En las murallas de Buda, la ciudad que al unirse con Pest dio lugar a la capital de Hungría, se encuentra esta placa con la que se rinde homenaje, a los “300 españoles que tomaron parte en la reconquista de Buda”. Lo llamativo de la misma es el hecho de que, junto al escudo de la II República, se encuentra el tan denostado ahora de los Reyes Católicos, con el águila de San Juan (el “aguilucho” como lo denominan los bárbaros actuales) y, bajo ellos, las armas del reino de Hungría y no las del duque de Béjar como hemos visto mencionar en algunos artículos (que copiamos y corregimos).
Comoquiera que no nos fue mostrada en
nuestra visita a esa ciudad, hace unos años, bajo la tutela de la embajada
española, ignorábamos su existencia y ha sido un interesante artículo de D.
Gonzalo Castellano Benlloch, hijo del conde de Fuenclara, el que nos ha
recordado aquella histórica gesta, que el gobierno de la República no dudó en
ensalzar en 1934.
El 21 de agosto de 1541, las tropas
turcas entraron en la ciudad de Buda, tras un asedio que habían iniciado el 4
de mayo, logrando capturar la capital de Hungría, a diferencia de lo ocurrido,
en 1529, frente a los muros de Viena, donde fueron rechazados, gracias en gran
medida a la contribución de los arcabuceros españoles.
La caída de Buda causó gran alarma en
toda la Cristiandad, ya que constituía una muestra del poder otomano y de los
riesgos a los que se enfrentaba (como ahora) ante su avance hacia Occidente. De
ahí, los intentos de recuperar la ciudad que, sin embargo, fracasaron, por lo
que siguió en manos del imperio de la Sublime Puerta durante 150 años.
En 1683, el Papa Inocencio XI propuso la creación de una Liga
Santa para hacer frente al Imperio turco. A ella se unieron el imperio de los
Habsburgo, la República de Venecia y la Confederación Polaco-Lituana; tres años
más tarde se incorporó el Principado de Moscú en 1686. No lo hizo España,
aunque Carlos II favoreció la participación de un tercio de voluntarios, bajo
el mando del duque de Béjar.
D. Manuel López de Zúñiga y Sarmiento
de Silva, había sucedido a su padre como titular del ducado y de todos los
estados de su casa a los tres años de edad. Con tan solo diez años, el monarca
le hizo merced del Toison de Oro y, a muy temprana edad, marchó a Flandes como
simple piquero, aunque en 1681 (tenía 24 años) fue nombrado Maestre de Campo de
un tercio, con el que se distinguió en el sitio de Oudernaade, regresando a
Béjar, tras la paz de Ratisbona.
Allí se encontraba, en 1686, cuando al
enterarse del propósito de intentar la recuperación de Buda, decidió unirse al
ejército reunido, al mando de un tercio de voluntarios, reunido al efecto.
Cabe preguntarse cuántos eran los
hombres que lo integraban. Lo que sabemos seguros es que, con el duque,
marcharon varios familiares suyos y personajes de prestigio, pero respecto al
número total de efectivos se han barajado diversas cifras. Se ha llegado a
afirmar que fueron 11.000 soldados, algo completamente imposible. En la
relación impresa en Madrid, en 1636, con la acaecido en Buda, se indica que
fueron unos 6.000 los voluntarios de varios países que se sumaron al ejército
del duque de Lorena, que era quien mandaba las tropas de la Liga Santa. En ese
opúsculo, se afirma que “De Cataluña sola se contaban quinientos hombres”,
afirmación también que resulta imposible y que, más bien, parece referirse al
total de españoles que marcharon hasta Buda.
El duque de Bejar que, al fin y al
cabo, era un joven de 29 años ansioso de gloria, quiso destacar entre los
combatientes y en la noche del 6 de julio de 1686 organizó una encamisada con
soldados españoles e italianos. Era esa una táctica habitual en los tercios
españoles que, para sorprender al enemigo, intentaban un ataque nocturno con
armamento ligero y sin apenas elementos de protección y el nombre de
“encamisada” hace referencia a las camisas blancas que vestían.
Al regresar de esa acción, todos
pudieron comprobar que el duque, que había ido al frente, llevaba en su
sombrero el agujero producido por un disparo de mosquete, que no le había
ocasionado daño, lo que acrecentó su fama entre los sitiadores.
Por eso, nadie se sorprendió cuando, siete días más tarde, reclamó el privilegio de asaltar la ciudad a través de la brecha abierta en la muralla por la artillería.
Con enorme entereza y sin descomponer
el paso, avanzó con 300 españoles hacia la muralla, bajo el fuego enemigo,
logrando tras un encarnizado combate penetrar en el interior. A consecuencia de
las heridas recibidas murió tres días después y, con él, algunos de los
destacados personajes que le acompañaban, resultando heridos otros, entre los
que se encontraba su hermano que fue quien trajo el cadáver a España.
La toma definitiva de la ciudad se
produjo el 2 de septiembre y, de nuevo, los españoles supervivientes ocuparon
los puestos de vanguardia. Ni que decir tiene que la muerte en combate del
duque causó un enorme impacto y las muestras de condolencia recibidas por la
familia y por el monarca español, llegaron desde muchos lugares, entre ellos la
corte imperial y el propio Papa.
En el artículo que ha dado pie a este
comentario se reproduce la supuesta arenga que el duque de Béjar dirigió a sus
hombres antes de emprender el combate que le condujo a la muerte y cuyo texto
(que no sabemos de dónde lo ha tomado) dice así:
“¡Hermanos!, ha llegado nuestra
hora. No somos más que unos humildes siervos de Dios y del Rey de España, y
como voluntarios nos unimos a esta Liga Santa, pero no seríamos dignos de
llamarnos españoles ni de representar a los tercios, si no nos situamos a la
vanguardia. De modo que 300 de nosotros, como hicieran el rey Leónidas y sus
gloriosos espartanos, abriremos el camino por esa brecha y alcanzaremos la
inmortalidad. Mas no temáis, pues si la fortuna quisiera privaros de un nuevo
amanecer, sabed que vuestra alma habrá entrado en el paraíso, donde en las
jambas de las puertas, junto a los ángeles con espadas, hacen guardia nuestros
tercios victoriosos, caídos por Dios, por el Rey, y por España. ¡Avanzad!”.
Su coincidencia, respecto a esos
ángeles armados con espadas en las puertas del Paraíso, con textos muy
similares dentro de la mística falangista, nos induce a estudiar la relación
entre unos y otros.
Este episodio que hemos relatado y que,
para muchos, puede resultar desconocido en nuestros días, no lo es para otros
ya que, junto a la placa que colocó la II República, en 2000 la Generalitat de
Catalunya colocó otra “En memoria dels catalans que lluitaren per
l’alliberament de Buda”.
Que hubo catalanes en el sitio, parece
indudable, pero cuantificar su número es imposible. Frente a esa cifra antes
mencionada de 500 las fuentes más fidedignas afirman que no fueron más de 55,
sin que pueda asegurarse que algunos de ellos llegaran a participar en la
famosa acción del 13 de julio, lo que posiblemente influyó en la redacción del
texto de la placa de la Generalitat.
Queremos terminar con la información
sobre el destino final de los restos del duque que, inicialmente, fueron
sepultados en el convento de la Piedad de esa ciudad, pero cuando fue derribado
en 1871, lo que quedaba de ellos, junto a los de otros miembros de su familia,
fueron llevados a este modestísimo nicho del cementerio municipal de la ciudad.
En la lápida se indica que su corazón, siguiendo sus deseos, había sido
enterrado en el altar mayor del monasterio de Guadalupe.
Es el único duque de Béjar que reposa
en esa ciudad y sorprende que un hombre al que ensalzaron en su época las
mejores plumas del momento, esté enterrado en tan modesto nicho. Así tratamos a
nuestros héroes…
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