El 18 de noviembre de 1900 nació en Villarrodrigo (Jaén) D. Augusto Martín Muñoz. Era cabo de la Guardia Civil y en 1936 estaba destinado como Comandante accidental del puesto de Borja. Su actuación fue decisiva en aquellos momentos, pues trató por todos los medios de limitar las sangrientas represalias que se desencadenaron en aquellos trágicos días.
En septiembre de ese año cuando, tras el fusilamiento de D. Baltasar González y otras dos personas, se estaba preparando la detención de otras muchas, el cabo Martín con la colaboración de otros borjanos se opuso decididamente a ello, a pesar de los problemas que su postura podía acarrearle. Ello hizo posible el que no hubiera más ejecuciones en nuestra ciudad, dado que en el mes de octubre se dieron instrucciones para que no se llevaran a cabo más fusilamientos de forma irregular, quedando todos los detenidos bajo el control de las autoridades judiciales.
Previamente, había intervenido para que algunas personas en peligro salvaran su vida facilitándoles la incorporación al frente como voluntarias. Estaba casado con Dª. María Ferrer Vila y era padre de cinco hijos, a uno de los cuales tuvimos la oportunidad de conocer. Años más tarde, sus problemas personales le condujeron a tomar la decisión de poner fin a su vida, aunque su recuerdo permanece en Borja, dado su meritorio comportamiento en circunstancias muy difíciles.
El 18 de
noviembre de 1938 nació en Borja sor
María Margarita Zaro Galindo. Era hija de D. Patricio Zaro Giménez y de Dª.
Felisa Galindo Carranza. Fue bautizada al día siguiente de su nacimiento por D.
Mario Foncillas, siéndole impuesto el nombre de María del Carmen. Su padre era
practicante y durante muchos años atendió a varias generaciones de borjanos.
La
infancia y juventud de María del Carmen transcurrieron compaginando su trabajo
en la Cooperativa de Ntra. Sra. de la Peana con las actividades que
desarrollaba en el seno de la Acción Católica. Muy pronto sintió la llamada de
Dios e hizo partícipe de su vocación a su hermana Felisa que, al igual que una
tía suya, era religiosa en la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa
Ana. Ambas le sugirieron la posibilidad de profesar en esa congregación, pero
ella se sentía inclinada hacia la vida contemplativa. Por eso, tras la trágica
muerte de otra hermana, decidió ingresar en el convento de religiosas
concepcionistas de Ágreda.
El 15 de
octubre de 1963 vistió por vez primera el hábito de esa orden y el 16 de
octubre de 1964 efectuó la profesión simple, trocando su nombre por el de sor
María Margarita. Al cumplirse los tres años reglamentarios emitió sus votos
perpetuos en ese monasterio que fue para ella “lugar para la oración e isla de
silencio”. Allí transcurrió su vida “con paz, alegría y entrega, a pesar de las
limitaciones”.
Pero
Dios quiso someterla a pruebas mayores y en 1986 le diagnosticaron una
insuficiencia renal que hizo necesario el someterse a frecuentes sesiones de
diálisis. A lo largo de 17 años y tres veces por semana tenía que trasladarse a
Soria para recibir el tratamiento, dando constantes muestras de una alegría
interior que transmitía a todos los que le rodeaban. Más tarde se le detectó un
proceso tumoral y se le realizó una mastectomía. La intervención se complicó
con una pancreatitis aguda, como consecuencia de la cual le practicaron una
colecistectomía. Fueron momentos muy difíciles que logró superar, continuando
sus visitas periódicas a Soria, lo que aceptaba como expresión de un trabajo
misionero en el ámbito de la salud. Poco a poco su estado fue deteriorándose
hasta que el 22 de marzo de 2003 falleció en paz, rodeada por sus hermanas de
la comunidad, dejando testimonios sobrados de ese carisma que ilumina a los
elegidos.
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