Santos
Timoteo y Tito (siglo I). Se trata de dos Santos
asociados a la figura de San Pablo, del que fueron discípulos. Timoteo era
natural de Listra (Asia Menor), de padre griego y madre judía. Bautizado por el
Apóstol durante su primera visita a esa ciudad, llegó a ser obispo de Efeso.
San Pablo le dispensó especial cariño, siendo el que sustituyó a San Bernabé
como compañero de sus viajes y a él están dirigidas tres de las cartas que se
conservan. Fue detenido durante la persecución de Diocleciano y murió como
consecuencia de los golpes y pedradas recibidas en el año 97. Por su parte, de
Tito algunas fuentes afirmar que ya era cristiano cuando se encontró con San
Pablo y otras que fue bautizado por él. Era otros de sus hombres de confianza,
desempeñando labores de secretario personal. Se conserva una carta dirigida a
él, que había sido nombrado obispo de Creta, donde falleció el año 96.
San
Teógenes (siglo III). Se trata de un mártir norteafricano,
probablemente oriundo de Hipona, cuya única referencia disponible es la alusión
que hizo de él San Agustín, obispo de esa ciudad, en uno de sus sermones. Al
parecer sufrió el martirio, junto con un numeroso grupo de compañeros.
Santa
Paula de Roma (siglo IV). Nacida en Roma el año 347,
en el seno de una familia noble, muchos de cuyos miembros formaban parte del
Senado, casó joven y tuvo cuatro hijas: Blesila, Paulina, Eustoquia y Rufina,
además de un hijo. Casó a las dos mayores (Paulina con el senador San Pamaquio
y Blesila con otro destacado personaje). Sin embargo, esta última murió pronto,
lo que afectó profundamente a su madre que había quedado viuda con 32 años.
Decidió entonces peregrinar a Tierra Santa, en compañía de su hija Eustoquia, y
después a Egipto, donde entró en contacto con las primeras comunidades de
eremitas. Desde allí regresaron a Belén, donde dirigidas por San Jerónimo
fundaron un monasterio femenino, donde falleció Santa Paula a los 56 años de
edad, siendo enterrada en la basílica de la Natividad. Se le considera
inspiradora de la orden jerónima, por lo que suele ser representada con el
hábito de la misma, algo evidentemente anacrónico.
Santos
Jenofonte, María, Juan y Arcadio (siglo VI). Venerados
desde la antigüedad en Oriente, no se conocen demasiados datos de esta familia,
integrada por el matrimonio formado por Jenofonte y María, con sus hijos Juan y
Arcadio. El padre era senador en Bizancio, pero decidieron marchar a Jerusalén,
para llevar allí una vida monástica de recogimiento y oración. En un momento
determinado, según la tradición, los hijos fueron enviados a Bizancio para
completar su formación, pero la nave naufragó y aunque los padres los creyeron
muertos, los reencontraron tiempo después viviendo como eremitas, reuniéndose
de nuevo toda la familia.
San
Alberico (siglo XII). Ingresó como benedictino a temprana
edad en Tonnerre, donde conoció a Roberto de Molesmes, fundador en 107 5 de la
abadía de Molesmes de la que fue primer abad y Alberico prior. Las
discrepancias surgidas en la comunidad les impulsaron a fundar un nuevo
monasterio, en este en Citeaux, donde a partir de 1098 surgió la orden
cisterciense. San Alberico fue el segundo abad de este gran monasterio que
tanta influencia estaba llamado a tener en la Cristiandad y allí falleció el 26
de enero de 1108.
San
Agustín Erlandsön (siglo XII). Nacido hacia el año 1120
en Råsvoll, localidad cercana a Nidaros (Trondheim), pertenecía a una familia
emparentada con la casa real noruega. De joven se formó en Francia y a su
regreso sirvió en la corte. Ordenado después sacerdote, el propio monarca lo
propuso como obispo de Nidaros, en 1158. Rigió esa sede con notable prudencia,
siendo quien, en 1163, coronó al nuevo monarca, la primera vez que se llevaba a
cabo esta ceremonia en Noruega. Autor de varias obras, su labor fue muy
importante en la organización de su diócesis y en la fundación de numerosas
iglesias y monasterios. Los problemas sucesorios de la monarquía le ocasionaron
un enfrentamiento que dio lugar a su exilio en Inglaterra. Pudo regresar a
Noruega en 1183 donde la victoria del bando al que se había opuesto, le privó
de su antigua influencia, falleciendo el 26 de enero de 1188.
Beata
María de la Dive (siglo XVIII). Nacida en Saint-Crespin-sur-Moine
(Francia) el 18 de mayo de 1723, fue una de las víctimas del terror
desencadenado en Francia contra los católicos, tras el triunfo de la Revolución
francesa. Su hijo, Enrique Carlos Gaspard que había participado en la
sublevación de la Vendée fue ejecutado en octubre de 1793. María era viuda y
vivía con sus hijas Catarina y María Luisa y su cuñada Rosalía du Verdier,
religiosa benedictina que había tenido que abandonar su monasterio. Todas ellas
fueron detenidas y las dos hijas fusiladas el 10 de mayo de 1794. La religiosa
fue guillotinada el 27 de enero y María el 26 de enero de 1794. Fue beatificada por San Juan Pablo II en
1984, junto con otros 98 mártires de Angers.
San
José Gabriel del Rosario Brochero (siglo XIX). Nacido el
16 de marzo de 1840 en Villa Santa Rosa (Argentina) fue ordenado sacerdote en
1886. Inicialmente desempeñó su cometido pastoral en la catedral de Córdoba
pero, en 1869, fue nombrado vicario del departamento de San Alberto, cuya
capital era Villa del Tránsito. La labor que desarrolló en aquel valle de
Traslasierra fue ingente. Promotor de numeras obras que mejoraron las
condiciones de vida de sus habitantes, no dudó en recurrir a las más altas
instancias para allegar recursos económicos. También se valió de su amistad con
el Presidente Dr. Miguel Juárez Celman, de quien había sido compañero de
estudios y con el que mantuvo siempre una cordial relación, a pesar de sus
divergencias ideológicas.
El sacerdote recorría el territorio encomendado a
lomos de una mula, por nombre “Malacara”, que luego reemplazó por un caballo al
que le dio también el mismo nombre. Fue un personaje entrañable, precursor de
una nueva época, cercano a la gente, preocupado constantemente por atender
todas sus necesidades espirituales y materiales. El “cura gaucho” como le
llamaban estuvo al frente de su parroquia prácticamente toda su vida. Ya mayor,
quisieron recompensarle con una canonjía en la catedral y, aunque llegó a tomar
posesión, pronto renunció a ella regresando a su curato. Al parecer, al
desprenderse del traje canonical, afirmó “Ni este apero no es para mi lomo, ni
esta mula para este corral”. Su entrega a los leprosos, a los que atendía
personalmente, le llevó a contraer la enfermedad, como consecuencia de la cual
quedó ciego y sordo. Lo llevaron a Santa Rosa, para que lo atendieran sus
hermanas, y allí estuvo varios años, hasta que a petición de sus feligreses
regresó de nuevo a Villa del Tránsito, donde falleció el 26 de enero de 1914.
Fue beatificado en 2013, en su antigua parroquia que ya se denominaba Villa
Cura Brochero, y el 16 de octubre de 2016 fue canonizado por el Papa Francisco.
Es el patrón del clero argentino.
Beato
Miguel Kozal (siglo XX). Nacido en Nowy Folwark
(Polonia) el 25 de septiembre de 1893, comenzó los estudios eclesiásticos en el
seminario de Poznan, pero a causa de la I Guerra Mundial, tuvo que terminarlos
en Gniezno, donde fue ordenado sacerdote en 1918. Llegó a ser rector de ese
seminario, desempeñando este cometido entre 1929 y 1939, cesando al ser
nombrado obispo auxiliar de Wloclawek. Durante la invasión alemana, fue
detenido con otros sacerdotes y, tras ser sometido a arresto domiciliario en el
Instituto Salesiano de Lad, en abril de 1941 lo enviaron al campo de
concentración de Inowroclaw y, poco después, al de Dachau, donde contrajo la
fiebre tifoidea, siendo ejecutado mediante una inyección letal el 26 de enero
de 1943. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 14 de junio de 1987.
Beato
Gabriel María Allegra (siglo XX). Nacido en San Giovanni La
Punta (Sicilia, Italia) en 1907, entró en seminario menor franciscano que
estaba en el convento de San Biagio en Arcireale, con once años de edad. En
1923 comenzó el noviciado y fue ordenado sacerdote en 1930. Cursó estudios
superiores en Antonianum de Roma y fue allí donde sintió la llamada para viajar
como misionero a China, lo que logró en 1931, cuando tenía 24 años de edad. Se
estableció en Pekin e inmediatamente comenzó a estudiar el chino, en sus
distintas variantes, logrando convertirse en una autoridad en ese idioma que
vino a sumarse al dominio de otras lenguas, porque hablaba, además de su lengua materna, inglés,
francés, español y alemán, así como el latín, griego, siríaco y arameo. Con su
impresionante bagaje cultural emprendió la tarea de traducir la Biblia al
chino, a partir de las fuentes originales. De ahí surgió su gran obra, la
creación del Studium Biblicum
Franciscanum, donde con la ayuda de los colaboradores que supo incorporar, logró
culminar su propósito. Pero su figura no puede circunscribirse a su faceta
científica pues tiene también una gran dimensión pastoral. Ya había sido rector
del seminario menor de Heng Yang y toda su vida fue un ejemplo de dedicación a gentes
de toda condición, destacando su atención a los leprosos. El Instituto tuvo que
ser trasladado a Hong Kong, ciudad en la falleció el 26 de enero de 1976,
siendo beatificado en 2013.
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