Finalizado el acto de descubrimiento de la placa acreditativa del Premio Europa Nostra concedido a la rehabilitación de la Torre de las Aguas del Besós, en Barcelona, el Presidente del Centro de Estudios Borjanos tuvo el privilegio de visitar el interior de la torre, acompañado por los arquitectos D. Antoni Vilanova y D. Eduard Simó, responsables de su restauración. Participaron también en esta especial visita D. Jaime Suñer y Dª. María Jesús Gracia.
Aunque
ya hemos aludida a ella en anteriores ocasiones, conviene recordar que esta
espectacular torre de 51 metros de altura, construida a finales del siglo XIX
por el arquitecto Pere Falqués, con el propósito de suministrar agua potable a
Barcelona, captándola del río Besós y elevándola al depósito de 30 metros
cúbicos situado en la parte superior de la torre. En el proyecto estaba
previsto construir un segundo depósito, elevando la torre hasta los 80 metros.
No llegó a realizarse y el remate de la torre, entre los 40 metros en los que se
encuentra el depósito y los 51 de su cota máxima fueron ultimados en 1888, con
ocasión de la Exposición Universal de 1888, para servir de soporte al rótulo de
la compañía.
Desgraciadamente,
la salinización de las aguas dio al traste con la finalidad prevista, llegando
a ocasionar la muerte trágica de su promotor. Posteriormente esas aguas, ya
inadecuadas para la bebida, sirvieron para el complejo metalúrgico que surgió
en su entorno.
A
la torre se accede por la antigua “Casa de Válvulas” adosada a ella y también restaurada.
En realidad se trata de la casa en la que estaban instaladas las bombas para la
elevación de las aguas procedentes de dos grandes pozos de captación,
comunicados por una galería.
Nada
más traspasar la puerta de acceso, enmarcada en chapas de acero corten, se
accede a la zona de recepción y a un espacio de trabajo cuyas mesas ofrecen
información sobre el edificio y pueden ser retiradas para crear una zona
diáfana en la que poder realizar otro tipo de actos.
Allí
ha sido instalada la obra del artista alemán Blinky Palermo (1943-1977),
realizada en acero, vidrio y pintura al óleo, presentada en la Bienal de
Venecia de 1976 y que, antes de su definitiva ubicación en este lugar, estuvo
en el Museu d’Art Contemporani de Barcelona y en otra exposición de la Bienal
de Venecia (2009).
Simboliza
los cuatro puntos cardinales, por medio de diferentes colores y la forma en la
que puede contemplarse ahora se ve favorecida por la luz cenital procedente de
una claraboya existente en la cubierta. Algo casual pero muy acertado, al igual
que la forma en la que los arquitectos han resuelto la instalación.
En
la parte superior llama la atención lo que parece un reloj y no lo es, dado que
se trata del indicador de llenado del depósito que se encontraba visible en el
exterior de la torre. Al otro lado, en una entreplanta se ha situado el Arxiu
Històric del Poblenou.
La
obra de la torre, enteramente realizada en ladrillo, sorprende por la belleza
de sus formas y su acertada ejecución. Dispone de una escalera en caracol con
303 escalones, por las que se puede acceder hasta la parte superior.
Sin embargo, nuestra primera parada se efectuó en el sótano, donde D. Antoni Vilanova nos explicó con la ayuda de los paneles allí instalados, el funcionamiento de la torre, las características del proyecto inicial y de la acería a la que después sirvió. Una maqueta animada permite conocer el funcionamiento de las bombas que permitían la elevación de las aguas.
Allí
también se encuentra un elemento simbólico como es la bandera republicana que
cada 14 de abril izaban en lo alto de la torre los obreros de la acería. Tanto
el mástil como la bandera son los originales.
Desde
allí iniciamos el penoso ascenso rodeando el eje central de la torre, un
espacio circular que, originalmente, estaba prácticamente ocupado por los
conductos para la elevación y distribución de las aguas, de los que se han dejado
las abrazaderas que los fijaban.
Con
detenciones en varios niveles, pudimos llegar al gran depósito donde un
audiovisual, junto con el sonido del agua al caer, proporciona una sensación de
gran realismo.
Aunque
existe una escalera para acceder a la plataforma superior, circundando el
contorno de la torre, por motivo de seguridad no es accesible al público y, en
su lugar, se ha instalado otra en el interior, por la que llegamos hasta
arriba, aunque pudimos asomarnos a la otra y comprobar la sensación de vértigo
que provoca, a pesar de lo cual aún nos atrevimos a realizar alguna foto.
Pero,
con mucha mayor tranquilidad, pudimos disfrutar arriba de las magníficas
panorámicas que se contemplan de la ciudad. En el remate de la torre, una
cámara las ofrece también en tiempo real a quienes no puedan acceder hasta
allí.
Nosotros
lo logramos y es de agradecer la amabilidad dispensada por ambos arquitectos en
el transcurso del recorrido y toda la información que nos facilitaron,
convirtiendo la visita en una experiencia inolvidable.
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