Hace un año, visitamos la Albufera de Valencia, un Parque Natural (desde 1986) de excepcional importancia que, con sus más de 21.000 hectáreas, es la laguna española de mayor extensión y enclave de alto valor ecológico. Hemos vuelto ahora a surcar sus aguas pero, en esta ocasión, nos fueron mostradas las zonas, especialmente protegidas, donde viven una gran cantidad de aves que anidan allí y otras de paso.
Queremos recordar que la Albufera fue
un antiguo golfo marino que comenzó a cerrarse hace seis mil años, por una
sucesión de barras arenosas que terminaron por aislarla. Actualmente su
superficie es, como decíamos, de unos 24 kilómetros cuadrados, tras haber visto
reducida considerablemente su extensión desde el siglo XIX.
Sus aguas dulces tienen una escasa profundidad, poco más de
un metro, y se alimentan de varias ramblas o barrancos y del río Júcar, a
través de una red de acequias. Su nivel varía en función del uso que se hace
del agua para anegar los campos de arroz. En nuestra visita nos comentaron que
la superficie se puede ver reducida mucho más por colmatación, dado que, desde
hace unos años, está prohibido retirar el lodo del fondo que antes se utilizaba
para los campos de arroz.
En sus aguas tienen reconocido, desde
el siglo XIII, el derecho a pescar los hombres de El Palmar que, organizados en
una Comunidad de Pescadores, han venido ejerciendo ese derecho, transmitido de
padres a hijos varones. Pero en 1977 un colectivo de mujeres se alzó contra esa
tradición y, en 1998, lograron vencer en la batalla judicial por lo que, en la
actualidad, cualquier hombre o mujer mayor de 16 años y descendiente de un
pescador, puede ejercer esa práctica en la Albufera.
Dos son los sistemas utilizados para
ello, el de los “redolins”, unos puestos fijos que, cada segundo domingo de
julio, se sortean entre los pescadores (ahora 69 puestos) y el llamado
“involant” que se practica libremente utilizando cañas y nasas.
Ahora, hemos podido disfrutar de una
zona que no conocíamos, precisamente la de mayor interés ecológico. Partiendo
del Centro de Interpretación Racó de L'Olla, donde nos proyectaron un
documental, iniciamos el recorrido por el Área de reserva, a través de unos
senderos entre la densa vegetación, de la que una serie de paneles ofrecía
amplia información.
En silencio, y sin atravesar las zonas
de nidificación, vedadas al público, llegamos a un mirador desde el que pudimos
contemplar un panorama fascinante, con multitud de especies que ojalá hubiéramos
sabido identificar. Entre ellas, destacaban los flamencos que, según nos
informaron, se han convertido, desde hace pocos años, en residentes habituales
de la Albufera, donde anidan.
Se les puede ver también en otros lugares de esa zona, donde encontramos un nido de otra especie (en el centro de la última imagen), antes de regresar hasta el punto de partida, en dirección al embarcadero.
A bordo de una de las embarcaciones habilitadas
para ello, pudimos navegar por sus aguas, escuchando las explicaciones del
patrón, lo que, para muchos, constituyó una experiencia inolvidable que
trataron de plasmar en sus cámaras o, como en el caso, del arquitecto Sergio
Sebastián realizando, con increíble rapidez, unos preciosos apuntes en su
cuaderno de viaje.
En el parque hay registradas más de 350 especies de aves pero, en la zona navegable, no se puede contemplar la gran variedad existente en la otra. No obstante, aún pudimos captar alguna escena entrañable, como la que muestra esta foto.
Comoquiera que al final del recorrido
nos esperaba un excelente arroz a banda, no cabe duda de que esta visita a la
Albufera constituyó el mejor colofón a nuestra estancia en Valencia.
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