A veces no prestamos atención a lo más cercano, seducidos por cosas que nos llegan desde lejos, cuando lo que aquí podemos encontrar tiene atractivos más que suficientes para despertar en nosotros ilusiones dormidas y descubrir nuevos horizontes, porque, en definitiva, eso es algo de lo que nos ofrece la creación literaria, un auténtico gozo para quienes se sumergen en ella.
En ese Aragón, al que algunos quieren
presentarnos con un páramo inerte, muy alejado de los grandes centros culturales
del país, hay muchas más cosas interesantes de las que pudiera parecer y, entre
ellas, destacan las editoriales que dan voz a escritores de aquí, al mismo tiempo
que nos descubren autores desconocidos nacidos en lejanas tierras.
Desde su fundación, hemos seguido el
devenir editorial de Xordica, a la que conocimos en la histórica Feria de Monzón,
en cuyas primeras ediciones estuvo siempre presente una caseta del Centro de
Estudios Borjanos, atendida por Juan María de Ojeda y dos de nuestras mejores
colaboradoras de entonces: Victoria Paños y Beatriz Benedí.
Pero, no ha ocurrido lo mismo con otra
gran editorial, surgida hace ya algún tiempo, fruto de la ilusión de Marina
Heredia Ríos, con el nombre de “Los libros del gato negro”, que cuenta ya con
un elevado número de títulos que deberían estar en una biblioteca como la
nuestra, en donde nos preciamos en reunir lo mejor de la producción aragonesa.
No ha sido así, pero con la ayuda de la Librería Sancho y los sabios consejos
de su responsable, intentamos paliar con algunas de las publicaciones que allí
hemos ido encontrando.
Una de ellas es la novela El color
de la tristeza es amarillo, de la que es autora Camino Díaz Bello, toda una
sorpresa, a pesar de que era la cuarta novela de la autora, a la que ha seguido
recientemente otra en la misma editorial.
Camino estudio Filología Hispánica en
la Universidad de Zaragoza y, posteriormente, ingreso en la Escala Superior del
Cuerpo Nacional de Policía, algo que no nos sorprende, dado que conocemos a un
buen número de universitarios que han elegido ese camino en el que, junto a sus
actividades profesionales, siguen cultivando otras vertientes de su
personalidad que, en el caso de Camino, es el de la creación literaria.
La novela nos ha cautivado desde el
inicio y no deja de ser curioso que, en cierto modo, la trama argumental gira
en torno a una familia vinculada a la Benemérita, radicada en tierras
altoaragonesas.
Podría parecer una novela policiaca,
con un crimen en su arranque, pero es mucho más. La verdadera protagonista es el
tránsito desde la infancia a la edad adulta de su protagonista, en un espacio
temporal en el que se superpone el pasado con el presente, para abrirle el camino
de la madurez.
Es, en cierto modo también, un relato
onírico en el que la realidad se superpone a los sueños que le ayudarán a dejar
atrás los fantasmas del pasado para asumir “la vida como es”.
Si la novela anterior ha llegado un
poco tarde a nuestras manos, fue publicada hace dos años, no ha ocurrido lo
mismo con el maravilloso libro de Víctor Juan: Caspe. Mis días azules,
que ha sido editada este año.
El autor es bien conocido por todos
nosotros, entre otras razones por su labor al frente del Museo Pedagógico de
Aragón, su relación con la revista Rolde y su actividad docente, primero
como maestro, en el pleno sentido de la palabra, y ahora como profesor de la Facultad
de Ciencias Humanas y de la Educación de la Universidad de Zaragoza.
Autor de novelas y otros escritos, así
como de habituales artículos en las páginas de Heraldo de Aragón, Víctor
nos ofrece un precioso relato de su infancia en Caspe, la ciudad “donde no
florece el limonero, pero el tomillo y el romero perfuman los cabezos de
piedras pardas”.
Los
diferentes capítulos que culminan en unos “recuerdos a la manera de Georges
Perec” (Perec, el escritor francés que murió de cáncer de pulmón en 1982),
componen un formidable canto a ese Caspe en el que todos los “días eran azules
o estaban a punto de serlo”. Cómo nos gustaría a todos que por las calles de
nuestras ciudades corretearan niños que, de mayores, pudieran plasmar sus
recuerdos como lo ha hecho Víctor con los escenarios de su infancia.
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