Ayer la Iglesia celebró la solemnidad de la Santísima Trinidad,
uno de los misterios centrales de la Fe cristiana que ha sido objeto de numerosas
representaciones iconográficas en el transcurso de la historia, tanto
escultóricamente, como estas imágenes de la iglesia de San Lorenzo de Cádiz,
atribuidas a Francesco Galleano.
O esta magnífica pintura sobre tabla que realizó en 1511 Alberto
Durero y que actualmente se conserva en el Museo de Historia del Arte de Viena.
En un ya lejano Curso de Iconografía que organizamos en nuestro Centro,
dedicamos una de las sesiones a la amplia y variada interpretación que los
artistas realizaron de las tres Personas de la Santísima Trinidad y a la
relación de las mismas, no siempre ajustada al dogma definido.
Pero, hoy queremos referirnos a una devoción vinculada a la
Santísima Trinidad que se conoce con el nombre de Trisagio o “Trisagio angélico”.
El nombre procede la palabra griega “agio” o Dios y ha tenido una amplia
difusión, hasta el punto de que San Antonio María Claret (1807-1870) aconsejaba
su práctica, afirmando que la salvación de España se cifraba en tres
devociones: El Trisagio, la adoración al Santísimo Sacramento y el Santo
Rosario.
Se suele afirmar que el origen de la misma se remonta al año
447, cuando siendo Teodosio II el Joven, emperador de Constantinopla, la ciudad
se vio sacudida por uno de los frecuentes terremotos que la afectan, debido a su
emplazamiento cercano a la llamada “falla Anatolia”.
Aunque no fue el más grave de los registrados, la corte
imperial abandonó la ciudad y, encontrándose en el campo, un nuevo temblor sembró
el terror entre todos. Fue en ese momento cuando presenciaron el sorprendente
espectáculo de que un niño fue arrebatado por los aires hasta perderse de
vista. Al cabo de un rato, descendió ante la estupefacción general y, siendo llevado
ante el emperador y el patriarca de Constantinopla, les relató que había podido
contemplar como los coros angélicos cantaban “Santo Dios, Santo fuerte, Santo
inmortal, tened misericordia de nosotros” y como le había sido ordenado que
transmitiera esa visión, dicho lo cual el niño murió.
Admirados por el prodigio el patriarca, que era San Proclo,
ordenó que todos entonaran ese cántico que, posteriormente, el Concilio de
Calcedonia prescribió que se rezara en casos de catástrofes, pestes y
calamidades.
De ahí, que con ocasión de la reciente epidemia, el Trisagio
angélico haya vuelto a cobrar actualidad, dada la sencillez que entraña recitar
tres veces esa fórmula de “Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, tened
misericordia de nosotros”.
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