Estos días, los medios de comunicación
están difundiendo informaciones sobre la supuesta táctica empleada por las
fuerzas ucranianas para dificultar el avance ruso hacia Kiev. En concreto, se
habrían anegado, al parecer, las planicies situadas al norte del capital con
agua procedente del Dniéper.
Asimismo, hemos podido constatar las
dificultades que encuentran las unidades blindadas para avanzar sobre la “raspútitsa”,
ese barro o lodo que ya causó enormes problemas a las tropas alemanas durante
la II Guerra Mundial.
A esta táctica, encaminada a crear problemas al adversario, la han denominado “guerra hidráulica” y hasta se han atrevido algunos a presentarla como una novedad, cuando la historia militar abunda en episodios en los se recurrió a este procedimiento.
Por ello queremos recordar, aunque ya
lo han hecho otros, el conocido como “milagro de Empel”, merced al cual pudo
salvarse el Tercio Viejo de Zamora, mandado por el Maestre de Campo D. Francisco
Arias de Bobadilla, cuando se encontraba sitiado y a punto de sucumbir en la
isla de Bommel, en la noche del 7 al 8 de diciembre de 1585.
Francisco Arias de Bobadilla
(1541-1610), IV conde de Puñonrostro, era uno de los más prestigiosos militares
españoles de su época, se había formado en Flandes, pero también estuvo
presente en las jornadas de Portugal, de la Terceira y de Inglaterra y, además estuvo
a las órdenes (con notables discrepancias) de D. Alonso de Vargas durante la
represión de las alteraciones de Aragón en 1591.
El episodio que nos ocupa tuvo lugar en
su segunda estancia en Flandes, ya como Maestre de Campo, combatiendo contra
los “rebeldes” de las Provincias Unidas.
El Tercio Viejo de Zamora, bajo su
mando se encontraba bloqueado, en aquella dramática noche de diciembre de 1585,
en la isla de Bommel sometida al bloqueo de la escuadra del almirante de los
Estados Generales Felipe de Hohenlohe-Neuenstein, quien le intimó para que se
rindiera.
Ante la respuesta de Bobadilla: “Los
españoles prefieren la muerte a la deshonra” (en el siglo XVI, desde luego), el
almirante decidió abrir los diques de los ríos para que se subiera el nivel de
las aguas en el islote que ocupaba el Tercio.
La situación era dramática y todo parecía
perdido pero, cuando unos soldados excavaban una trinchera en la limitada
altura en la que se habían refugiado, dispuestos a combatir hasta la muerte,
encontraron una tabla en la que estaba pintada la Inmaculada Concepción, a la
que inmediatamente se encomendaron.
Refieren las crónicas que aquella noche
se desató un viento tan sumamente frío que las aguas del Mosa se helaron,
fenómeno no inusual en determinadas épocas como lo han reflejado en sus obras
los pintores flamencos. Pero, en aquella ocasión, resultó providencial porque
permitió eludir el cerco a las tropas españolas.
Como ha reflejado Ferrer Dalmau (autor también del cuadro del hallazgo), aquella noche marcharon sobre el hielo (no sobre el barro) en
silencio (no a tambor batiente) y al amanecer del 8 de diciembre tuvieron la
fuerza y la osadía de atacar a los inmovilizados buques de la escuadra enemiga,
logrando una victoria tan espectacular que el almirante holandés llegó a decir
“Parece que Dios es español, al obrar tan gran milagro”.
Ellos lo atribuyeron a la intercesión
de la Inmaculada Concepción que, tras ser encontrada en el islote, les había
conducido a la victoria por lo que, desde ese momento, fue considerada Patrona
de los Tercios Españoles. Mucho tiempo después, 1892, la Reina Regente Dª.
María Cristina de Habsburgo, madre de Alfonso XIII, la proclamó Patrona del
Arma de Infantería.
Como testimonio de aquel hecho, en el
lugar donde se produjo el milagro existe actualmente una pequeña capilla que
constituye un hito llamativo de la presencia española en tierra holandesa.
Pero el milagro tampoco se ha olvidado
en España y cada 8 de diciembre es recreado en diferentes lugares, como Sevilla
(las dos primeras imágenes), Zamora (la tercera) o la base de “El Goloso”.
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