Los andamios que se alzan estos días junto al arco de San Francisco constituyen un símbolo del empeño de una familia por preservar un patrimonio que siendo propio, constituye también una seña de identidad para la ciudad.
Porque
hubo un tiempo en el que las calles de Borja estaban jalonadas por una serie de
edificios, auténticos palacios (aunque aquí se llamaran “casas grandes”),
muchos de ellos edificados en los siglos XVI y XVII que constituían un conjunto
urbano difícil de encontrar en otros lugares y que nunca fue suficiente
valorado.
Hemos
llegado a conocer un buen número de ellos aún habitados, manteniendo su ornato
interior pero, en los últimos años, se han producido una merma considerable de
ese patrimonio, hasta el punto de que ya no quedan sino tres de esos palacios y
no todos en buen estado de conservación.
Entre
todos destaca el antiguo palacio de los Lázaro, en la calle de San Francisco,
cuya propiedad pasó a la familia Ojeda. Allí residió aquella gran dama y
excelente persona que fue Dª. Marianina de Ojeda que aparece sentada en esta
última fotografía que, junto con otras, nos permitió realizar en su momento.
Pasó
después a poder de D. Alfredo de Ojeda Nogués y es su viuda y sus hijos quienes
han puesto todo su empeño en mantenerlo. Aunque ya no existe aquella huerta que
complementaba el jardín romántico de su parte posterior que tanto impresionó a
D. Fernando Chueca Goitia en una inolvidable visita a Borja, ni el contenido es
exactamente el mismo, el palacio sigue vivo.
La
restauración ahora emprendida constituye una excelente noticia que viene a
compensar otras menos favorables que se han ido sucediendo en los últimos
meses. Ojalá que antes de que sea demasiado tarde se tome conciencia de la
necesidad de revitalizar el casco antiguo de Borja que no podrá volver a ser el
mismo que en el pasado pero, al menos, debería evitarse la completa
desaparición que hicieron de nuestra ciudad un conjunto singular de arquitectura
renacentista.
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