Contemplando en la iglesia parroquial de Ricla esta imagen de Cristo, en el momento de su Pasión, vino a nuestra memoria la blasfema representación que, en forma de cabezudo, vistiendo incluso una túnica similar, se hace desfilar por las calles de Borja durante sus fiestas, habiendo tenido la osadía de llevarla a Madrid, sin importarles el ridículo al que se exponían, ni el dolor ocasionado a los creyentes, exponiéndose a la cólera divina que, tarde o temprano, castiga las ofensas a su Hijo. A la espera de que, quienes deberían instar a la retirada del blasfemo cabezudo se decidan a intervenir, pedimos en Ricla piedad para quienes, llevados por su ignorancia, han sido capaces de perpetrar semejante despropósito.
El domingo 21 Ricla celebraba la fiesta
en honor de sus “santicos”: San Teopompo y San Sinesio, cuya peana procesional,
cubierta de flores, estaba situada junto al presbiterio del templo parroquial.
Ante ella pedimos por la recuperación del herido de gravedad, alcanzado el día
anterior por el toro de ronda. No vamos a insistir en nuestra opinión sobre
este tipo de espectáculos.
Posiblemente, sean muchos los que ignoren
quienes fueron esos mártires, a pesar de que está constatada su realidad
histórica y son objeto de culto, tanto en la iglesia latina como en la griega.
San Teopempo había nacido en Nertobriga
Concordia Iulia, una ciudad romana situada cerca de la actual Fregenal de la
Sierra, en el siglo III. Fue obispo de esa ciudad, por entonces sede episcopal.
Durante la persecución de Diocleciano sufrió el martirio a manos del cruel
Daciano, siendo situado el acontecimiento en otra Nertobriga, en este caso de
la Tarraconense que existió en las cercanías de Ricla.
Al margen de la posible confusión entre
ambas ciudades del mismo nombre, las actas de su martirio están plagadas de
acontecimientos sobrenaturales de carácter fabuloso, que convierten al mártir en
un sorprendente ejemplo de supervivencia y firmeza ante los más terribles
suplicios.
Porque, para doblegar su fe, Daciano mandó
arrojarlo a un horno ardiente, sin que sufriera daño, presentándose por la
noche ante el tirano para afearle su conducta. Enfurecido por lo ocurrido, lo
encerró en una mazmorra, privándole de todo alimento durante veintitrés días,
superando la prueba sin menoscabo de su salud.
Después, lo torturaron, arrancándole un
ojo que le fue reintegrado por un ángel, lo que hizo creer que tenía poderes
mágicos, por lo que pidieron a un hechicero egipcio llamado Teónas, que estaba
en la ciudad, consejo para acabar con él. Teónas propuso que fuera colocado
ante un fiero toro, al que San Teopompo, con unas palabras, logró destruir.
Entonces el hechicero preparó una pócima con un potente veneno, que administró
al Santo sin lograr que sufriera daño alguno. Ante ello, Teónas decidió
convertirse al Cristianismo, siendo bautizado por San Teopompo, tomando el
nombre de Sinesio.
Pero, Daciano no se resignó y siguió
inventando nuevos suplicios. Dispuso que fuera arrojado de cabeza desde lo alto
de un monte, con la cabeza hacia abajo y una gran piedra colgando del cuello,
pero la piedra quedó suspendida en el aire y el Santo salió indemne de esta
nueva prueba.
Finalmente, Daciano decidió acabar con él, por un procedimiento más seguro, la decapitación, mientras que a Sinesio, fiel a su nueva Fe, lo enterraron vivo, como muestra esta representación de la muerte de ambos mártires.
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