lunes, 2 de diciembre de 2019

El Patrimonio Cultural Inmaterial de Albeta I



         La primera fiesta importante del año en Albeta es la de San Antón en cuya víspera se encienden hogueras. Aquí se mantiene la tradición de hacerlas en diversos lugares del casco urbano, a diferencia de otros lugares en los que han quedado reducidas a una sola en el lugar más emblemático. Es una celebración participativa en la que los vecinos de cada calle comparten los alimentos que se asan en ellas.






         Al día siguiente, tiene lugar la Misa y la procesión en la que la peana del Santo va decorada con un elevado número de roscones. Desde hace unos años se ha introducido la costumbre de bendecir a los animales domésticos al término de la celebración eucarística.




         Como preludio de la Cuaresma se celebra el “Jueves Lardero” con la preparación de los “palmos”, bocadillos de pan con embutidos asados, en este caso, cuya longitud corresponde al palmo de la mano de las personas a los que van destinados. Al  igual que  en Agón, Bisimbre y Magallón, en Albeta era costumbre disfrazarse en Carnaval con una máscara de lienzo que tenía orificios para los ojos. A los así ataviados se les llamaba “cipoteros".



         La Semana Santa en Albeta tiene un carácter eminentemente religioso, centrada en las celebraciones litúrgicas propias de esos días. En la tarde del Viernes Santo se rezaba en procesión el Vía Crucis por las calles del municipio en las que, en determinadas fachadas, unos azulejos marcaban las distintas estaciones.



Desde hace algunos años, participa en el recorrido la  cofradía de Nuestra Señora de los Dolores y Jesús camino del Calvario de Bulbuente, que con los toques de tambores, trompetas y dulzainas van marcando las paradas y el recorrido de estación en estación. 




         En julio se celebran las fiestas en honor a Santiago Apóstol que es el titular de su iglesia parroquial. Es interesante destacar la vinculación entre el Apóstol y la Virgen del Pilar, a la que la condesa de Castelflorit, una de las señoras de Albeta, profesaba especial devoción, hasta el punto de que legó la mitad de sus bienes a las obras de templo del Pilar. Por ese motivo, el retablo mayor de la parroquia de Albeta estaba presidido por un lienzo que representaba la visita de la Virgen a Santiago, acompañado por los Santos Varones. Cuando el retablo fue renovado en el siglo XIX, el lienzo fue reemplazado por la imagen que actualmente se saca en procesión el día 25 de julio, aunque se conserva otro lienzo de la Virgen del Pilar en el ático del retablo de San Antonio Abad.



         Pero, la principal seña de identidad del municipio, en torno a la cual giran sus principales tradiciones, es la devoción a la Virgen del Rosario. Ello tiene una explicación ya que Santiago había sido el patrón de los musulmanes que, en exclusiva, habitaban en esta localidad, entonces barrio de Borja, tras su conversión. La expulsión de los moriscos decretada en 1610, provocó el abandono total de sus casas, ocasionando un grave perjuicio a los señores temporales que vieron como sus tierras quedaban sin poder ser cultivadas. Fue preciso recurrir a nuevos pobladores cristianos que, poco a poco, se fueron asentando, siendo ellos los que decidieron acogerse al patronazgo de la Virgen del Rosario.



  
         En 1692 constituyeron una cofradía para favorecer el culto a esa advocación mariana que, desde sus inicios, tuvo carácter devocional y levantaron una capilla adosada al templo que muy pronto se convirtió en poderoso centro de atracción, dado los prodigios que allí se obraban por intercesión de la Virgen.
       



         Uno de los que más eco alcanzó tuvo lugar en 1740 cuando la niña Miguela Modrego contó que se le había aparecido la Virgen, expresándole el deseo de que el Santo Rosario fuera la principal devoción de los habitantes de Albeta.
         Ello provocó la apertura de una investigación que fue encomendada a mosén Juan Ximeno Claramonte, beneficiado de la iglesia parroquial de Magallón, el cual se trasladó hasta Albeta para tomar declaración a la niña. Al llegar, se entrevistó con el vicario D. Pedro Torralba, mostrándose sumamente escéptico respecto a lo acaecido, por entender que “Nuestra Señora no necesita de nuevas glorias”. Sus comentarios fueron tan despectivos que el vicario de Albeta llegó a advertirle de que tuviera cuidado “no sea que Nuestra Señora le castigue por dudar en esto”.

         Antes de proceder a la instrucción de los hechos, quiso celebrar el Santo Sacrificio de la Misa en el altar de la Virgen del Rosario y, cuando se encontraba desplegando los corporales”, quedó de repente privado de la vista. Sumamente alarmado por el inesperado accidente, se encomendó a la protección de María y, poco a poco, fue recobrando la visión. De ello se levantó un acta y el suceso tuvo una enorme repercusión en toda la comarca.




         Pero la fama de la Virgen del Rosario se extendió también, al serle atribuidos numerosos milagros, relacionados en algunos casos con posesiones diabólicas. Hasta su capilla acudían madres, procedentes de diversos lugares, unas veces con los enfermos y otras con hatillos de sus ropas. Allí, tras realizar los correspondientes exorcismos, María “Salus infirmorum” concedía la gracia de su curación que encontraba su reflejo en el gran número de exvotos que colgaban de las paredes de la capilla, retirados a mediados del siglo XX.

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