Ayer
celebró la Iglesia Católica la festividad de San Fidel de Sigmaringa
(1577-1622) un religioso capuchino que fue el primer mártir de la Sagrada
Congregación de Propaganda Fide (que acababa de ser fundada) y posiblemente
también de su orden.
Había nacido en la ciudad alemana de Sigmaringa, en el seno de una familia noble y era de ascendencia española por parte de su padre, Juan Rey. Cursó brillantemente los estudios de Derecho Civil y Canónico, graduándose como doctor. Como preceptor del hijo del barón de Stotzingen, le acompañó en un recorrido de seis años por Europa, a imagen de ese “Grand Tour” que más tarde protagonizarían los aristócratas ingleses. El futuro santo, además del alemán y el latín, hablaba perfectamente el francés y el italiano.
Al
regreso comenzó a ejercer la abogacía, pero desengañado por las triquiñuelas
legales a las que tenía que enfrentarse e impresionado por el recuerdo de esa
Europa desgarrada por los enfrentamientos entre católicos y protestantes que
había podido constatar, decidió entregar su vida a Dios. Ordenado sacerdote en
1612, ingresó después en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos.
Dedicado
intensamente a la predicación, fue requerido en 1622 por la Congregación de
Propaganda Fide para, junto con otros capuchinos, marchara a Suiza donde el
archiduque de Austria, Leopoldo, había emprendido una cruzada contra los
protestantes. Su labor apostólica desató la ira de sus enemigos que le
tendieron una celada, intentando asesinarlo en la iglesia de Seewis donde
predicaba, pudo salir protegido pero, al llegar al exterior del templo, fue
sorprendido por una turba que le dio muerte a garrotazos.
Por
ese motivo en su iconografía aparece vestido con el hábito capuchino, llevando
en la mano una maza o clava. Sin embargo, es mucho más frecuente representarlo
con una cruz y un ramo de azucenas.
Así aparece en este lienzo conservado en Borja, que procede del antiguo convento de capuchinos, ahora hospital Sancti Spiritus. El cuadro, muy deteriorado, se encuentra actualmente almacenado en la planta superior del Museo de la Colegiata.
Aunque
no es una obra cumbre de la pintura religiosa, merecería ser restaurado por su
interés iconográfico, dado que, además de portar la cruz y las azucenas a las
que hemos hecho referencia, aparecen tras él dos escenas cuya representación no
es demasiado frecuente, aunque la de los ángeles aparece en esta obra conservada en Ejea de los Caballeros.
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