Una de las iniciativas de Hispania Nostra que mayor eco tienen en los medios de comunicación es la llamada Lista Roja del Patrimonio, con la que, desde el Centro de Estudios Borjanos hemos sido especialmente reticentes. El que figure en ella la ermita de San Juan de Añón de Moncayo que hemos vuelto a visitar recientemente, nos permite reflexionar sobre ella.
Lo que, en un principio, fue concebido
como un instrumento para llamar la atención sobre determinados monumentos en
estado de abandono, pero susceptibles de ser recuperados si los organismos competentes
les dispensaran atención, ha terminado por convertirse en una relación de edificios
de muy diversas características y entidad, muchos de los cuales se encuentran
en zonas abandonadas o casi inaccesibles que la comisión científica que
gestiona la lista incluye y saca, en función de los informes que recibe, muchas
veces interesados, sin valorar suficientemente si el bien a proteger puede
serlo realmente o si, como es habitual, es uno más de los centenares que, en
situación similar se encuentran en toda España.
Ello ha provocado una interpretación no
deseada, convirtiendo la Lista en una especie de ranking entre las diversas
comunidades autónomas, provocando el enojo de las autoridades responsables del
Patrimonio en cada una de ellas.
Uno de esos casos extremos, al que ya
nos hemos referido en otras ocasiones, es el de la ermita de San Juan en Añón. Derruida
hace mucho tiempo y cubierta de yedra, está emplazada en un bonito lugar de la
cabecera del río Huecha y su romántico aspecto había dado lugar a la creencia sin
fundamento, de que, en ella, se había inspirado Bécquer para su leyenda de El
Miserere.
Su inclusión en la Lista Roja se remonta a la primera época de la misma y la atención que, en aquellos momentos, le dispensaron los medios de comunicación regionales dio lugar a que, en 2006, el Ayuntamiento de Añón llevara a cabo la limpieza de vegetación, apareciendo el suelo original y la base del altar.
Pero, al despojarle de la vegetación que
la cubría se pudo constatar que desaparecida la cubierta y con los muros en
estado de ruina avanzada, poco se podía hacer. Por el contrario, la actuación
aceleró la ruina, siendo necesario apuntalar alguna de sus paredes. Pero aún
fue más grave el hecho de que, algunos de los sillares que quedaba de su
portada románica fueron retirados por algunos de los encargados de las obras y,
como publicamos en este blog, llegamos a verlos convertidos en elementos
portantes de un cubierto o cobertizo privado.
Ahora, hemos vuelto a la ermita para
comprobar las grietas de sus muros, la yedra que, de nuevo, cubre su ábside, o
la maleza que ha crecido en el interior que había sido limpiado, como muestran
estas imágenes.
Aunque no se puede penetrar en el interior, nos dio la impresión de que ya no quedan los pocos sillares de su antigua portada que, en su momento, pudimos fotografiar.
Nos contentamos ahora con recorrer el
perímetro de esta ermita que ha vuelto a tener el mismo aspecto que ha tenido
desde finales del siglo XIX, mientras nos preguntábamos por el sentido que tiene
su mantenimiento en la famosa Lista Roja. ¿De verdad que hay alguien que cree
en la posibilidad de su restauración?
No queremos decir que no se puede hacer
nada. Consolidar y mantener las ruinas, controlando la vegetación, evitando su
definitiva pérdida, podría ser una solución, de manera que fuera un espacio
visitable sin peligro en el que en un panel informativo se explicara la
historia del monumento.
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