Uno de los personajes borjanos más injustamente olvidados es D. José María Pereda Matud, que fue el gran educador de la juventud de Borja, a través de su incansable actividad apostólica al frente de la Congregación Mariana. No teníamos ningún documento directamente relacionado con él, pero acabamos de conseguir una carta manuscrita firmada como “mosén Pepe” que era el cariñoso apelativo con el que era conocido.
Fechada
el 9 de septiembre de 1941, en un momento clave para la Congregación, no hemos
dudado en calificarla de profética, dado que hace referencia a cuestiones que
volverían a cobrar fuerza años después.
La
Congregación Mariana había sido fundada en 1903 por un mártir jesuita, el P.
Pablo Bori Puig S. J., asesinado en Valencia en 1936 y ya beatificado. Cuando
dejó Veruela, tomó su relevo mosén Pepe, primero al frente de los más pequeños
y después de toda la congregación.
Fueron años de
actividad incansable en los que la iglesia de Santo Domingo se convirtió en el
centro de espiritualidad más dinámico de la ciudad. La sabatina, las misas
dominicales y las grandes fiestas lograban reunir en sus bancos a la mayor
parte de la juventud borjana, en torno a sus Patrones San Luis Gonzaga, San
Estanislao de Kostka y San Juan Beckman. Pero, además, pudo lograr su sueño de
crear en la calle Mayor la “Casa del Congregante”, escenario de numerosas
actividades culturales.
Pero
en 1941, mosén Pepe que moriría siete años después estaba ya enfermo. La
parálisis que le afectaba, aunque no lo impedía recibir visitas y un intenso
intercambio epistolar, hacía necesario buscar a un sacerdote que le sustituyera
al frente de la congregación. Ese es el motivo por el que se dirige a Agustín
María Sierra, activo miembro de la misma para proponerle a la persona que
consideraba más idónea.
Se
trataba de D. Mauricio Soria Aranda (1887-1970) quien, tras ser ordenado
sacerdote, desempeñó el puesto de paje del Sr. Obispo, lo que le permitió
desenvolverse muy bien en los ambientes aristocráticos. Destinado a Borja,
donde había nacido, su formación humanística y su gran conocimiento de la lengua
latina fueron determinantes a la hora de ser elegido como profesor del Colegio
de Santo Tomás de Aquino que había fundado D. Gerardo Mendiri. En la enfermedad
de mosén Pepe se había hecho cargo de la misa dominical de la congregación
pero, comoquiera que era un hombre inteligente, se percataba que carecía de las
dotes carismáticas de mosén Pepe por lo que se resistía a sustituirle como
Director. De ahí uno de los motivos de la carta, intentar que Agustín Sierra le
presionase.
Hay unos
puntos de la carta sobre los que nos gustaría insistir. Su referencia a la
congregación como “obra benemérita” de la ciudad y semillero de su juventud. Al
mismo tiempo apunta a los recelos que despierta en aquellos que “quieren darle
la puntilla”, algunos de los cuales no eran personas ajenas a la Iglesia. Al
candidato que propone como Director le aconseja que actúe con independencia,
sin verse condicionado por él, insistiendo únicamente en que mantenga la
relación con Veruela y el “trato íntimo con los Padres”. No en vano las
congregaciones marianas eran una obra apostólica surgida al calor de esa
Compañía de Jesús tan diferente a lo que de ella queda en la actualidad.
A
pesar de todo, la Congregación subsistió más de 20 años tras la premonitoria
carta. Los recelos que despertaba en determinada persona esa masiva asistencia
de jóvenes a los actos organizados en Santo Domingo, por la falsa creencia de
que se los “robaban” a la parroquia, propiciaron su definitiva desaparición en
la que jugó un papel determinante el nuevo modelo pastoral introducido por un
joven sacerdote nada más llegar a Borja.
Su
desaparición llevo aparejada la de la Casa del Congregante y con ello el fin de
una época cuyos frutos eran evidentes. Lo que vino después está también a la vista,
aunque a ello coadyuvaran los cambios operados en la sociedad española.
Sin
embargo hay algo en todo este proceso que parece responder al influjo de una fuerza,
ajena a lo estrictamente humano, especialmente empeñada en borrar cualquier
recuerdo de aquella gigantesca obra apostólica que mantuvo viva la Fe en
nuestra ciudad. De otra forma no puede explicarse hechos como el cierre de la
iglesia donde había tenido su sede; el derribo del edificio que había acogido a
la Casa del Congregante; el olvido al beato Pablo Bori, un mártir que recorrió
nuestras calles y al que, en diversas ocasiones, hemos propuesto que se le
dedicara una lápida en la iglesia de la Concepción donde fundó la congregación;
y el que para nosotros es el más inexplicable de todos, la retirada del nombre
de mosén Pepe del callejero borjano, eliminando sin ningún motivo la calle que,
entre el fervor popular, le había sido dedicada tras su fallecimiento. A pesar
de todo, en estos días de Pascua, los creyentes proclaman su fe en el Señor,
vencedor de la muerte y del pecado, así como del inductor de unos hechos en los
que sus autores son meros ejecutores de sus pérfidos designios. Laus Deo.
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