domingo, 28 de mayo de 2023

El cementerio militar alemán de Cuacos

 

         En la localidad cacereña de Cuacos de Yuste, muy cerca del monasterio de Yuste, se encuentra el Cementerio Militar Alemán, en el que están enterrados 26 militares fallecidos, en el transcurso de la Primera Guerra Mundial y 154 en la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de ellos pertenecían a las dotaciones de unidades navales hundidas en las costas españolas o a las de aviones derribados. Ninguno de ellos combatió en la Guerra Civil española.




         Situado en un paraje de gran belleza, nos impresionó vivamente cuando, durante una visita al monasterio, lo descubrimos de forma casual. Fue diseñado por el arquitecto placentino José Pérez Curto, que logró integrar el recinto, en un entorno en el que predominan los olivos que también crecen en el cementerio, donde unas cruces de granito oscuro, jalonan las tumbas sin otra mención que el nombre del militar, su graduación y las fechas de su nacimiento y muerte.

 

         Junto a la entrada y a la capilla, una placa de bronce recuerda el origen de este cementerio que depende del Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge (Comisión Alemana de Tumbas de Guerra), una asociación privada creada al finalizar la I Guerra Mundial para localizar y cuidar las tumbas de los soldados fallecidos en la contienda.

 

         Fue en 1919 cuando surgió esta asociación sin ánimo de lucro, financiada con las cuotas de sus miembros y donaciones privadas, habiendo realizado una gran labor, desde entonces, salvo el paréntesis impuesto por la II Guerra Mundial.

         Fue, en 1954, cuando el Gobierno de la República Federal de Alemania le encomendó la misión de buscar en el extranjero las sepulturas de los soldados alemanes y crear, en los lugares en los que eso fuera posible, cementerios militares alemanes, de cuyo cuidado y mantenimiento debían encargarse.  para ellos, que luego debían cuidar y mantener. Hay que tener en cuenta que, en virtud del artículo 225 del Tratado de Versalles del 28 de junio de 1919, todo Estado debe cuidar de las tumbas de guerra existentes en su territorio, independientemente de la nacionalidad de los fallecidos. Ello quiere decir que teóricamente no puede haber una intervención por parte del Estado al que pertenecían los militares enterrados, aunque en la práctica, bien a través de sus embajadas o por medio de asociaciones civiles específicas, desarrollan ese cometido.

 

         En diversos lugares de la geografía española había tumbas con militares alemanes fallecidos en el transcurso de los dos conflictos mundiales y el gobierno alemán, a través del Volksbund, decidió reunirlos en un único cementerio.  

 

A la hora de buscar un emplazamiento adecuado para ese propósito, la Comisión se decantó por la adquisición de 7.000 metros cuadrados de la finca “El Ronquillo”, sita en el municipio de Cuacos de Yuste. Además de la belleza del lugar lo que influyó en la elección fue su proximidad al monasterio de Yuste en donde se había retirado el emperador Carlos V y donde falleció el 21 de septiembre de 1558. Al fin y al cabo, era emperador de Alemania y quisieron unir su recuerdo al de sus militares fallecidos.

 

         En junio de 1980, comenzaron las obras con un presupuesto equivalente a lo que actualmente serían poco más de 16.000 euros. Finalmente, una vez localizados y sepultados los cuerpos, fue inaugurado el 1 de junio de 1983, con la presencia de autoridades españolas, el embajador de la República Federal Alemana, representantes de la Volksbund y de las Fuerzas Armadas alemanas, así como muchos familiares llegados desde Alemania. 

         La ceremonia religiosa fue oficiada por un pastor protestante y el abad de Yuste que aparecen a la izquierda de la imagen, junto con el alcalde de Cuacos.

 

         Fue una funcionaria de la embajada alemana, Gabriele Marianne Poppelreuter, la encargada de la compleja misión de localizar tumbas en todo el territorio español y llevar a cabo los trámites necesarios para exhumar los restos y conducirlos al nuevo cementerio. Fue una labor ingente en la que empleó tres años.


         Fue una funcionaria de la embajada alemana, Gabriele Marianne Poppelreuter, la encargada de la compleja misión de localizar tumbas en todo el territorio español y llevar a cabo los trámites necesarios para exhumar los restos y conducirlos al nuevo cementerio. Fue una labor ingente en la que empleó tres años.

         Distinto es el caso de ocho cruces que se alzan en las tumbas de otros tantos militares cuya identidad no se conoce. En este caso, en ellas se grabó la frase “Ein Unbekannter Deutscher Soldat” (Un soldado alemán desconocido).

 

         Uno de los casos antes mencionados en los que no fue posible efectuar el traslado fue el del operador radio de un submarino hundido frente a Burriana (Castellón). Se trataba de Hubert Sasse, de 21 años de edad, cuyo cadáver llegó a la playa donde lo encontraron unos niños el 10 de julio de 1943. Llevaba puesto el chaleco salvavidas y su identificación en un tubo hermético con los datos personales y una foto. El comerciante alemán Josef Kaufer, que era tío de uno de los niños que encontró el cadáver, se hizo cargo del cadáver y sufragó su entierro. Además, localizó en Alemania a sus hermanas y siguió cuidando de la tumba, por lo que, tanto unos como otros quisieron que siguiera en Burriana.

 

         Todos los años, el segundo domingo de noviembre, la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes organiza el Día de Luto Nacional (Volkstrauertag), al igual que en todos los cementerios militares alemanes repartidos por el mundo, con asistencia de familiares y militares alemanes y españoles. “Recordad a los muertos con profundo respeto y humildad” es la frase final de la placa de la entrada.

 


         Pero ese respeto no cabe en la mente de los desalmados que no vacilaron en destruir varias cruces y pintar sus consignas en los muros del cementerio. Estos hechos han acaecido en varias ocasiones, la última y más grave hace cuatro años. Por otra parte, fue preciso retirar el libro de firmas que existía, como en otros cementerios alemanes, por las frases ofensivas que allí dejaban escritas los bárbaros desconocedores del Derecho Internacional.



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