A raíz
de un reciente artículo que publicamos sobre la caída del nido de la torre del
reloj de la colegiata de Santa María y al revuelo organizado por varias parejas
de cigüeñas intentando anidar allí, un suspicaz lector nos ha preguntado la
razón por la que afirmábamos que había vuelto a la torre la pareja habitual, en
definitiva la de todos los años.
La
verdad es que quienes carecemos de especiales conocimientos en ornitología
siempre hemos aceptado como buena esa tradición de que las cigüeñas retornan al
mismo nido. Pero, dado que como nos señalaba el lector estas aves no son
inmortales, en algún momento la pareja será distinta.
Y ahí
es donde surgen los interrogantes que nunca nos habíamos planteado, pues si como
apunta nuestro comunicante el nido es okupado por una pareja extraña, nada hay
que objetar, dado que están en su legítimo derecho de instalarse en una
vivienda deshabitada.
Pero
si los nuevos inquilinos son familiares de las antiguas cigüeñas la cosa cambia,
pues estaríamos ante una transmisión de titularidad que debería tributar como
hace el resto de los mortales. Menos mal que, probablemente por imprevisión de
la Agencia Tributaria o de los organismos competentes de las comunidades en las
que los ciudadanos son objeto de esa exacción, la cuestión permanece en un
limbo legal y no ha sido necesario que nadie trepe, por el momento, hasta la
torre para reclamar el pago o ¿Por qué no? Declarar subsidiario del impuesto a
la comunidad parroquial que, no podría cobrar alquiler, dado que, por
usucapión, las cigüeñas pueden considerarse ya propietarias del nido.
Al
margen de estas cuestiones legales que no entramos a considerar, sí nos
gustaría conocer cómo se produce el relevo generacional en esta especie sobre
el mismo lugar de anidación.
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