Ayer falleció en Zaragoza D. Serafín Lacleta López que había nacido en Borja el 12 de octubre de 1928, por lo que este año hubiera cumplido los 93 años. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones en la motilidad, conservó hasta sus últimos momentos una mente lúcida con una prodigiosa memoria, como pudimos comprobar en su última visita a nuestro Centro, el mismo día en que cumplió los 92 años. Vino acompañado por su hijo D. Enrique Lacleta Paños, uno de los más destacados miembros de este Centro y actual Presidente de la cofradía de San Bartolomé a la que, como su padre, viene dedicando buena parte de sus desvelos.
Porque
si algo caracterizó a Serafín fue su profunda Fe y su amor apasionado a San
Bartolomé y así supo reconocérselo la cofradía en el homenaje que le tributó
junto a D. Félix Serrano Albericio, también fallecido.
Serafín
lo fue todo en la cofradía: danzante (lo había sido también su abuelo Serafín Lacleta
Lajusticia), mayoral, encargado del dance y paloteado, y Presidente durante una
etapa especialmente brillante en la que fiestas de San Bartolomé llegaron a ser
unas de las más importantes de la ciudad.
A
veces, cuando se habla de las cofradías se piensa en ellas como algo meramente
folklórico sin considerar que, entre sus miembros, anidan unos sentimientos
religiosos que les impulsan a participar con fervor en todos los actos que
organizan. Hasta sus últimos momentos, Serafín
dio buena prueba de ello, lo mismo cuando con el cirio encendido
esperaba a la puerta de “su” parroquia la llegada de la procesión del Jueves
Santo como cuando, con muletas incluso, cantaba la aurora por las calles
borjanas el día de su Patrón.
Pero
su fe no quedaba circunscrita al reducido ámbito de la cofradía, sino que
transcendía mucho más allá, encontrando también refugio a los pies de la Virgen
en sus advocaciones de la Peana y del Pilar, pues no en vano había nacido en la
solemnidad de esta última.
Con Serafín
se va extinguiendo una generación portadora de unos valores que van palideciendo
en nuestros días. Siempre nos impresionó su hombría de bien, su lealtad a unas
convicciones profundamente arraigadas y ese sentido del honor en el que la palabra
dada era una garantía segura. Recuerdo hace ya algunos años que, con ocasión de
la fiesta de San José, el sacerdote que presidía la Eucaristía describió al
Santo Patriarca como “un hombre bueno” y se preguntaba a cuántas personas de
nuestra época les podríamos aplicar ese calificativo. Estoy seguro de que
Serafín era uno de ellos y, además, tuvo la fortuna de transmitir sus valores a
sus hijos y hacernos partícipes de ellos a todos los que le conocimos.
Porque
han sido muchos los momentos que compartimos y disfrutamos de su sabiduría. A
la hora de destacar algunos, queremos mencionar la donación del capitel
visigótico que hoy se expone en el Museo Arqueológico y que había conservado en
su huerto tras ser encontrado en unas obras de la parroquia de San Bartolomé.
Pero,
también, la ascensión que efectuamos al Moncayo en 2015 (tenía 86 años). En la
cumbre un grupo de cofrades y otros que no lo eran cantaron la aurora de San
Bartolomé. Nosotros les esperamos en el Santuario, al que llegamos desde el
aparcamiento de los coches con gran esfuerzo por parte de Serafín, que sin
embargo, quería estar lo más cerca posible de los suyos.
En la
otra imagen aparece reponiendo fuerzas en uno de los desayunos que, tras la
Aurora y el Rosario en la mañana del 24 de agosto, se sirven en la Casa de
Aguilar a los participantes.
No
queremos finalizar sin hacer alusión a su faceta como deportista en el
lanzamiento de barra aragonesa, de la que disponemos sólo de esta imagen que no
le gustaba ya que se trata de un lanzamiento nulo, por haber pisado la marca.
La
otra fotografía es de su etapa como concejal del M. I. Ayuntamiento al que
accedió representando a la UCD en las primeras elecciones de la nueva etapa,
experiencia que no le resultó especialmente gratificante.
Descanse
en paz este hombre de bien al que deseamos fervientemente que, por intercesión
de San Bartolomé y de la Virgen María, pueda contemplar el rostro de Dios que,
como refiere la Sagrada Escritura, es el premio reservado a los justos. Serafín
lo era.
A toda
su familia, nuestro cariño y solidaridad en unos momentos siempre duros,
especialmente cuando la marcha de un ser querido llega de forma inesperada,
dado que a pesar de una edad indudablemente avanzada, el mantenimiento de su
capacidad intelectual enmascaraba en cierto modo el progresivo deterioro de sus
facultades físicas.
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