San
Marcelo I (siglo IV). Durante la persecución de Diocleciano,
una de las más duras, murió el Papa San Marcelino, muchos templos fueron
destruidos y hubo cristianos que apostataron para salvar la vida. Pasaron
cuatro años antes de que fuera elegido un nuevo Papa, en la persona de Marcelo,
uno de los más prestigiosos presbíteros, por su actitud durante la época de la
pasada persecución. Tuvo que encargarse de la reorganización de la Iglesia,
reconstruyendo los templos y decretando que aquellos que, habiendo renegado,
deseasen reconciliarse tuvieran que someterse a un período de penitencia. Entre
ellos hubo algunos que lo denunciaron al emperador Majencio, consiguiendo que
fuera desterrado. Falleció en el exilio el 16 de enero de 309. Sus restos
fueron sepultados en el cementerio de Priscila de Roma.
San Danacto de Aulona (siglo IX). Nacido en
Valona, en la costa adriática de la península balcánica. De su vida únicamente
se conoce que fue diácono en Santa María de Leuca, al sur de Italia. Allí,
durante un ataque perpetrado por sarracenos, puso a salvo la Eucaristía pero,
inmediatamente después, fue asesinado a golpes.
San
Melas de Rinocorura (siglo IV). Nacido en esa localidad
egipcia muy cercana a Palestina, vivía retirado cuando fue elegido obispo. En
unos momentos en los que ha herejía arriana hacía estragos, se mantuvo firme en
la defensa de la fe de la Iglesia, siendo desterrado por el emperador Valente.
San
Honorato de Arlés (siglo V). Nacido en Tréveris
(Alemania) a mediados del siglo IV, pertenecía a una familia pagana de origen
galorromano. Se convirtió al Cristianismo y viajó a Grecia donde entró en
contacto con los eremitas que residían en aquellas regiones. Al regresar,
decidió practicar ese modo de vida y se retiró como ermitaño a una de las islas
situadas frente a Cannes, que hoy lleva su nombre. Pronto se sumaron otros
compañeros con los que fundó el monasterio de Lerins que se convirtió en un
activo centro cultural. Elegido obispo de Arlés, murió poco después, el 16 de
enero de 429.
San
Jacobo de Moûtiers (siglo V). Íntimamente relacionado con
el anterior, del que fue discípulo, se encuentra San Jacobo de Moûtiers o
Jacques de Tarentaise. Era de origen sirio y había combatido contra los
romanos. Poco después de convertirse al Cristianismo, conoció a San Honorato
con quien se estableció en el monasterio de Lerins. Al ser ordenado obispo de
Arles, San Honorato envió a su discípulo como misionero para evangelizar la
región de Tarantasia (zona limítrofe entre Francia e Italia). Al ser invadida
por los burgundios tuvo que regresar junto a su maestro que, hacia el año 426,
lo consagró obispo, estableciendo su sede en Moûtiers, la capital de la región
que había evangelizado.
San
Ticiano de Oderzo (siglo VII). Nacido en la ciudad de
Heraclia (Italia), en el seno de una familia noble. Fue educado por el obispo
de Oderzo, Floriano, que lo ordenó presbítero y le encomendó puestos de
responsabilidad en la administración diocesana. Fue elegido para sucederle,
distinguiéndose en la lucha contra la herejía arriana. Falleció el 16 de enero
de 632. Su culto está atestiguado desde la antigüedad y es patrón de varias
ciudades.
San
Leobato o Leobardo (siglo VI). Únicamente se sabe de su
vida que fue discípulo de San Urso que lo eligió como abad del monasterio de Sennevières
en Touraine (Francia), dándole instrucciones para su gobierno. Allí falleció
santamente hacia el año 540. Sus restos fueron venerados en la iglesia de la
abadía, perdiéndose durante la Revolución francesa.
San
Triverio o Triviers (siglo VI). Según la leyenda, hacia el
año 538 fueron capturados por el rey merovingio Teodoberto, en la región de
Dombes, dos jóvenes doncellas que fueron llevadas prisioneras a Flandes, donde
el abad del monasterio de Wiserne decidió devolverlas a su lugar de origen,
encomendando este cometido a un monje llamado Trivier. Tras cumplir el encargo
puntualmente, decidió quedarse en esa zona, viviendo como ermitaño el resto de
su vida, falleciendo el 16 de enero de 550. Allí surgió una ciudad que lleva el
nombre de este santo eremita.
San
Furseo (siglo VII). Nacido en Irlanda hacia el año 567,
era hermano de San Foillán de Fosses y de San Ultano. Evangelizó Inglaterra,
fundando la abadía de Cnobheresburg, en Norfolk, de la que fue abad,
sucediéndole San Foillán. Con su otro hermano vivió en soledad durante algún
tiempo. Se exiliaron después en Francia, donde fueron protegidos por el rey
Clodoveo I y allí fundó otros dos monasterios.
Murió en Mézerolles hacia el 648.
Santa
Juana de Bagno (siglo XI). Nacida en Fontechiuso
(Italia), profesó como religiosa lega en el monasterio camaldulense de Santa
Lucía de Bagno, siendo muy joven. Allí fue compañera de la Beata Inés de Bagno
y murió a avanzada edad, hacia 1105, tras una vida humilde entregada a la
oración. Venerada desde los primeros momentos, su culto fue confirmado por el
Papa Pío VII el 15 de abril de 1823.
Santos
Berardo, Otón, Pedro, Acursio y Aiuto (siglo XIII). También
conocidos como mártires franciscanos de Marruecos, habían sido enviados por el
propio San Francisco a predicar el Evangelio a los musulmanes. Primero
estuvieron en Sevilla, de donde fueron expulsados, viajando hasta Marruecos,
donde iniciaron su labor pastoral entre los cristianos que, como mercenarios,
servían en las tropas del sultán. Pero, llevados por su entusiasmo ampliaron su
catequesis entre los musulmanes. En principio, los consideraban unos
perturbados por su osadía, pero ante la negativa a interrumpir sus actividades
y abandonar el país, el propio sultán los decapitó el 16 de enero de 1220,
convirtiéndose en los primeros mártires de la naciente orden franciscana.
Berardo, Otón y Pedro habían sido ya ordenados presbíteros, mientras que
Acursio y Aiuto eran legos. Fueron canonizados en 1841.
San
José Vaz (siglo XVII). Nacido el 21 de abril de 1651 en
Benaulim (India) en una familia cristiana, recibió una sólida formación en la
universidad de los jesuitas de Goa en la Academia de Santo Tomás de Aquino. Fue
ordenado sacerdote en 1676 y con otros compañeros se unió a la Congregación del
Oratorio de San Felipe Neri. Sin embargo, al conocer la situación en que vivían
los cristianos de Ceilán (Sri Lanka), se propuso pasar a la isla, sin obtener
la autorización de sus superiores. Por fin, en 1686 pudo cumplir su sueño,
entrando allí vestido como un modesto trabajador, en una tierra bajo control
holandés y, por lo tanto, calvinista. Trabajó en secreto administrando los
Sacramentos a los cristianos que no habían visto a un sacerdote desde hace año.
Aunque obtuvo autorización del rey para desarrollar su labor, fue acusado por
los holandeses de ser un espía portugués y encarcelado. Su intercesión para
librar al país de una terrible sequía le gano el favor del monarca y su labor
apostólica fue creciendo con gran rapidez. Designado Vicario General de Ceilán,
recibió el apoyo de otros sacerdotes enviados para ayudarle. Considerado el
gran apóstol evangelizador de la isla, falleció el 16 de enero de 1711, en
medio del respeto y el fervor de las gentes. Fue beatificado en Colombo, por
San Pablo II, en 1995, y canonizado por el Papa Francisco en 2014.
Beato
José Antonio Tovini (siglo XIX). Nacido en Cividate Camuno
(Italia), inició los estudios eclesiásticos que tuvo que abandonar al morir su
padre, en 1859, ya que era el mayor de seis hermanos. Pudo cursar la carrera de
Derecho en Padua y trabajar en un despacho de abogacía, compatibilizando esta
actividad con la docencia privada. En 1875 contrajo matrimonio con Emilia
Corbolani, hija del abogado al que ayudaba. Tuvieron diez hijos, de los cuales
uno fue sacerdote y dos religiosas. Alcalde de Cividate durante tres años, en
1877 ingresó en el movimiento católico bresciano y, en 1881, en la Tercera
Orden Franciscana. En Brescia desarrollo
una ingente labor apostólica, promoviendo numerosas iniciativas sociales,
especialmente entre los jóvenes. Falleció el 16 de enero de 1897, siendo
beatificado por San Juan Pablo II en 1998.
Beata
Juana María Condesa Lluch (siglo XX). Nacida el 30 de marzo
de 1862 en Valencia, su padre era médico y falleció, cuando la niña contaba
tres años, a consecuencia de la epidemia de cólera que padecía la ciudad. Aunque de carácter rebelde, se distinguió por
su piedad y su devoción a la Eucaristía. Su contacto con las clases más humildes le
llevó a descubrir su auténtica vocación y decidió abrir una casa para acoger a
jóvenes obreras, proporcionándoles todo lo necesario para su sustento, mejorando
su educación. Tras ciertas reticencias iniciales por parte de las autoridades
eclesiásticas, en 1884 creó el Asilo Protector de Obreras y una escuela
gratuita para sus hijos. Fue el germen de la Congregación de Esclavas de María
Inmaculada, a la que se sumó un grupo de amigas que emitieron con ella los
votos definitivos en 1911. Mientras la obra crecía, la salud de la fundadora
fue debilitándose y el 16 de enero de 1916 falleció en Valencia, siendo
beatificada por San Juan Pablo II en 2003.
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