El año 1918 había comenzado en Borja con aquella gran nevada, a la que ya hemos hecho referencia, que mantuvo incomunicada a la ciudad durante más de diez días. Pero fue también el año de la gripe, una epidemia como la actual, que tuvo terribles consecuencias.
En
principio, como suele ocurrir ante toda crisis, se pensó que era algo que no
llegaría a afectarnos. Se tenía conocimiento de su aparición en otros lugares
pero, aunque había habido algún caso desde finales de agosto, no fue hasta comienzos
de octubre cuando la epidemia cobró carta de naturaleza, aunque, comoquiera que
no eran demasiados casos, seguía sin serle concedida demasiada importancia, a
pesar de que en localidades próximas con Talamantes la situación era crítica.
Allí,
toda la población estaba afectada y desde su ayuntamiento pidieron ayuda a la
capital. Era preciso enviar un médico para atender a los enfermos. Fue el
Presidente del Colegio de Médicos el D. Augusto García Burriel quien se ofreció
para ocuparse de ello y marchó hasta Talamentes, donde permaneció hasta que la
situación mejoró, sin que sepamos, por el momento, el número de muertos que
ocasionó. El gesto del Dr.García Burriel fue recompensado con la Cruz de
Beneficencia, condecoración que quisieron regalarle por suscripción pública,
gesto que rechazó, pidiendo que el dinero se dedicara a obras benéficas.
En
Borja, mientras el Sr. Obispo D. Isidoro Badía ordenaba la celebración de
rogativas para recabar la ayuda divina ante la situación sanitaria, en la
sacristía de Santa María fue robado “un cajón de gran valor”, aprovechando que
algunas personas pasaban por ella, desde el claustro, para acceder a la nave. A
raíz de ello fue interrumpida esa comunicación.
El
Ayuntamiento con el fin de mejorar la salubridad pública decidió cubrir el “Cañico”
y la alcantarilla que había en la calle Mayor (no sabemos a qué se refiere).
A
primeros de noviembre la situación empeoró bruscamente y, mientras subían los
precios del carbón, los huevos y la leche, la alarma creada provocó fuertes
críticas contra el Ayuntamiento, por considerar que las medidas sanitarias
adoptadas habían sido insuficientes. Como puede apreciarse, las fases de una
crisis se cumplían inexorablemente, desde la negativa inicial al histerismo
cuando se toma conciencia del problema.
Hay que tener en cuenta que entre los fallecimientos se encontraba el maestro D. Jesús Bartolo Gonzalvo y había enfermado gravemente uno de los tres médicos que había en Borja D. Luis Ortega que no murió pero permaneció inactivo durante toda la epidemia.
El mismo día se
hicieron públicos otros dos bandos. En el primero se pedía que los sanos no
consumieran leche para que no faltara a los enfermos. El otro, muy curioso,
anunciaba la división de la ciudad en dos distritos uno para cada médico: D.
Tomás Zaro y D. Manuel Puyuelo; el tercero de los facultativos titulares estaba
de bajo como hemos dicho. Para facilitar la tarea de estos médicos se ordenaba
que en aquellas casas en las que hubiera un enfermo se colocara una silla a la
puerta, para que no fuera preciso efectuar otro aviso. Lo de la silla lo
habíamos oído referir muchas veces, pero ahora hemos encontrado el origen de
esa disposición.
Al mismo tiempo fue
convocada una reunión urgente en el Ayuntamiento, con asistencia de las fuerzas
vivas de la ciudad y otras personas en las que se dio cuenta de que el número
de fallecidos hasta ese momento era de 48 personas. Entre los acuerdos
adoptados fue el de abrir una suscripción popular para ayuda de los afectados
que encabezó el Sr. Alcalde con 25 pesetas, la misma cantidad que aportaron el
Diputado Provincial D. Manuel Lorente y el ilustre político D. Mariano Tejero. También
se decidió solicitar el envío de otro médico y al día siguiente llegó el Dr.
Mariano Abad.
Causó gran impresión el
fallecimiento de la hermana Rosario Gurruchaga, del colegio de Santa Ana que,
cuando fue cerrado por la epidemia, se dedicó a auxiliar a los enfermos hasta
su muerte. También la muerte de los más jóvenes, que fueron muchos, como Francisco
Foncillas.
A lo largo del mes de
noviembre la epidemia cobró más fuerza y entre el 10 y el 13 hubo más de 30
muertos. Ante las quejas por la asistencia sanitaria se pidió el envío de un
nuevo médico. Llegó inmediatamente el Dr. D. Pedro Baringo que continuó hasta
el final, a pesar de que el Inspector Provincial de Sanidad quiso llevarlo a
otra población, por considerar que con tres médicos en Borja ya era suficiente.
Algunas de las quejas
hoy nos parecen ridículas. Concretamente, ante la falta de un remedio adecuado
para el virus de la gripe, del que se desconocía todo, los médicos seguían
prescribiendo sangrías, mediante el método de las ventosas, algo que no sólo
era inútil sino perjudicial, pero la gente confiaba en ello con entusiasmo y,
comoquiera que en Borja no había suficientes ventosas, pedía más y que se
desinfectaran las utilizadas. En esto tenían razón pues las ventosas,
prácticamente sin limpiar, pasaban de enfermo a enfermo.
Entre las consecuencias
de la epidemia una de ellas fue la suspensión del servicio telegráfico, al
haber caído enferma la encargada del mismo. Ello suponía un grave contratiempo
por lo que el Alcalde pidió que se solventara el problema con rapidez.
La prensa mencionaba
entre las víctimas de la gripe a Dª Ramona Ruiz Pérez de Jimeno, Dª. Florencia
Murillo Tejadas, Dª. Antonia Mendiri Uchén, Dª. Ascensión Salillas, el abogado D.
Rafael Nogués, el comerciante D. Daniel Alcobilla, D. Florencio Murillo, D.
Juan Antonio Rodrigo y Dª. Carmen Pérez Viana de 21 años, esta última hermana
del que fue posteriormente Diputado a Cortes D. Dionisio Pérez Viana.
A
comienzos de diciembre la epidemia se consideró vencida y, en el balance
efectuado, se ponía de manifiesto “la desorientación de la clase médica en
general ante tan traidora enfermedad”, lo que contribuyó a acentuar el pánico
de la población.
No se
hablaba de “nueva normalidad” sino de “nueva política” en la que las medidas
higiénicas ocuparan un lugar relevante.
Por lo
que a Borja se refiere, se recordaba que los médicos que habían llegado de
fuera percibieron 120 pesetas diarias por su labor (75 del Ayuntamiento, 25 de
la Diputación y 20 del Ministerio de la Gobernación).
En el
periódico local Aires del Moncayo del
que proceden todos estos datos se destacaba también la labor del clero por su
abnegado servicio en momentos tan complicados y, al mismo tiempo, pedía la celebración
de un Te Deum en agradecimiento por
el fin de la epidemia.
Aunque
hubo otros fallecimiento como el del beneficiado de Santa María D. Cecilio
Tabuenca o Dª. Flora Zaro, esposa del farmacéutico D. José Guallar, con el solemne
Te Deum cantado en Santa María y el
funeral por las víctimas de la gripe celebrado en el mismo templo el 16 de
diciembre, se puso fin a este trágico episodio del que, por el momento, no
conocemos con precisión el número total de fallecimientos que provocó.
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