En nuestro recorrido por el Museo de Bellas Artes de Valencia, pudimos visitar la exposición “Sorolla. Orígenes”, la primera dedicada por esa entidad al gran pintor valenciano Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923), en el centenario de su fallecimiento.
Presidida por grandes fotografías de un
Sorolla joven, llamativamente diferente de las imágenes y autorretratos del
pintor adulto, en la sala se mostraban sus primeras obras, interesantes, pero no
demasiado conocidas.
Pero, entre ellas, destacaba “El grito
del Palleter”, pintada en 1884 cuando optaba a la pensión otorgada por la
Diputación de Valencia, para estudiar en Roma. Era el tema obligado para todos
los concursantes y reflejaba la proclama lanzada en 1808 por Vicente Domènech,
llamado “el Palleter” porque vendía “palletes” (pajitas para encender fuego),
desde los escalones de la Lonja de Valencia, desencadenando el alzamiento
contra los franceses en la ciudad.
Desde luego, en la sala no se
encontraban los lienzos más famosos, entre ellos los realizados directamente en
las playas, reflejando magistralmente la luz del Mediterráneo, el mar y esos
niños a los que tanta atención dedicó y a los que hemos dedicado especial
atención, realizando un inventario de todas sus obras con esta temática.
Posiblemente, el primero de
ellos es el que, con el título de “Triste herencia” reflejaba el baño de unos
niños inválidos, atendidos por un hermano de San Juan de Dios, de cuyo hospital
procedían.
El propio Sorolla relató la
génesis de esta obra de grandes dimensiones, pintada en 1899: “Un día estaba yo
trabajando de lleno en uno de mis estudios de la pesca valenciana, cuando
descubrí de lejos unos cuantos muchachos desnudos dentro, y a la orilla del mar,
y vigilándolos la vigorosa figura de un fraile. Parece ser que eran los
acogidos del hospital de San Juan de Dios, el más triste desecho de la
sociedad: ciegos, locos, tullidos y leprosos. No puedo explicarle a usted
cuanto me impresionaron, tanto que no perdí tiempo para obtener un permiso para
trabajar sobre el terreno, y allí mismo, al lado de la orilla del agua, hice mi
pintura”.
El cuadro obtuvo el máximo galardón en la Exposición
Universal de París de 1900 y, al año siguiente, la Medalla de Honor de la
Exposición Nacional de Bellas Artes. No pudo conseguir que lo adquiriera el
Estado, como era su deseo, y viajó a los Estados Unidos, de donde regresó en
1981, al ser adquirido por Bancaja en Sotheby’s de Nueva York.
Los niños desnudos en la playa fueron,
desde entonces, uno de sus temas recurrentes, dando lugar a obras tan bellas y,
en cierto modo sensuales, como “Chicos en la playa” “El balandrito” o “El baño
del caballo”, las tres pintadas en 1909, cuando ya tenía 36 años, había contraído
matrimonio con Clotilde García del Castillo (en 1888), de la que estuvo profundamente
enamorado y tuvo tres hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario