Como un gran descubrimiento ha sido presentado en los medios de comunicación el “hallazgo” en el palacio de los Navascués de Cintruénigo de un fondo musical con más de 1.000 partituras, entre las que hay obras de Boccherini o Haydn. Especial interés han suscitado tres sonatas y tres tríos para flauta, violín y bajo de Luis Misón, un compositor español del siglo XVIII, del que apenas se conocen obras. Pero, la noticia nos ha hecho reflexionar sobre aspectos de la misma que merecen ser destacados.
En primer lugar, no se puede hablar de
descubrimiento, en sentido estricto, dado que ya en 2007 nuestro recordado y
admirado amigo D. Faustino Menéndez-Pidal de Navascués (1924-2019), impulsó el
primer inventario de los fondos de su archivo y fue consciente de su
importancia.
De ahí surgió la colaboración de la
Casa de Navascués con el Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU) y han
sido las musicólogas Dª. María Álvarez-Villamil y Dª. María Díez-Canedo las que
han estudiado las partituras y dado a conocer su importancia. Ya lo había hecho
la primera de ellas, junto con D. Ignacio Menéndez Pidal de Navascués cuando,
en 2015, publicaron en Príncipe de Viana un interesante articulo sobre “El
fondo musical de la Casa de Navascués”.
Pero, al mismo tiempo, nos interesa
destacar la importancia de los archivos privados españoles (como desde hace tiempo
venimos haciendo) y el compromiso con la Cultura de las familias que los
conservan.
Por un lado, en esos archivos se
conservan los documentos relacionados con la historia de la propia familia, pero.
en sus bibliotecas, algunos de sus miembros los que, dando pruebas de su
exquisita sensibilidad, fueron reuniendo obras llegadas, en ocasiones, más allá
de nuestras fronteras hasta formar colecciones de extraordinario valor que
supieron preservar con especial cuidado en aquellos lugares de la España rural
en los que radicaba su linaje.
En Borja mismo y en su entorno
encontramos pruebas de lo que estamos señalando. Lo que ocurre es que, en España,
aún no hemos sabido arbitrar un procedimiento para que esos fondos, algunos
perfectamente inventariados, lleguen a conocimiento de los investigadores.
Tampoco lo hemos conseguido en el caso de los archivos eclesiásticos, por lo
que no es de extrañar que en el siglo XXI sigan produciéndose “sensacionales
descubrimientos”.
El propio archivo de nuestro Centro reúne
ya documentación suficiente para servir como materia de estudio y realización
de un buen número de trabajos.
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