En el archivo del Centro de Estudios Borjanos se conserva esta fotografía, procedente del archivo Ojeda, datada a comienzos del siglo XX, en la que puede verse a Pilar Méndez con una amiga, teniendo como fondo la inconfundible silueta de la ciudad de Carcasona (Carcassonne).
Pero, la ciudad que hemos visto
recientemente y la que contempló Pilar es, en gran medida, fruto de la
actuación del gran arquitecto francés Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc (1814-1879),
a quien le fue encomendada su restauración, la cual llevó a cabo con su
particular visión medievalista.
Viollet representó un modo
de entender la restauración, que ha sido muy criticado, pero que ejerció
notablemente influencia en otros profesionales, incluso españoles. Su obra hay
que situarla en el contexto del Romanticismo y su pasión por la Edad Media.
Cuando en 1844, Prosper Mérimée, que era inspector
general de Monumentos Históricos, le encomendó la restauración de la antigua
ciudad de Carcasona, ya había recibido de él otros encargos anteriores y,
mediante concurso público, había restaurado la catedral de Notre Dame de París,
donde introdujo significativos añadidos.
Es necesario recordar que los condes de
Barcelona habían sido titulares del condado de Carcasona que luego pasó a la familia
Trancavel, como vizcondes feudatarios de Barcelona y, posteriormente, vasallo
de la Corona de Aragón, hasta que a raíz de la cruzada contra los cátaros, en
1226, la ciudad es ocupada por el rey de Francia.
Su condición de plaza fronteriza con los dominios aragoneses, obligaron a reforzar sus fortificaciones en tiempos de Luis IX. Pero, cuando tras la Paz de los Pirineos, suscrita entre los reinos de Francia y España, el 7 de noviembre de 1659, para poner fin a la Guerra de los Treinta Años, tuvimos que ceder a Francia todos los territorios del Rosellón y parte de la Cerdeña, su importancia estratégica decayó rápidamente.
Poco a poco, la plaza
fue siendo abandonada y sus fortificaciones como, en otros
muchos lugares, iban siendo demolidas para construir nuevos edificios.
La intervención de Viollet salvó lo que
quedaba, aunque modificando sensiblemente su aspecto, como muestra esta imagen,
dotándole de elementos que nunca había tenido.
Entre las “novedades” más criticadas figuran
los tejados cónicos que colocó sobre sus torres almenadas, que nunca habían
existido y eran propios de zonas mucho más al norte. También la creación de un
puente levadizo en uno de los accesos. Curiosamente, esos tejados que nos
recuerdan los castillos de Disney, constituyen ahora lo más representativo del
perfil de la ciudad.
Declarada Patrimonio de la Humanidad,
la ciudad antigua de Carcasona es uno de los destinos más visitados de Francia
y la presión turística ha convertido sus calles en un gran bazar de recuerdos,
algo que, según Antonio Jiménez, debemos evitar en ciudades como Albarracín que
es objeto ya de una afluencia de visitantes que desborda sus posibilidades en
muchas ocasiones.
Pero, junto a las numerosas tiendas,
cafeterías y restaurantes también hay rincones y monumentos importantes como la
basílica de San Nazario, antigua catedral, a la que Viollet, dotó de gárgolas y
pináculos para reforzar su aspecto medieval o el museo lapidario en el interior
del castillo. Junto a la basílica se encuentra el emblemático hotel en el que
nos ofrecieron la cena de gala con la que se clausuró el congreso.
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