursó estudios eclesiásticos y, tras ser ordenado sacerdote, comenzó a manifestar cierta facilidad para realizar conjuros y exorcismos.
         Fue en su ciudad natal donde comenzó a poner en práctica sus dotes, logrando apaciguar tormentas e, incluso, expulsar el demonio del cuerpo de un fraile de San Francisco que, nada más verlo entrar en la celda, comenzó a gritar diciendo: “Quitadme de aquí a éste, que ha de ser el azote del infierno”.
         D. Dionisio era un hombre bueno y piadoso que, jaleado por sus paisanos, tomó conciencia de sus poderes y el número de prodigios que obraba fue creciendo. Se decía que, con solo mirarlos a la cara, podía identificar a los hechiceros. También podía predecir el día y la hora en que fallecerían los que se cruzaban con él, lo que no siempre era bien aceptado por todos, a pesar de lo cual sus pronósticos se cumplían inexorablemente.
         No sabemos si, por desear ampliar el campo de su actuación o por razones meramente pastorales, se estableció en Madrid, donde continuó realizando exorcismos, tan celebrados que se su fama despertó el interés de los Reyes. 




         A finales de julio de 1639, estaba realizando unos exorcismos, en la iglesia de Santa Catalina (pudo ser la del desaparecido convento de Santa Catalina de Siena), a una mujer llamada Catalina Manzano. El demonio se resistía, porque no era uno cualquiera el que se había apoderado de la desgraciada, sino el propio Satanás quien, con cinco legiones de subalternos.



         En sus prácticas andaba el clérigo borjano cuando los monarcas manifestaron su deseo de asistir y, acompañados por el conde-duque de Olivares y otros altos dignatarios, fueron hasta la iglesia, tras haberle enviado la comida de aquel día, que no probó, pues mientras realizaba los exorcismos solía ayunar.
         A las cuatro y media de la tarde, comenzó una nueva sesión, con escasos resultados. Le ayudaba otro sacerdote menos práctico que prefería abofetear a la endemoniada, con tanto vigor que su cuñada decidió llevársela a casa. Como los reyes, habían venido a ver actuar a D. Dionisio, el conde de Barajas le rogó que volviera a ocuparse de nuevo del exorcismo, reemplazando a su inexperto ayudante.
         El demonio, sometido a los poderes del clérigo borjano, comenzó a agitarse en el interior de su víctima que cayó a tierra sin sentido. Al volver en sí, entre temblores y convulsiones, D. Dionisio se percató de que el demonio quería hablar y le ordenó hacerlo.
         Fue entonces cuando se produjo la hecatombe, pues a Satanás le dio por profetizar el futuro de la monarquía: “Felipe, Felipe, Felipe: cree aunque soy demonio... No tomes las armas porque te has de ver muy apretado y has de tener mucha ruina. Y todo lo que te hacen creer, te lo entretienen con pasatiempos y comedias”.



         Tamaño descaro provocó la indignación del conde duque que intentó apartar a los reyes, rogándoles que no creyeran “a este enredador que es padre de mentiras”. No sabemos si, para el conde duque, el enredador era Satanás o el exorcista. Pero, la respuesta no tardó en llegar: “Es verdad que soy padre de mentiras. Pero tú estás gordo de tantos pecados”, en clara alusión a la obesidad del todopoderoso valido.
         Siguieron luego una serie de terribles profecías: “Para que veas que es verdad lo que tengo dicho, a diez de agosto temblará toda tu casa y, a veinte siguiente de febrero, te entretendrán con pasatiempos y comedias en el Retiro, y antes de las siete de la mañana estará ardiendo. Y Cataluña se te levantará antes del grande día del Señor, y para este gran día, Andalucía se te estará revolviendo, pero con uno que envíes se compondrá todo. Y para el de la Fe, Portugal estará levantado y tendrá Rey”. Aquello era mucho más de lo que los presentes podían escuchar y, tomando parte en el acto, comenzaron a insultar al demonio, llamándole a gritos borracho, loco y mal espíritu. Así acabó lo que más que exorcismo parecía la consulta de un oráculo pues todo lo anunciado se fue cumpliendo para desgracia del monarca y, sobre todo, de D. Dionisio Aibar que terminó compareciendo ante el Tribunal del Santo Oficio, aunque no queda constancia de que llegara a ser condenado.
         Sin embargo, todo se cumplió, pues a comienzos de 1640 se produjo un incendio en el palacio del Buen Retiro y, aunque no sabemos si tembló Madrid en agosto, sí lo hicieron los cimientos de la monarquía, con ocasión de los sucesos desencadenados pocos meses después, ya que Cataluña se sublevó, efectivamente, y la crisis iniciada al año siguiente no se resolvió hasta 1652. Por su parte, los portugueses proclamaron rey al duque de Braganza, con el nombre de Juan IV y se independizaron para siempre. Lo que sí pudo atajarse a tiempo fue la conjura protagonizada por el duque de Medina Sidonia en Andalucía. Todo ello, condujo finalmente a la destitución del conde duque en 1643. Lo que, al parecer no predijo, fue la muerte de la reina Isabel de Borbón, acaecida el 6 de octubre de 1644. Debió ser para no apenar más a su regio esposo, que ya tenía bastante con las revelaciones sobre su valido.




El 30 de enero de 1780 era bautizado en la parroquia de San Bartolomé de Borja D. Francisco Sangüesa Borau que llegó a ser Guarda General de Arboledas y Paseos de la Casa Real, durante el reinado de Carlos IV, llevando a cabo la renovación del arbolado del Real Sitio del Buen Retiro que, en esa época, ya no era como aparece en esta vista y, por otra parte, los jardines fueron en gran parte arrasados durante la Guerra de la Independencia..
D. Francisco, fue quien introdujo en Borja el cultivo de la patata, aunque no gozó de mucha popularidad entre sus paisanos que le llamaban “El afrancesado”. Lo era, desde luego, y durante los años de la guerra, su posición se afianzó al socaire de las autoridades de ocupación, realizando importantes negocios.
Sin embargo, cuando algunos productos básicos, como el trigo, comenzaron a escasear, los borjanos culparon a Sangüesa (que residía ya aquí) de todos sus males y colocaron pasquines contra él en las calles. Se formaron patrullas para evitar que salieran de la ciudad carros cargados con cereal y los tumultos fueron creciendo, sin que lograra identificar a los promotores, ni demostrar las acusaciones contra este personaje.
Con motivo de la elaboración de este artículo, hemos podido encontrar nuevos datos de su biografía, que vienen a complementar los que, en su día, publicamos en nuestro Diccionario.

Hemos podido conoce que tuvo un hijo, de nombre Mariano, que en 1840 se matriculó en la Escuela Nacional de Taquigrafía de Madrid. En la relación de inscritos, aparece como nacido en Borja y, en esos momentos, tenía 24 años. Se da la circunstancia de que fue uno de los 9 aprobados.




         Fue quien, en 1847, tradujo el Tratado del cultivo de la morera, al final del cual su padre D. Francisco aportó una serie de notas, que finalizan con el párrafo que insertamos, en el que se queja de su salud y de su edad. Tenía entonces 67 años.



         Del hijo hemos encontrado esta otra obra, Esposición y proyecto sobre planteros, en la que confiesa su admiración por su padre, al que pretende continuar en su defensa del arbolado.
         Lo más importante es que, en la introducción, glosa su figura y nos aporta datos sumamente interesantes para conocer su biografía. En primer lugar, afirma que murió con 72 años, luego su fallecimiento debió acaecer en 1852. Dice de su progenitor que “poseyó grandes virtudes: fue poderoso y, con generosidad regia, derramó en los infelices los cien mil duros de su patrimonio; humanitario, y con solicitud evangélica propagó para bien del hombre el cultivo de la patata; verdadero liberal, y con peligro de la propia logró conservar la existencia de sus semejantes”.
         Su papel en la difusión del consumo de la patata ya lo conocíamos y, respecto a su ideología liberal, era evidente como tampoco debe extrañarnos que su hijo se alistara en las filas de la Milicia Nacional.
         Pero entre sus méritos, destaca la plantación del arbolado del canal Imperial de Aragón; el del paseo de la Castellana y otros “mil paseos de Madrid”. En otra referencia, se indica lo mucho que debe la capital de España al esfuerzo de este borjano.
         Fue también el creador de los jardines de San Fernando de Henares, de numerosas plantaciones de olivos “que no verá repetir la generación actual” y del “caudaloso pantano en la provincia de Jaén”.
         Enumera además los cargos que desempeñó: Director facultativo de los arbolados de Madrid; Visitador General de los del duque de Osuna, y, hasta su fallecimiento, Inspector de la Real Casa.
         Nos ha llamado la atención que D. Francisco Sangüesa aparezca, en 1849, como vocal de la Junta General de Agricultura de Madrid, aunque especificando que tiene su residencia en Logroño.
         En cualquier caso, ha merecido la pena destacar la labor de estos dos relevantes borjanos de los que, al menos el padre, “hizo algo por Borja”, darnos patatas para comer, algo imprescindible para nuestros tradicionales “ranchos”.

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