Al hacer alusión a los borjanos fallecidos como consecuencia
de la epidemia omitimos, por desconocimiento, el nombre de una religiosa
ejemplar, natural de nuestra ciudad: La hermana Josefina Ferrández Rodríguez,
de la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana.
Cuando ayer nos comunicó su hermana Nieves que su muerte
había acaecido el pasado 1 de mayo, en la Casa de Salud de Valencia, donde
venía prestando servicio desde hacía 20 años, nos impresionó vivamente y, sobre
todo, nos sorprendió que la noticia no hubiera llegado a nuestro conocimiento
en el momento oportuno. De hecho, la presencia de sus hermanos en el acto
oficial de la plaza de España no la relacionamos en concreto con ella. De ahí,
que hoy queramos rendir nuestro particular homenaje a esta religiosa, hija de
D. Francisco Ferrández y de Dª. María Luisa Rodríguez, que había nacido en
Borja el 10 de febrero de 1942.
En la reseña biográfica que insertamos en nuestro Diccionario, destacábamos que había
ingresado en la Congregación el 15 de septiembre de 1963, emitiendo los
Primeros Votos el 15 de septiembre de 1965 y la Profesión Perpetua el 14 de
septiembre de 1972.
En 1976 fue elegida Superiora de la Clínica de San Juan de
Dios de Zaragoza. Dos años después fue nombrada Maestra de Junioras del
Juniorado Interprovincial de Zaragoza y, en 1982, Vicaria y Encargada
Provincial de Sanidad de la provincia “Ntra. Sra. del Pilar”, con sede en la
capital aragonesa.
Su vinculación al mundo de la Sanidad fue una constante a lo
largo de toda su vida. En 1989 fue elegida Consejera General y encargada de ese
sector en toda la congregación, desempeñando ese cometido durante doce años.
Durante esa etapa pasó
una temporada en Albania atendiendo a los refugiados de Kosovo en el año 1999.
En
octubre de 2001 fue destinada a esa Casa de Valencia donde ha fallecido. Allí
trabajaba en la UCI de neonatos y, como se destacaba en el cariños recuerdo que
le dedicó otra religiosa borjana, la hermana Lucrecia Urzay Compans, hace
tiempo que la vida era un regalo para ella y así la compartió, en servicio a
los más pequeños, pequeñísimos. Muchos años entre cunas y recién nacidos,
muchos años sosteniendo esos primeros minutos de vida, muchos años contemplando
rostros atentos que nacen a la vida.
Como se ponía de manifiesto en la necrológica de la
Congregación, el ser la mayor de seis hermanos marcó su vida con el sello de la
responsabilidad madura y la capacidad de trabajo. Fue una mujer de fe recia,
austera y fiel. Disponible siempre al querer de Dios, se entregó con detalle en
todos los servicios que la Congregación le iba pidiendo. Fue fiel a su vocación
que la tradujo en entrega generosa desde la fidelidad al Carisma
congregacional. En su servicio de Formadora inculcó con tenacidad el amor a los
Fundadores, a la Congregación, el sentido de pertenencia y la fidelidad
carismática. Se entregó con tesón en su servicio en la enfermería y fue una
buena consejera en sus años desde el servicio de autoridad.
Tras varios días luchando por la vida, aceptando sus
sufrimientos, llegó su fin en el centro hospitalario en el que había sido feliz
durante los últimos años, precisamente al inicio de ese mes en el que los
borjanos celebramos la fiesta de nuestra Patrona, Nuestra Señora de la Peana,
cuyo nombre lleva otra de sus hermanas, también religiosa de Santa Ana.
Aunque sea tarde, no queremos dejar de hacer llegar el
sentimiento de nuestro pesar a toda su familia y a la Congregación en la que,
con tan generosa entrega, desempeñó fielmente la misión que el Señor le había
encomendado.
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