La mayoría de nuestros lectores conoce la plaza de Salamero, situado en el centro de Zaragoza que, antiguamente, se llamaba plaza del Carbón y en la que los problemas originados en la cubierta del aparcamiento que había en el subsuelo provocaron su completa reconstrucción y la remodelación de dicha plaza.
El nombre de dicha plaza le fue dado en
homenaje a un héroe de los Sitios de Zaragoza, Miguel Salamero Buesa, nacido en
Zaragoza el 30 de septiembre de 1760, cuarto hijo del matrimonio formado por
Miguel Salamero, natural de Graus, y Rosa Buesa, nacida en Bolea, aunque
vecinos de la parroquia zaragozana de San Felipe.
Con su padre aprendió el oficio de tafetanero y llegó a regir
un próspero taller con más de veinte empleados, donde elaboraban damascos y
tafetanes de gran calidad. En ese taller confeccionó la bandera del 22º
Batallón Ligero de “Voluntarios de Aragón” que durante muchos años estuvo
expuesta en los Inválidos de París.
Para hacer frente al invasor, creó un grupo de escopeteros,
formado por sus propios empleados y algunos hombres que se les unieron, con los
que el 4 de agosto de 1808 defendió el convento de Santa Fe e hizo frente a los
franceses en la calle del Azoque. Tras ser capturado, fue enviado preso a
Francia, de donde logró escapase, permaneciendo oculto hasta el final de la
guerra.
Cuando regresó a Zaragoza tuvo la fortuna de encontrar con
vida a sus tres hijas, aunque completamente arruinado. Estaba en posesión del
Escudo de Defensor del Primer y Segundo Sitio, así como del Escudo de
Distinción, la más alta condecoración otorgada. Falleció en la capital
aragonesa el 8 de enero de 1840, siendo enterrado en el nuevo cementerio de
Torrero.
Pero, lo que muchos desconocen es que estaba casado con la
borjana Rafaela Zaro, al parecer una guapa moza con la que tuvo seis hijos y
con la que, antes de la guerra, disfrutó de una desahogada posición económica.
El 6 de septiembre de 1801 falleció la esposa y en su testamente legó joyas de
indudable valor a sus hijas. Poco antes había muerto la menor, Luisa, y muy
pronto fallecieron sus dos hijos varones, ambos menores de edad, de manera que
sólo llegaron a la edad adulta la mayor Bárbara, Agustina, nacida en 1790 y
Antonia que vino al mundo en 1796, que fueron a las que encontró con vida el
padre, al regresar de su cautiverio.
Por el momento, no conocemos más detalles de esa mujer
borjana, aunque esperamos investigar en los libros parroquiales para saber, con
precisión, la rama familiar de los Zaro a la que pertenecía y si tuvo
continuidad hasta nuestros días.
En cuanto a la plaza, la primera imagen
corresponde a una vista aérea del estado en el que se encontraba antes de la reforma,
siendo la segunda el resultado de su remodelación.
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