lunes, 18 de noviembre de 2024

Recordando a un miembro de la Guardia Civil y a una religiosa borjana

El 18 de noviembre de 1900 nació en Villarrodrigo (Jaén) D. Augusto Martín Muñoz. Era cabo de la Guardia Civil y en 1936 estaba destinado como Comandante accidental del puesto de Borja. Su actuación fue decisiva en aquellos momentos, pues trató por todos los medios de limitar las sangrientas represalias que se desencadenaron en aquellos trágicos días. 

En septiembre de ese año cuando, tras el fusilamiento de D. Baltasar González y otras dos personas, se estaba preparando la detención de otras muchas, el cabo Martín con la colaboración de otros borjanos se opuso decididamente a ello, a pesar de los problemas que su postura podía acarrearle. Ello hizo posible el que no hubiera más ejecuciones en nuestra ciudad, dado que en el mes de octubre se dieron instrucciones para que no se llevaran a cabo más fusilamientos de forma irregular, quedando todos los detenidos bajo el control de las autoridades judiciales. 

Previamente, había intervenido para que algunas personas en peligro salvaran su vida facilitándoles la incorporación al frente como voluntarias. Estaba casado con Dª. María Ferrer Vila y era padre de cinco hijos, a uno de los cuales tuvimos la oportunidad de conocer. Años más tarde, sus problemas personales le condujeron a tomar la decisión de poner fin a su vida, aunque su recuerdo permanece en Borja, dado su meritorio comportamiento en circunstancias muy difíciles.

 

         El 18 de noviembre de 1938 nació en Borja sor María Margarita Zaro Galindo. Era hija de D. Patricio Zaro Giménez y de Dª. Felisa Galindo Carranza. Fue bautizada al día siguiente de su nacimiento por D. Mario Foncillas, siéndole impuesto el nombre de María del Carmen. Su padre era practicante y durante muchos años atendió a varias generaciones de borjanos.

         La infancia y juventud de María del Carmen transcurrieron compaginando su trabajo en la Cooperativa de Ntra. Sra. de la Peana con las actividades que desarrollaba en el seno de la Acción Católica. Muy pronto sintió la llamada de Dios e hizo partícipe de su vocación a su hermana Felisa que, al igual que una tía suya, era religiosa en la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Ambas le sugirieron la posibilidad de profesar en esa congregación, pero ella se sentía inclinada hacia la vida contemplativa. Por eso, tras la trágica muerte de otra hermana, decidió ingresar en el convento de religiosas concepcionistas de Ágreda.

         El 15 de octubre de 1963 vistió por vez primera el hábito de esa orden y el 16 de octubre de 1964 efectuó la profesión simple, trocando su nombre por el de sor María Margarita. Al cumplirse los tres años reglamentarios emitió sus votos perpetuos en ese monasterio que fue para ella “lugar para la oración e isla de silencio”. Allí transcurrió su vida “con paz, alegría y entrega, a pesar de las limitaciones”.

         Pero Dios quiso someterla a pruebas mayores y en 1986 le diagnosticaron una insuficiencia renal que hizo necesario el someterse a frecuentes sesiones de diálisis. A lo largo de 17 años y tres veces por semana tenía que trasladarse a Soria para recibir el tratamiento, dando constantes muestras de una alegría interior que transmitía a todos los que le rodeaban. Más tarde se le detectó un proceso tumoral y se le realizó una mastectomía. La intervención se complicó con una pancreatitis aguda, como consecuencia de la cual le practicaron una colecistectomía. Fueron momentos muy difíciles que logró superar, continuando sus visitas periódicas a Soria, lo que aceptaba como expresión de un trabajo misionero en el ámbito de la salud. Poco a poco su estado fue deteriorándose hasta que el 22 de marzo de 2003 falleció en paz, rodeada por sus hermanas de la comunidad, dejando testimonios sobrados de ese carisma que ilumina a los elegidos.


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