martes, 16 de mayo de 2023

Libros recibidos 612

 

         A veces no prestamos atención a lo más cercano, seducidos por cosas que nos llegan desde lejos, cuando lo que aquí podemos encontrar tiene atractivos más que suficientes para despertar en nosotros ilusiones dormidas y descubrir nuevos horizontes, porque, en definitiva, eso es algo de lo que nos ofrece la creación literaria, un auténtico gozo para quienes se sumergen en ella.

         En ese Aragón, al que algunos quieren presentarnos con un páramo inerte, muy alejado de los grandes centros culturales del país, hay muchas más cosas interesantes de las que pudiera parecer y, entre ellas, destacan las editoriales que dan voz a escritores de aquí, al mismo tiempo que nos descubren autores desconocidos nacidos en lejanas tierras.

         Desde su fundación, hemos seguido el devenir editorial de Xordica, a la que conocimos en la histórica Feria de Monzón, en cuyas primeras ediciones estuvo siempre presente una caseta del Centro de Estudios Borjanos, atendida por Juan María de Ojeda y dos de nuestras mejores colaboradoras de entonces: Victoria Paños y Beatriz Benedí.

         Pero, no ha ocurrido lo mismo con otra gran editorial, surgida hace ya algún tiempo, fruto de la ilusión de Marina Heredia Ríos, con el nombre de “Los libros del gato negro”, que cuenta ya con un elevado número de títulos que deberían estar en una biblioteca como la nuestra, en donde nos preciamos en reunir lo mejor de la producción aragonesa. No ha sido así, pero con la ayuda de la Librería Sancho y los sabios consejos de su responsable, intentamos paliar con algunas de las publicaciones que allí hemos ido encontrando.

         Una de ellas es la novela El color de la tristeza es amarillo, de la que es autora Camino Díaz Bello, toda una sorpresa, a pesar de que era la cuarta novela de la autora, a la que ha seguido recientemente otra en la misma editorial.

         Camino estudio Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza y, posteriormente, ingreso en la Escala Superior del Cuerpo Nacional de Policía, algo que no nos sorprende, dado que conocemos a un buen número de universitarios que han elegido ese camino en el que, junto a sus actividades profesionales, siguen cultivando otras vertientes de su personalidad que, en el caso de Camino, es el de la creación literaria.

         La novela nos ha cautivado desde el inicio y no deja de ser curioso que, en cierto modo, la trama argumental gira en torno a una familia vinculada a la Benemérita, radicada en tierras altoaragonesas.

         Podría parecer una novela policiaca, con un crimen en su arranque, pero es mucho más. La verdadera protagonista es el tránsito desde la infancia a la edad adulta de su protagonista, en un espacio temporal en el que se superpone el pasado con el presente, para abrirle el camino de la madurez.

         Es, en cierto modo también, un relato onírico en el que la realidad se superpone a los sueños que le ayudarán a dejar atrás los fantasmas del pasado para asumir “la vida como es”.


         Si la novela anterior ha llegado un poco tarde a nuestras manos, fue publicada hace dos años, no ha ocurrido lo mismo con el maravilloso libro de Víctor Juan: Caspe. Mis días azules, que ha sido editada este año.

         El autor es bien conocido por todos nosotros, entre otras razones por su labor al frente del Museo Pedagógico de Aragón, su relación con la revista Rolde y su actividad docente, primero como maestro, en el pleno sentido de la palabra, y ahora como profesor de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de la Universidad de Zaragoza.

         Autor de novelas y otros escritos, así como de habituales artículos en las páginas de Heraldo de Aragón, Víctor nos ofrece un precioso relato de su infancia en Caspe, la ciudad “donde no florece el limonero, pero el tomillo y el romero perfuman los cabezos de piedras pardas”.

         Los diferentes capítulos que culminan en unos “recuerdos a la manera de Georges Perec” (Perec, el escritor francés que murió de cáncer de pulmón en 1982), componen un formidable canto a ese Caspe en el que todos los “días eran azules o estaban a punto de serlo”. Cómo nos gustaría a todos que por las calles de nuestras ciudades corretearan niños que, de mayores, pudieran plasmar sus recuerdos como lo ha hecho Víctor con los escenarios de su infancia.



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