Hay en Borja una calle que parte de la plaza de las Canales y terminan en un estrecho callejón por el que enlaza con la de los Tintes. Antiguamente se llamaba calle de los Cerezos, aunque también era conocida como “barrio de la Acequia” por la que discurría descubierta por el centro de esa vía que hoy lleva el nombre de calle de Buenaventura Tejadas, aunque el rótulo que se muestra en esta imagen está partido, dejando ver el anterior.
Ese nombre le fue dado en 1941,
siendo alcalde D. Pascual Sorrosal, a propuesta del párroco de Santa María D.
Roque Pascual, para honrar la memoria de D. Buenaventura Tejadas, al que hoy
vamos a referirnos.
Pero antes queremos destacar dos “milagros” protagonizados
por esta calle. Uno de ellos es que mantiene la placa original, a mitad de su
trazado, y el otro que se mantuviera su nombre cuando, el 13 de septiembre de
1991, la corporación municipal tomó el acuerdo de retirar del callejero todos
los nombres relacionados con la Iglesia, como el del cardenal Casanova, los
sacerdotes D. Pablo Pérez Montorio y D. José María Pereda (Mosen Pepe), junto
con el de la Romería. A aquella lamentable decisión ya nos hemos referido en
varias ocasiones y también a nuestra respuesta cuando fuimos requeridos para
manifestar la opinión sobre ese acuerdo. “Una muestra de incultura”, le dijimos
a la autoridad que nos preguntaba, la cual intentó justificarla aduciendo
razones “democráticas”, a pesar de que 1.495 vecinos habían estampado su firma
en una petición para que la medida fuera reconsiderada, en lo que, sin duda,
constituye uno de los plebiscitos más multitudinarios de nuestra reciente
historia, pues hay que tener en cuenta que el número de votantes en las
elecciones municipales se sitúa en torno a las 2.500 personas.
Le aclaramos que lo de “incultura” hacía referencia al hecho
de que se habían eliminado los nombres de quienes por llevar delante del nombre
la denominación “cardenal” o “mosén” era fácil de identificar su relación con
la Iglesia. Pero, se habían dejado otras tres calles de ilustres sacerdotes,
por ignorar que lo eran: Moncayo, Amad y Tejadas.
Porque, D. Buenaventura Tejadas
Pellicer, que había nacido en Borja el 18 de abril de 1764, fue nombrado a los
27 años vicario de la parroquia de San Miguel, actualmente sede del Museo
Arqueológico.
Era un hombre de recio carácter que,
durante la Guerra de la Independencia se distinguió por su oposición a los
franceses, siendo acusado por éstos de haber facilitado la entrada en la ciudad
de una partida de guerrilleros, abriéndoles la puerta de San Francisco, cercana
a su parroquia. Por ese motivo, fue detenido y enviado preso a Francia.
Una vez más, es el general Nogués quien
nos proporciona información sobre lo ocurrido. En este caso, a través de sus memorias,
publicadas con el título de Aventuras y desventuras de un soldado viejo
natural de Borja, reeditadas no hace muchos con la segunda parte de las
mismas.
Según Nogués, y sus afirmaciones
teñidas siempre con su característico humor hay que tomarlas con cautela, cuando
D. Buenaventura, con el que tenía lazos familiares, iba camino de su destierro
con otros oficiales españoles, quisieron gastarle una pesada broma, anunciándole
que habían tenido conocimiento de su inmediato fusilamiento. Sin inmutarse, D.
Buenaventura les respondió: “Culpa no tenemos; moriremos por Dios y por la
patria”, mientras continuaba leyendo su breviario.
En Borja creyeron que había muerto,
pero no fue así y, tras un duro cautiverio, pudo regresar al finalizar la
contienda, siendo recibido con entusiasmo en la ciudad. Decía Nogués que, sin
hacer caso a las muestras de afecto, marchó corriendo a su parroquia, acercándose
a la imagen de su titular que hoy se muestra en el Museo de la Colegiata.
“¡Cuánto la habrá echado en falta!” decían sus feligreses que, sin embargo, mudaron su asombro en profunda extrañeza al escuchar a su vicario prorrumpir en exclamaciones no muy “católicas”.
“Yo tengo la
culpa; si hubiera puesto el dinero debajo del Santo, no habría el demonio
avisado a sus amigos los gabachos para que me lo robaran”, balbucía el buen
sacerdote, mientras golpeaba a uno de los diablos a los que pisa San Miguel.
Al desdichado sacerdote, se la
había ocurrido la idea, antes de salir para el destierro, esconder sus ahorros
debajo de los demonios. “Más me hubiera valido haberlos colocado bajo la falda
de San Miguel”, sollozaba con expresiones más fuertes que las transcritas.
En cualquier caso el rudo
clérigo sobrevivió al disgusto y continuó como vicario de San Miguel hasta
cumplir 49 años en el desempeño de ese ministerio. Murió el 7 de noviembre de
1840, cuando ya había cumplido 76 años.
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