Muy lejos quedan los tiempos en los que la solemnidad del
Corpus Christi era una de las se celebraban con mayor esplendor. Como decía la
copla popular: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves
Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Por mor de las innovaciones se
trasladó del jueves al domingo siguiente en la mayoría de las ciudades, aunque
en Aragón, Daroca los sigue manteniendo en el día tradicional.
Si a todo ello vienen a sumarse las especiales
circunstancias de este año, no es de extrañar que la solemnidad haya quedado sumamente
deslucida, a pesar de su importancia. Porque, a diferencia de las restantes
procesiones que son meramente devocionales, la del Corpus es una de las pocas
procesiones litúrgicas, junto a la del Domingo de Ramos y a las que forman
parte de la celebración de la Santa Misa o casos especiales como la entrada del
cirio en la vigilia de Pascua. Y ello es así, porque la desfila por las calles
no es una imagen, sino en el propio Cristo en el Misterio de la Eucaristía.
En uno de los números de Cuadernos
de Estudios Borjanos, el Dr. Aguilera Hernández publicó un artículo sobre
la procesión del Corpus Christi en Borja que, como es lógico, era la más
importante del año. La custodia bajo palio era llevada a hombros de sacerdotes
(todavía lo hemos llegado a conocer) y escoltada por fuerzas de la Guardia
Civil con uniforme de gala.
Hacía tres paradas, en la plaza del Mercado, en la del Olmo
y en la de San Francisco, donde se instalaban unos altares desde los que se
efectuaba la bendición con el Santísimo. En otras ocasiones hemos recordado la
costumbre de repartir pequeños ramos de flores entre las autoridades
asistentes, que también llegamos a conocer.
En la procesión que, desde 1889, era precedida por los
gigantes, participaban todos los bustos de las cofradías borjanas, entre ellas
la Virgen de la Peana que desfilaba sobre unas sencillas andas, como muestra
esta antigua fotografía.
Multitud de personas acompañaban al Santísimo y otras se arrodillaban
a su paso, como muestra esta bonita imagen, con varios sacerdotes revestidos
con capa pluvial y el detalle de que, en esa ocasión, la custodia era portada
en las manos del que presidía la procesión, por cierto sin paño humeral, dado
que se ven sus manos empuñándola.
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