Hace
pocos días nos dejaba para siempre Felipe Pasamar Celiméndiz. Con este motivo, Manuel
Giménez Aperte lo recordaba como un personaje cuasi literario, porque una
semblanza del mismo fue incluida en la obra de Julio José Ordovás Belío, Frente al cierzo. Once ciudades aragonesas,
que apareció publicada en 2005, dentro de la Biblioteca Aragonesa de Cultura.
En
ella, el autor dejaba constancia de sus vivencias en esas once ciudades, entre
las que se encontraba Borja, de la que recorrió sus calles y habló con sus
gentes. A Felipe lo encontró en un bar. Manolo dice que fue el Montesol, pero
podría ser cualquier otro. Hablaron un rato y le impresionó su forma de ser y
su sabiduría popular. Por eso, lo llevó a las páginas de la obra que estaba
preparando, dejándonos este testimonio literario que recuperamos ahora, en
recuerdo del protagonista desaparecido:
“Felipe está sentado en un rincón del bar,
dándole vueltas y vueltas a su chato de vino sobre el mostrador de zinc. Felipe
no ha podido ni querido evitar entrar en conversación. Saca un Ducados, le
arranca con los dientes la colilla y se lo fuma como si fuera un Ideales.
Felipe tiene la piel arcillosa, la frente despejada, los ojos vivos y unas
manos grandes y encallecidas, como los personajes de Castelao, manos de pueblo.
Felipe se ríe y nos hace reír. Nos compadece a los de la capital porque tenemos
un aspecto enfermizo y la piel del color de la tortilla de patata. Es solterón
y recuerda con nostalgia y un punto de fanfarronería en… Zaragoza y Barcelona,
como si en lugar de labrador hubiera sido marinero. Felipe es un filósofo
rural, no hay tema sobre el que no se pronuncie con contundencia, y lo hace
siempre con un humor y una agudeza que descolocan a cualquiera. Echa pestes de
los invernaderos, y asegura que él se siente un privilegiado porque puede
permitirse el lujo de comer lo que cultiva, sin otro fertilizante que el fiemo,
y caza con sus propias manos. Felipe está a punto de jubilarse, idea que no le
entusiasma demasiado, y vive con su madre y con un perro canijo y vivaracho que
atiende al nombre de Guau. Felipe pertenece a una raza en vías de extinción. No
cambiaría su Borja por ningún otro lugar del mundo, y nos explica que las
truchas buenas de verdad son las de carne blanca, como las del Moncayo, no las
asalmonadas, de piscifactoría, engordadas con quién sabe qué venenos”.
Entre
las fotografías que nos ha mandado se encuentra la que aquí reproducimos, en la
que aparece Felipe, fácil de identificar, aunque fue tomada en el año 1975, con
motivo de un concurso de ranchos en la plaza del Mercado. Menos reconocible es
Manuel Giménez Aperte, también en primera fila.
Y
aún más difícil puede resultar identificar a las personas que aparecen en esta
otra fotografía, tomada el mismo día y en el mismo lugar.
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