San
Metrano (siglo III). También conocido como San Metras de
Alejandría, era un anciano cristiano que, durante la persecución de Decio, fue
detenido y, tras ser sometido a duros tormentos, murió lapidado según la
tradición. Su existencia está documentada por referencias coetáneas a su
martirio.
Santos
Victorino y seis compañeros (siglo III). Tambien durante la
persecución de Decio fueron detenidos San Victorino y sus seis compañeros,
cuyos nombres eran Víctor, Nicéforo, Claudio, Diodoro, Serapión y Papías. Tras
duros interrogatorios en Corinto, donde residías, fueron llevado a Egipto,
donde los tres primeros murieron destrozados en un gran mortero de mármol,
mientras que San Claudio fue descuartizado; Diodoro quemado vivo; Serapion
decapitado y Papías arrojado al mar con una gran piedra el cuello.
Santos
Ciro y Juan (siglo IV). La existencia de estos dos
mártires está atestiguada por los discursos que a su memoria dedicó San Cirilo
de Alejandría, en cuya ciudad residían. San Ciro era médico y San Juan era de
origen árabe. Ambos fueron detenidos y torturados cruelmente hasta morir
quemados con antorchas. Como curiosidad hay que señalar que la ciudad de
Abukir, toma su nombre del de Ciro.
San
Geminiano de Módena (siglo IV). Nacido en Cognento (Italia)
el 15 de enero de 312, fue ordenado diácono por el obispo de Módena, Antonio,
al que sucedió en esa sede que gobernó con rectitud, destacando por su piedad y
sus dotes de exorcista. Murió el 31 de enero de 397, siendo el Patrón de Módena
y de otras ciudades.
San
Abrahán de Arbela (siglo IV) . Durante la persecución ordenada por Sápor II, fue detenido el
obispo de Arbela (Irak). La comunidad cristiana eligió para sustituirle a
Abrahán quien también fue arrestado, siendo decapitado el 31 de enero de 345 en
Tell-Niãhã.
San
Julio de Orta (siglo V). Era un presbítero de origen
griego que, ante los problemas suscitados por las disputas teológicas, marchó a
Italia , estableciéndose en la región del lago Orta, donde fundó varias
iglesias, una de ellas, dedicada a San Pedro y San Pablo en la isla existente
en ese lugar, que ahora está dedicada a su memoria, donde fue enterrado. No
obstante, apenas se conocen detalles de su vida.
Santa
Marcela (siglo V).
Nacida en Roma en 325, pertenecía a una de las familias más importantes de la
ciudad. Quedó viuda a los pocos meses de contraer matrimonio, y dueña de una
inmensa fortuna. Tras convertirse al Cristianismo, se reunía en su palacio del
Aventino con otras amigas de la aristocracia, con las que se dedicó a atender a
pobres y enfermos, defendiendo también a los esclavos. Gastó todas sus riquezas
en obras de caridad, viviendo con suma austeridad, dedicada a la oración. De la
importancia de su figura es una prueba el que San Jerónimo le escribiera varias
cartas, de las que se conservan 16. Al saquear los godos la ciudad de Roma, en
el año 410, la sometieron a un duro interrogatorio para que revelara el lugar
donde se encontraban sus riquezas. Nada pudieron conseguir, pues la había
distribuido hace tiempo. Pudo refugiarse en un templo donde falleció al poco
tiempo, a consecuencia de lo acaecido.
San
Aidano o Maedoc de Ferns (siglo VII). Nación en Irlanda a
mediados del siglo VI y desde niño dio muestras de extraordinaria piedad.
Deseando consagrarse a Dios marcho a Gales, donde profesó en un monasterio,
donde su fama creció por los milagros que se le atribuían. Regresó a Irlanda,
donde fundó un monasterio y su prestigio le hizo acreedor a ser consagrado
primer obispo de Ferns. Murió el año 626 y es el Patrón de su diócesis, aunque
goza de gran devoción en toda la isla.
San
Waldo de Évreux (siglo VII). Apenas se conoce nada de
la vida de este Santo obispo de Evreux que, por otra parte, se confunde con
otros prelados del mismo nombre que rigieron esa sede. Lo más probable es que
viviera a mediados del siglo VII y, en cualquier caso, su fama de santidad
perduró en el tiempo.
San
Eusebio de Rankwéil (siglo IX). Era al parecer de origen
irlandés, pero profesó en la abadía de Saint-Gall de Suiza, desde la que,
deseando llevar una vida de soledad, marchó al Viktorsberg (monte de San
Víctor) en Baviera. Allí fue asesinado
por unos campesinos a los que había censurado la vida depravada que llevaban.
Se le representa con la cabeza en las manos, al igual que otros santos, como
San Lamberto.
Beata
Luisa Albertoni (siglo XVI). Nacida en Roma, en 1473,
en el seno de la noble familia de los Albertoni, quedó huérfana de madre a los
tres años, siendo educada por su abuel, tras contraer nueva nupcias su padre.
Contrajo matrimonio muy joven, pero quedó viuda y con tres hijas a los 32 años.
Decidió entonces hacerse terciaria franciscana, gastando toda su fortuna en
atender las necesidades de los pobres, hasta el punto de que tuvieron que
fijarle una pensión para subsistir que, también, donaba a los necesitados.
Llevó una vida de intensa piedad y se hizo famosa por sus éxtasis, hasta el
punto de ser considerada Santa ya en vida. En 1671, su culto fue confirmado por
el Papa Clemente X. Precisamente, a raíz de la beatificación, se le encargó al
gran escultor Bernini el sepulcro donde se conservan sus restos en la iglesia
de San Francisco a Ripa de Roma.
Beata
María Cristina de Saboya (siglo XIX). Nacida en Cagliari,
el 14 de noviembre de 1812, donde su padre el rey de Piamonte estaba exiliado,
debido a la ocupación francesa, tuvo que sufrir los acontecimientos vividos por
su familia, tras la abdicación del monarca y los frecuentes cambios de residencia,
hasta que se establecieron en Génova, donde antes de cumplir los 20 años quedó
huérfana. Aunque deseaba profesar como religiosa, aceptó el matrimonio con el
rey Fernando II de las Dos Sicilias, celebrándose la boda en 1832. Como reina,
en momentos muy difíciles, destacó por gran piedad y dedicación a los pobres,
propiciando numerosas obras benéficas. Sufrió también por la tardanza en quedar
embarazada y poder dar un heredero a la Corona. Por fin lo logró en 8135 y el
18 de enero del año siguiente dio a luz al príncipe Francisco. El complicado
parto, afectó a sus escasas fuerzas y falleció el 31 de enero de 1836. Fue
beatificada el 25 de enero de 2014.
San
Juan Bosco (siglo XIX). Nacido el 16 de agosto de 1815 e I Becchi
(Italia), quedó huérfano de padre a los dos años, teniendo que esforzarse la
madre en sacar adelante a la familia, con grandes dificultades. Tras trabajar
como pastor, cursó la carrera eclesiástica en los seminarios de Chieri y Turín,
teniendo que mendigar para sufragar sus estudios, siendo ordenado sacerdote en
1841. Establecido en Turín, colabora con el Instituto Pastoral, fundado por el
padre Cafasso. Allí se percató de la enorme cantidad de niños prácticamente abandonados
y carentes de formación. Decidió entonces crear el Oratorio de Don Bosco, en el
que reunía a los jóvenes en precarias instalaciones que iba consiguiendo. Su
actividad despertó los recelos de las autoridades, dado que Italia vivía el
convulso momento de su reunificación y temían que la labor de Don Bosco tuviera
un carácter contrarrevolucionario. Siguió adelante con el apoyo explícito del
propio monarca del Piamonte y la colaboración de su madre. Logró crear un
internado e implantar un sistema educativo en el que se facilitaba el
aprendizaje de diversos oficios en talleres creados para ello, así como una adecuada
formación. El siguiente paso fue la constitución de una orden religiosa que,
por las circunstancias políticas del momento, recibió el carácter de sociedad
clerical. Nació así la Sociedad de San Francisco de Sales, el nombre oficial de
la Congregación Salesiana, colocada bajo la tutela de ese gran Santo al que
profesó especial devoción. Aprobada por Pío IX en 1858, experimentó una rápida
difusión. Seis años después, con la ayuda de Santa María Dominga Mazzarello,
creó las Hijas de María Auxiliadora para proyecta su carisma en las jóvenes.
Don Bosco fue un auténtico apóstol capaz de poner en marcha proyectos de gran
envergadura, que merecieron el reconocimiento de políticos que no eran
creyentes. Su fe le mantuvo firme en su labor, inspirada muchas veces en sueños
premonitorios. Falleció el 31 de enero de 1888, siendo beatificado en 1929 por
Pío XI y canonizado por Pío XI en 1944. San Juan Pablo II lo proclamó “Padre y
Maestro de la Juventud”, justo reconocimiento a una de las grandes figuras de
la Iglesia en el campo de la Educación.
Santos
Agustín Pak Chong-won y cinco compañeros (siglo XIX) Agustín
Pack era miembro de una familia cristiana que quedó reducida a la pobreza, tras
la muerte del padre. A pesar de ello, siguieron firmes en su fe, dedicándose
Agustín a ejercer como catequista, incluso en los momentos de persecución.
Estaba casada con Bárbara Ko, hija de otro mártir. Ambos fueron detenidos,
siendo sometidos a terribles torturas que les destrozaron las manos y los pies.
Finalmente, fueron condenados a muerte. Bárbara fue ejecutada el 29 de
diciembre de 1839. Agustín murió el 31 de diciembre de 1840, junto con Pedro Hong,
catequista de 41 años; Magdalena Son, de 38 años, esposa de otros catequista
mártir; y las jóvenes cristianas Águeda Yo, Águeda Kwon y María Yi, de 26, 20 y
21 respectivamente. Fueron beatificados por Pío XI en 1925 y canonizados por San
Juan Pablo II, en 1984.
Beata
Candelaria de San José (siglo XX). Nacida en Altagracia de Orituco (Venezuela) el 11 de
agosto de 1863, quedó huérfana de madre a los 24 años, asumiendo la
responsabilidad de cuidar de su familia. Sin embargo, al mismo tiempo, se
dedicó a atender a enfermos pobres en una modesta casa que le cedieron. Cuando,
en 1903, se creó un hospital en esa localidad, encomendaron la dirección a
Susana Paz-Castillo Ramírez, que era su nombre de pila. Allí reunió a un grupo de jóvenes, creando la
congregación de las Religiosas Carmelitas de la Tercera Orden Regular y
trocando su nombre por el de Sor Candelaria de San José. Fue aprobado en 1910,
siendo nombrada superiora, cargo que desempeñó durante 35 años. Falleció el 31
de enero de 1940, siendo beatificada por Benedicto XVI en 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario